“ANITA”

La inocencia que interroga al mundo

Rosa Gronda

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Anita calza zapatitos de niña y zoquetes. Su edad mental y su edad física no coinciden. Ella está detenida en la infancia: es tierna, vital, inocente. Mantiene con su madre viuda una relación simbiótica. Para bañarse, vestirse y saber cuáles son los pasos a seguir depende de su madre y ambas duermen tomadas de la mano. La madre le canta y la trata con un afecto envolvente, que contiene sus temores infantiles y su enorme necesidad de afecto. Un vínculo entrañable, que será resquebrajado por lo inesperado. Porque Anita y su madre Dora viven en un antiguo departamento a 60 metros de la AMIA y la historia transcurre en 1994.

La bomba que estalla el 18 de julio de ese fatídico año encontrará a Dora en la mutual, donde ha ido por pocos minutos a cobrar la ayuda social, mientras su hija la espera en el negocio de artículos de librería que tienen en el barrio del Once.

Perdida en la ciudad

Esa bomba inesperada, injustificable, desencadenará un itinerario imprevisto para Anita, que no comprende lo que ha sucedido y saldrá a la calle, donde la gente corre desorientada. Lo que sigue es su deambular por la ciudad indiferente. Y cuando aparecen el hambre y el frío, deberá acercarse a personas desconocidas. La cámara sigue ese derrotero con planos interesantes, muchos aéreos y “a plomo”, que revelan una ciudad despersonalizada y extraña. El relato visual abunda en tomas de los pies, de los pequeños pasos de Anita en ese mundo desconocido.

Mientras el resto de su familia la busca, ella vagará sin rumbo y conocerá distintos personajes: Félix, un fotógrafo alcohólico en profunda crisis familiar (Luis Luque); una familia de coreanos que atienden un supermercado (no se traduce el idioma tan extranjero como el sentimiento de pérdida de Anita), y una enfermera (Leonor Manso), que la cuida cuando unos cartoneros la encuentran afiebrada debajo de un puente.

La reacción ante esa presencia inocente se reitera en actitudes desconcertadas que oscilan entre la solidaridad y el egoísmo cotidiano.

Riesgo y trascendencia

Si la idea de una historia protagonizada por una chica con síndrome de Down ya de por sí es arriesgada, mucho más lo es el hecho de hacer coincidir esa condición con una tragedia social de la magnitud y las repercusiones que tuvo la voladura de la AMIA.

Sin embargo, la historia carece de sinuosidades. “Anita” es una película lineal, que no tiene por debajo una estructura de género, sino el devenir de pequeños acontecimientos y profundas emociones que se apoyan en los actores, en el sensible guión, en la expresividad de la fotografía y la medida profundidad de la banda sonora, nunca invasiva.

Sin pintoresquismos, el director pinta siempre su aldea, donde se reconoce la ciudad profunda atravesada por la alienación del fútbol, los comerciantes chinos o coreanos, los pibes chorros y los cartoneros.

Sin grandilocuencias ni excesos o pretensiones, como el personalizado nombre en diminutivo de la película, el significado de la aventura de Anita es un aprendizaje para ella y al mismo tiempo un espejo en donde se reflejan todas las limitaciones y miserias del espectro social. Ante ese entorno, ella es la inocencia que interroga. Su bondad nunca podrá comprender las causas de esa bomba que la ha separado de su madre. Su pura ternura desnuda las limitaciones de un mundo que amenaza con volverse ciego pero que aún, y después de muchas vueltas, es capaz de algunas migajas de afecto.

La inocencia que interroga al mundo

Entrañable. Alejandra Manzo, como Anita, y Norma Aleandro, como su madre, protagonizan una historia conmovedora que sucede con la realidad del país como trasfondo y una ciudad, que bajo su hostilidad indiferente, contiene un resto de humanidad.

Foto:Télam

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MUY BUENA

“ANITA”

Origen: Argentina/2009. Dirección: Marcos Carnevale. Protagonistas: Norma Aleandro, Alejandra Manzo, Luis Luque, Leonor Manso, Peto Menahem, Mercedes Scápola, Marcela Guerty, Mey Lan Chen. Guión: Marcos Carnevale, Lily Ann Martín y Marcela Guerty. Dirección de arte: Adriana Slemenson. Fotografía: Guillermo Zappino. Música: Lito Vitale. Edición: Pablo Barbieri Carrera. Sonido: José Luis Díaz. Duración: 104 minutos. Calificación: para mayores de 13 años. Se exhibe en CineMark.