Del aumento del desempleo como

producto de políticas desacertadas

Jorge Colina (*)

(DyN)

El desempleo en el segundo trimestre de 2009 ha sido, según las estadísticas oficiales, de 8,8 por ciento de la población activa en los 31 grandes aglomerados urbanos del país. Estos grandes aglomerados contienen aproximadamente 25 millones de personas sobre las 36 millones que se estima como el total de población urbana.

En términos de cantidad de desempleados, entonces, en los 31 grandes aglomerados urbanos hay 994 mil personas sin trabajo. Si se proyecta esta cantidad al total de la población urbana, se encuentra el 1,5 millón de desempleados que aparecen en las noticias.

Trabajando con los datos de los grandes aglomerados urbanos, sin proyectar a la población total, se observa que en el mismo período del año pasado (o sea, en el segundo trimestre de 2008), la tasa de desempleo, de acuerdo con los datos oficiales, era de 8 por ciento, y la cantidad de desempleados de 898 mil.

Esto significa que, en el término de un año, entre los segundos trimestres de 2008 y de 2009, la cantidad de desempleados se ha incrementado en 96 mil personas.

Este aumento de los desempleados no toma por sorpresa a nadie. En el marco de una economía que entró en recesión, era esperable que aumentara la gente sin ocupación.

De todas formas, es muy útil tener presente que el mayor desempleo no se debe a que se haya producido una caída del empleo, sino que éste se mantuvo estancado y son los nuevos entrantes al mercado laboral los que no pudieron conseguir trabajo, con lo cual pasaron a engrosar el desempleo.

Este fenómeno se detecta mirando la población económicamente activa (personas que trabajan o buscan trabajo), que subió en un año desde 11,2 a 11,3 millones de personas, y la población con empleo, que se mantuvo estancada en 10,3 millones. Esas 100 mil personas más son los nuevos desempleados.

Que el empleo esté estancado tiene importantes derivaciones de política. En primer lugar, sólo con los nuevos entrantes al mercado laboral se va a volver a tasas de desempleo de dos dígitos sobre finales de 2009 o principios de 2010. En segundo lugar, que aunque el contexto internacional esté dando señales de que lo peor de la crisis pasó, esto no es extensivo a la Argentina.

En el país, el estancamiento responde a factores domésticos. Las distorsiones generadas por las prohibiciones a producir, exportar e importar; los controles de precios, las intervenciones arbitrarias sobre los mercados, el clima confrontativo en las relaciones laborales y la irracionalidad de la estructura impositiva impiden expandir la producción o, en el mejor de los casos, actúa como un poderoso factor que tiende a estancar la actividad económica, aun cuando el mundo vuelva a funcionar normalmente.

Este entorno sugiere que, si no se modifican estos estilos de hacer política pública, el empleo no se va a recuperar. Finalmente, las contradicciones de la política laboral.

Por un lado, se ponen todas las trabas imaginables a la generación de empleos. En medio del estancamiento, se promueven incrementos de salarios de convenios del orden del 20 por ciento, altos impuestos al trabajo, normas laborales cada vez más rígidas, incentivo a la litigiosidad laboral por despido y por accidentes de trabajo y enfermedades profesionales, y se maximiza la complejidad que agrega una burocracia descontrolada y creciente.

Por otro lado, se anuncia la creación de plan asistencial tipo Plan Trabajar de los ‘90 con el objetivo de atender la insuficiente creación de empleos. Para restablecer la creación de empleos no hace falta un programa asistencial.

Hay que revisar estas normas laborales que son las que desalientan esa creación. Es errado echarle las culpas del crecimiento del desempleo a la crisis internacional. Es imprescindible, en cambio, reflexionar y modificar estos estilos de gestión que están llevando al país al estancamiento económico y social.

(*) Economista jefe del Instituto para el Desarrollo Social Argentino.