Al margen de la crónica

A quien corresponda

Uno va por la vida consciente de que son muy pocas las elecciones de las que realmente puede jactarse y convencido de que son muchas más aquellas que no tienen opción. Y en definitiva termina negociando y haciendo malabares entre presupuestos y conveniencias. Pero siempre es posible dejar un margen para hacer lo que se quiere -o al menos negarse a hacer lo que otros quieren- y establecer rubros en los que resulta indispensable evitar cualquier intromisión. Sí, hablamos de esas intromisiones que llegan precisamente por las mismas vías que creemos poder controlar porque las solicitamos, las contratamos y las difundimos -ilusos- sólo entre quienes nos interesan.

Lo que quiero decir es que no quiero sumarme a la lista de amigos de perfectos desconocidos, así que no me envíen correos inútiles. Es más, no me envíen por favor correos inútiles de ninguna índole.

Tampoco me interesa seguir cadenas bajo promesa de que algo realmente bueno me va a ocurrir si obedezco, de lo que se puede deducir que lo contrario implicará consecuencias nefastas y la verdad es que es feo que a uno lo obliguen a ser feliz.

No quiero ganar premios cuando no compré ningún número, así que no se molesten en invadir mi línea telefónica.

No quiero más servicios bancarios, informáticos ni turísticos de los que voluntariamente haya elegido. Igual, se agradece tanta dedicación y tiempo dispensado por parte de aquellas personas que han sido contratadas para convencerme -a mí y sé que a unos cuantos más- de necesitar algo que ya tengo o de lo que carezco pero no me interesa. En todo caso, si es inevitable que me lo ofrezcan, por favor que acepten el primer no (o el segundo, o el tercero) como respuesta.

De la misma manera, agradezco todas las promociones que llegan sin haberlas pedido, pero no me pidan que haga un trámite para rechazarlas. Si las acepto, ya se van a enterar.

En definitiva, uno tendría que poder proclamarse prescindente del uso inadecuado que otros hacen de nuestro teléfono, de nuestra cuenta de correo electrónico, de nuestro celular, de cuanto aparato exista y se posea, y -en definitiva- de nuestro tiempo. Pero parece ser que preservar ese espacio de libertad es demasiado pedir, y que el costo de estar conectados es más alto que el que figura en la factura.