Urquiza y la batalla de Pavón

Rogelio Alaniz

El 17 de septiembre de 1861 las tropas lideradas por Bartolomé Mitre derrotaron a la Confederación en la célebre batalla de Pavón. Hoy, los debates se han apaciguado, pero durante décadas los historiadores discutieron sobre el desenlace de esa batalla. El motivo de la controversia fue que Urquiza después de ir ganando se retira del campo y regresa a la provincia de Entre Ríos. Sus lugartenientes Peñaloza, Saá, López Jordán, Juan Pablo López, parecen no entender esta decisión. Algo similar ocurrió con Santiago Derqui, el presidente de la Confederación y el sucesor de Urquiza en ese cargo.

Según otros historiadores, el que tampoco entiende el desenlace es Bartolomé Mitre que ya estaba organizando la retirada cuando un gaucho le grita -según José María Rosa-: “No dispare general que ha ganado”. Según la misma fuente, Mitre nunca ganó una batalla, ni siquiera con los indios. En Cepeda, habló de devolver intactas las legiones, pero la paliza fue completa. En Paraguay prometió que todo se resolvería en tres meses, y la guerra duró cinco años.

La supuesta traición de Urquiza dio lugar a infinitos comentarios. Los revisionistas se solazaron rastreando motivos. Fieles a su estilo conspirativo hablaron de una reunión secreta de Mitre con Urquiza a la luz de las estrellas gestionada por un norteamericano. Otros recuerdan la tenida masónica del 21 de julio de 1860 donde se habría acordado, como si fuera un partido de fútbol, el resultado de la batalla. La hipótesis le permitió a los revisionistas darse el gusto y atacar a la masonería como enemiga de la Nación, aliada del imperialismo británico y, por supuesto, enemiga jurada de la Santa Madre Iglesia.

También se dice que Urquiza pagó su traición nueve años después en el palacio de San José, cuando la partida contratada por López Jordán lo asesinó delante de su mujer y sus hijas. Los biógrafos de López Jordán aseguran que éste nunca le perdonó a su jefe la traición de Pavón, como tampoco le va a perdonar su complicidad con la guerra del Paraguay al lado de Buenos Aires y Brasil. Más prácticos, otros historiadores consideran que López Jordán ajustó cuentas con Urquiza porque le molestaba ser postergado en los ascensos.

Las interpretaciones en historia son importantes, pero los hechos también lo son. No es fácil ponerse de acuerdo acerca de qué está primero, pero para el caso no está de más repasar algunos hechos. Cuando se libró la batalla de Pavón, Mitre era el gobernador de la provincia de Buenos Aires y Santiago Derqui el presidente de la Confederación. Urquiza había concluido su mandato iniciado en 1854, pero está claro que seguía siendo el hombre fuerte.

Después de la victoria federal en Cepeda se firma el Pacto de San José de Flores, donde Buenos Aires se compromete a incorporarse a la Confederación. Se establecen los procedimientos para hacerlo, que luego no se cumplen o se cumplen a medias. Para principios de 1861 ya se sabe que la resolución del conflicto entre Buenos Aires y la Confederación será militar y no política.

No es la salida que quieren Mitre y Urquiza, expresiones, ambos, de los sectores más moderados de sus partidos. Pero ya se sabe que en política no siempre se puede hacer lo que se quiere. En realidad, lo que se discute no es tanto cómo se va organizar el país, sino quién será el poder que pondrá las condiciones para esa organización. Mitre está convencido de que esa tarea le corresponde a Buenos Aires.

Internamente, libra una dura lucha contra los grupos porteños que lisa y llanamente proponen la secesión. Para Mitre, está fuera de discusión que el destino de Buenos Aires está unido al de la Argentina, como también está convencido de que la provincia que debe liderar ese proyecto es Buenos Aires. Urquiza, por su lado, sigue creyendo en la causa federal, pero algo ha aprendido en esos años. En primer lugar, se ha dado cuenta, como treinta años antes lo habían hecho López y Ramírez, que a Buenos Aires se lo puede derrotar militarmente, pero el poder económico y social de esa provincia trasciende una derrota militar.

La otra verdad que Urquiza ha aprendido tiene que ver con al salud de su bolsillo. La Confederación es una causa muy noble, pero sale cara, muy cara para la provincia de Entre Ríos que es la única que dispone de recursos para sostener a los “trece ranchos” . Por último está Derqui. Urquiza le tiene paciencia pero no le resulta agradable saber que el hombre que lo ha sucedido en el gobierno se dedique a conspirar con sus enemigos.

Digamos que al momento de darse la batalla de Pavón, Mitre sabe lo que quiere y sabe cómo obtenerlo; Urquiza, en cambio, lo único que sabe es que la Confederación no tiene destino y esa certeza no se corrige con una batalla ganada por sus bravos lanceros. ¿Por qué llega Urquiza a una batalla que no estaba dispuesto a dar? No hay muchas explicaciones para este misterio. Lo más probable es que sus vacilaciones le hayan impedido tomar una decisión más drástica. Paradójicamente, los hombres que manejan el poder suelen ser arrastrados por las circunstancias y algo parecido pudo haberle pasado a Urquiza.

Anécdotas más, anécdotas menos, lo cierto es que en Pavón, Urquiza decide aceptar que la organización nacional se hace bajo las condiciones impuestas por Buenos Aires. ¿Y qué obtiene a cambio? Que le reconozcan su liderazgo en Entre Ríos.

Urquiza entendió que después de Pavón había un nuevo protagonista que no se podía desconocer y ese protagonista se llamaba Estado nacional. Urquiza percibió mejor que nadie que había un antes y un después de Pavón. Las defecciones que le imputan sus adversarios, sus traiciones a la causa federal, no son otra cosa que el reconocimiento de que ya no era posible defender esa causa por la vía militar; entre otras cosas, porque la derrota era la única garantía.

Por eso, su silencio ante los reclamos de Peñaloza y Varela. Sabe que la causa de las montoneras es una causa perdida. Un día le dice a uno de sus colaboradores: “Mis enemigos porteños me han acusado de muchas cosas, menos de tonto, porque saben muy bien que no lo soy... y sólo un tonto rematado puede jugar su capital político a una causa que no tiene ninguna esperanza de triunfar”.

Hacerse cargo de esa nueva realidad no es sencillo. El Estado nacional, organizado bajo la hegemonía porteña, no ahorra sangre de gauchos, al decir de Sarmiento. Soportar que las tropas coloradas bombardeen Paysandú y asesinen al bravo general Leandro Gómez es una prueba de hierro que no es fácil superar. Sus enemigos porteños lo ponen a prueba; están esperando que mueva un dedo a favor de la causa federal para caerle encima. “Southampton o la horca”, ha dicho Sarmiento, y Urquiza sabe que Sarmiento no habla en broma.

Algo parecido ocurre cuando se inician los preparativos para la guerra con el Paraguay. Los revisionsitas lo acusan de haber traicionado la causa nacional liderada, curiosamente, por un paraguayo. Urquiza se compromete a enviar tropas y debe soportar deserciones que ponen en tela de juicio su autoridad, algunas de ellas alentadas por sus enemigos internos. La otra alternativa era aliarse con Francisco Solano López. ¿Alguien se puso a pensar en serio sobre el futuro de esa relación? Si nadie lo hizo, Urquiza sí lo hizo y obró en consecuencia.

Urquiza fue un hombre del poder; no tomaba decisiones consultando al corazón sino atendiendo a sus intereses y su inteligencia. Sabía que sería incomprendido, pero también sabía que no tenía alternativa. A su manera trató de ser solidario con los federales perseguidos en el país y les permitió que se refugiaran en Entre Ríos. Algunos de ellos pagarían su generosidad apuñalándolo en el Palacio San José.

Como los grandes jefes de Estado o conductores de pueblos, Urquiza se esforzó por ser responsable. En 1868, intentó ser presidente de la Nación enhebrando alianzas con políticos de Santa Fe y Buenos Aires. Fracasó. Pero lo que intuyó que no fracasaría era la construcción del Estado nacional y el modelo de acumulación primario exportador que se ponía en marcha e incluía a la provincia de Entre Ríos como protagonista importante. Tal vez fue el pago que le dio Buenos Aires por la “agachada” de Pavón.

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Generales y presidentes. Mitre y Urquiza confrontaron en el campo de batalla pero tienen en común el haber participado de la construcción de la Argentina moderna.

Foto: archivo el litoral.

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