AL MARGEN DE LA CRÓNICA

En nombre de la rosa

No hay motivos fehacientes que expliquen los festejos del Día de la Primavera, pero algunas pistas conducen -para variar- a los griegos. Ellos tenían tiempo para todo. Pasaban de filosofar en la Acrópolis y de discutir ideas en los saunas, a hundirse en banquetes afrodisíacos y celebrar con mucho vino y comida todo aquello que les parecía digno de ser conmemorado. Es posible que en ese marco se permitieran un día de fiesta más. Pero quizás sólo sean habladurías producto de la envidia que generaron siempre debido a que tenían la virtud de pensar en la vida, sabiduría para disfrutarla y hasta el tiempo suficiente para dejar hecho El Partenón.

Otra teoría que intenta explicar la festividad pagana, se asienta en que el equilibrio del alma, se consigue cuando el Sol se acerca a la Tierra y, con el renacer de la naturaleza el hombre percibe que su ser cambia en positivo, lo que le provoca una bacanal espiritual y una inevitable energía lo “obliga” a distinguir esa fecha. En la Argentina, el Día de la Primavera coincide con el de los estudiantes primarios y secundarios y por eso la fiesta es mayoritariamente joven. Quizás para los más veteranos, primaveras eran las de antes, pero no se refieren a las griegas sino a aquellas que esperaban para tener el pretexto que justificara un encuentro con la persona que les aceleraba el pulso. La osadía de entonces era ir a la isla Berduc, a Guadalupe o al Parque Garay, donde muchas y muchos tenían el mismo objetivo: compartir, entre arrumacos, los sandwiches preparados por sus madres la noche anterior. El viejo picnic a la canasta quedó guardado en el armario de las cosas obsoletas y hoy, a los mayores, la primavera ya no les redobla las hormonas; les trae una enorme cantidad de polen que multiplica sus alergias, y la alegría frente al cambio, la encuentran en que terminaron los días de frío y Litoral Gas no repetirá la sarcástica factura donde les endosa que, gracias a la generosidad del Estado, pagan menos que Chile y Uruguay por el combustible consumido.

Boticcelli dibujó la primavera entreverada en los cabellos de las diosas del amor, los brotes, las flores y Cupido; Neruda escribió que todas las flores podrían ser cortadas pero nadie lograría detener la primavera y Palito Ortega le cantó a una primavera cargada de pajaritos, flores y amor.

No se imagina un mundo sin primaveras. A nadie se le ocurrirían árboles desnudos de hojas por siempre, ni que no existieran las primaveras económicas ni la edad de la primavera. Sería triste ver plazas y jardines sin flores y, si no hubiese rosas, los socialistas no podrían ofrecerlas como regalo a Néstor y Cristina.

Por lo dicho y mucho más, todos deberíamos tener motivos para festejar mañana. Y, superado el estorbo de estornudos, mosquitos, hormigas y gegenes, nada debería opacar la fecha. Copiando a los griegos, con sol o con una lluvia cargada de rayos y truenos, la primavera es un buen pretexto para celebrar el hecho de estar vivos y de ser libres. No vaya a ser que el año próximo, a algún Mesías, se le ocurra estatizarla.