Contrapunto con Luis Alberto Romero

“La Argentina se divide entre los que viven

de las prebendas del Estado, y los que no”

Rogelio Alaniz

Luis Alberto Romero es considerado hoy uno de los grandes historiadores de nuestro país. A diferencia de otros colegas, siempre se ha preocupado por intervenir con sus opiniones en los procesos políticos.

A continuación, los tramos salientes de una conversación mantenida con el autor en la ciudad de Buenos Aires.

—¿Cómo ve la situación política hoy?

—La sensación es que estamos en vísperas de un final, pero no sabemos cómo va a ser.

—Y en términos más coyunturales, ¿qué le sugiere el presente?

—Lo más obvio es saber la manera en que el peronismo va a destrozar a Kirchner. Confieso que al proceso lo miro con un poco de satisfacción, pero de todos modos resulta interesante la observación. Como era de esperar, son muchos los que tratan de dar un paso al costado sin que se note tanto, esto es tanto así que el más leal de todos ahora es Moyano (risa).

—Pasemos a hablar de los Kirchner, a hablar del peronismo...

—Lo que importa en este caso es saber que, de aquí en adelante, el peronismo nunca más será lo que fue con Perón. Va a ser una especie de confederación de tribus donde el liderazgo será necesario porque alguien tiene que conducir al conjunto, pero, en cuanto el líder dé la menor señal de debilidad, lo liquidan y buscan otro.

—Y esta canibalización del peronismo, ¿hasta dónde afectará a las instituciones y al mandato de Cristina?

—Ésa es una gran incógnita. En esto, hay muchos sentimientos encontrados. Por un lado, se desea acelerar el derrumbe de la pareja, pero, al mismo tiempo, desean que continúe porque están todos en el mismo barco.

—Convengamos que la presidente no puede gobernar con la agenda de la oposición...

—No creo que nadie deseara una declaración de derrota; me parece que lo más sensato era una transacción. Sin embargo, nada de eso se ha hecho. La convocatoria al diálogo, por ejemplo, ha fracasado porque nunca fue más que una expresión de deseos.

—Entonces, crece lo que ellos llaman la voluntad destituyente.

—A mí, esa palabra me asombra. No vi en nadie que yo conociera una voluntad destituyente; pero, si siguen actuando como lo hacen, lo van a lograr.

—¿Qué pasa con la oposición?

—Habría que decir una cosa previa muy obvia: la palabra oposición en democracia reclama de partidos políticos fuertes. Eso no pasa en la Argentina. Lo que está sucediendo es que de alguna manera se están reconstituyendo los elementos que hacen posible constituir partidos opositores que dejen de depender de un caudillo o un cacique. La oposición se está armando por impulso de la demanda ciudadana y por los propios Kirchner, que con sus torpezas alientan la actividad opositora.

—Si se van los Kirchner, el péndulo histórico, ¿gira a la derecha?

—Personalmente, tengo cada vez más problemas con los términos. Hoy, no me dice nada afirmar que alguien es de izquierda o de derecha.

—No se puede negar que hay una derecha militarista que es rabiosamente antikirchnerista...

—El hecho de que alguien sea antikirchnerista no lo convierte en fuerza de derecha. En mi opinión, los grupos vinculados con los militares tienen muy poco peso, aunque reconozco que la práctica de Kirchner creó las condiciones para que estos grupos vuelvan a hablar.

—¿Cómo es eso?

—Desgraciadamente, creo que uno de los efectos nefastos de la llamada política de los derechos humanos de los Kirchner es haber legitimado la voz de los represores. De todos modos, creo que estos sectores no pesan en estos momentos.

—¿Qué más puede decir de la política de derechos humanos de este gobierno?

—La reapertura de los juicios puedo compartirlo. Dicho esto, agrego algo más. Lo que entendíamos en 1983 sobre derechos humanos era algo más que la reapertura de los juicios, porque los derechos humanos se apoyan en el Estado de Derecho, en la ley y, por lo tanto, por ese lado lo que se ha hecho es poco. Por otra parte, al darles a los derechos humanos este giro faccioso, éstos se confunden con la rehabilitación de los supuestos jóvenes idealistas, es una interpretación política que no va en el sentido de crear una gran solidaridad colectiva alrededor del tema, sino, más bien, alentar el faccionalismo. De todos modos, lo que más le reprocho es la manipulación de las organizaciones de derechos humanos; de algunas, por lo menos. Estas organizaciones eran como las tablas de la ley para los argentinos, incorporarlas al clientelismo partidario o estatal fue grosero y miserable.

—Estábamos hablando de la oligarquía...

—En cuanto a los sectores oligárquicos, quisiera saber qué son hoy esos sectores oligárquicos. Rápidamente me viene a la memoria el nombre de Cristóbal López y los tres o cuatro apellidos allegados a los Kirchner ¿Por qué no llamarlos oligarquía a ellos? Si la oligarquía se refiere a los sectores vinculados con el campo, les diría que hablan de un sector que no existe más. Como historiador, una de las enseñanzas que me dejó este largo conflicto con el campo fue descubrir vívidamente, viendo las personas concretas, la complejidad del mundo agrario, la cantidad de articulaciones que hay entre grandes, medianos y pequeños propietarios y el poco sentido que tiene la palabra oligárquico con referencia a ese sector. A lo que hay que agregarle que se trata del único sector productivo del capitalismo argentino, el sector que no necesita de subsidios para funcionar. Yo le confieso que, desde donde vivo, desde la ciudad de Buenos Aires, las cosas no eran tan claras hasta que de repente las vi escenificadas en la calle.

—¿Cómo estarían planteadas, entonces, las contradicciones en la Argentina?

—Si yo pienso cómo dividir a la Argentina socioeconómica, me cierra mucho más dividirla entre los que viven del Estado, de las prebendas del Estado, y los que no.

—Lo suyo suena muy liberal.

—No sé en qué sentido.

—Le advierto que para mí liberal no es mala palabra.

—Dejemos las etiquetas y veamos. Mirando la historia argentina del siglo XX, la constante ha sido el Estado corriendo por detrás de los grupos corporativos. Guillermo O’Donnell lo expresa con precisión cuando habla de un Estado colonizado.

—Guillermo no es Pacho.

—Me refiero al O’Donnell bueno, no al malo (risa). Recordemos los años treinta, o los años del peronismo, cuando el Estado vivió atrapado y exprimido por diferentes corporaciones. El Estado argentino es grande y fofo, carece de autonomía. La cuestión es que la famosa alternativa liberalismo o estatismo está mal planteada y, desde una perspectiva de izquierda, está pésimamente propuesta.

—¿Por qué?

—Porque desde una izquierda racional se defiende a un Estado que puede hacer políticas sociales serias y, por lo tanto, se tiene que sacar de encima todas estas sanguijuelas que lo chupan. En definitiva, el Estado tiene que achicarse, ser eficiente y dejar de subsidiar. La política de subsidios de los Kirchner no tiene nada que ver con la izquierda; es una política que realiza negocios fabulosos con los intermediarios y les permite construir no sólo fortuna, sino también poder, ¿Eso es izquierda? Agregue, además, que destruyen el Indec. Eso no es Estado, eso es prebendalismo de la peor calaña. Es por eso que ser liberal en ese sentido hoy es ser progresista, porque significa sacarse de encima a los que viven del Estado.

—Los Kirchner se pueden ir, pero el pejotismo se queda...

—Eso puede ser así en la mitad de la Argentina. Por un lado, está la Argentina de la pobreza, donde el Estado puede engancharse con las redes clientelares para construir poder. En este sentido, es admirable cómo el “pejota” ha logrado cambiar el estilo. Pero creo que hay otro país que emergió a partir del conflicto del campo y que movilizó mucha más gente que el oficialismo; en ese otro costado de la Argentina, puede pensarse en ciudadanía, partidos y coaliciones de una calidad diferente de la del pejotismo.

—Del proyecto de ley de Medios, ¿qué piensa?

—Como en el caso de los derechos humanos o las jubilaciones privadas, con la ley de Medios el gobierno ha encarado una cuestión sensible, sobre la que la sociedad había acumulado múltiples reclamos. Como en los casos anteriores, la respuesta a esos reclamos aparece mezclada con disposiciones destinadas a fortalecer el control del Ejecutivo sobre los medios, y a favorecer los negocios privados del pequeño grupo gobernante. En suma: cambiar una situación problemática por otra mucho peor.

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Entre libros. Romero, historiador de nota, desgrana sus reflexiones durante la entrevista.

Foto: Freddy Heer/El Litoral