País de Ocampo, bosque y maravilla

País de Ocampo, bosque y maravilla

“Seño Hojas Verdes”, de Susana Ocampo.

Hay impresiones tan intensas que vale la pena reeditarlas y compartirlas. De allí esta nota.

 

Por Marta Rodil

En la casa de Susana Ocampo se abren puertas a un bosque donde se engendran, se van y vuelven los seres que hoy evocamos, los de aquella casa - caja - cofre - laberinto que enmarcó la ceremonia de un atardecer que ella y yo compartimos, con el filo de la luna apuntando a una estrella mientras un té venido de muy lejos hermanaba nuestras almas, y también evocamos el reencuentro con su obra en una muestra, que trasladaba la atmósfera y algunos de los habitantes del bosque, al Recinto vial de la calle 27 de Febrero, donde se llevó a cabo la exposición.

Los habitantes Meninas al paso

La dama se retiró y dejó juegos de palabras, pistas o señuelos que establecían un itinerario para el contemplador. Dejó flores. Flores y mariposas-colibríes, cajas, zapatos, candelabros, una corona. Leyendas tales como “el moño me defiende”, “corona de reina y cuello a rayas” o “esos raros peinados” (1).

Afuera, las pistas de carrera cotidiana escupían gases, sacudían el aire y ensordecían los talantes. Sin embargo, cuando el ruido se detenía por un instante, se experimentaba la sensación de que caía la pluma de un ángel.

En la vereda, un árbol mustio y místico testificaba sobre épocas de antaño y señalaba el río, que se presentía tras el cemento ofreciendo la “verde tentación” de sus islas. El cielo urbano entraba por las puertas y por las ventanas enrejadas del edificio.

Adentro, en el ingreso, un helecho se expandía, próximo a la silueta marmórea de un mapa que precisaba nuestra geografía sobre la pared. Menos mal, porque uno puede desorientarse en el bosque, o dispararse como Alicia en el país de las maravillas (2), de ahí las pistas, los indicios para entrar o salirse de él como de un laberinto.

Ellas

Por aquí no se apresuran La Reina de Corazones (3) o El Conejo Blanco (3); custodian el recinto “la niña equilibrista”, o ecuyer suspendida sobre un lagarto, y una chiquilla de “moño aural”. “Antonieta y su vaquita” despiertan los celos de una mariposa, y una “muchacha en flor” hace piruetas, como un potrillo, con el arco iris titilando en las producciones de la pintora (4).

Una “seño hojas verdes” domina la escena, cual Eva o matrona del éter y de la tierra, y subyuga a un ser que serpentea. El retrato de un calzado, con aspecto de cortesana, rige una formación de unos cuantos zapatos reales y concretos de cuero, de a pares o dispares. Algunos, tímidos pero curiosos, espían tras una ventana que comunica con otra habitación.

¡Ah!, olvidaba decir que, tanto en el caso del bosque de la casa como también en el bosque de la exposición, hay innumerables cajas con un sinfín de funciones como encerrar el silencio o algún rayo de sol, murmullos, ayes y ohes, por momentos amenazantes y no por ello menos sonrientes o luminosos. Cajas porque sí y no vanas, cajas personajes que contienen toda clase de cosas o no contienen nada.

Y ahora

Abrimos otra puerta, ilógica como en Alicia, y sumamos “un juego para desarmar y encontrar”. Reencontramos los zapatitos, embobados por un nuevo personaje de alcurnia e, invariablemente, la luz y el color guiñando como un semáforo, derramándose con el ardor de un volcán o insuflando los objetos con el aliento de la autora.

Más allá, la gran dama de la noche abre los brazos desde una pasarela e invita a su danza sideral. Los miriñaques no se conforman con verse reducidos a jaulitas y adoptan poses de meninas inocentes e inquietantes. Y una guardiana se hace la buena desde su atuendo frutal, aunque sea capaz de desatar los caos y melancolías encerrados en pequeños arcones.

Pero el señor y la señora han dicho “las plumas se defienden con el pecho”, por eso han caído algunas. Además, como resultado del forcejeo, han quedado tréboles de cuatro hojas y ojos solteros salpicados con gotas de cobre.

La carita, que se asoma como El Gato de Cheshire (3), anima una hamaca estática que habla de travesuras, santas y non sanctas, de cuando los visitantes no están y, a la hora de las despedidas, “la flor de mi secreto” es la mejor custodiada por una mascota.

Por todas partes, composiciones que semejan vitrales al modo de caleidoscopios o de botellas que contienen los mensajes del bosque, “el camino de las hormigas” o “el cielo protector”, y “la rosa puño de corazón”, “el hilo que desata el vestido”..., en fin, “las alas” de la maravilla.

Hemos dejado atrás

En la vida, llega a ocurrir que uno no encuentre lo que afanosamente ha buscado y, en una de ésas, se tope con el milagro que roza el enigma. En este caso hay alguien que trabaja y que dispone de un antro, madriguera o refugio donde podemos perder-nos y encontrar-nos y donde nada se explicita, todo es sugerencia, alusión y elusión.

Ahora bien, ¿quién es el ilusionista, el fabricante o la hacedora que nos participa de sus construcciones mínimas y sutiles, que pueden cobrar sentidos enormes, o que nos corre el velo para mostrarnos los de gran talla?

Se nota que ha trabajado con alegría, con desesperación, con rabia; con el deseo, con el absurdo y por qué no con sus perversiones; con uñas y dientes, con el dolor, con el sueño, también con el sueño lúcido y con el lúdico; con la impotencia, con el recuerdo, con la fe, con los años. Ella es Susana Ocampo.

(1) El entrecomillado reproduce textualmente palabras de la pintora.

(2) Lewis Carrol: “Alicia en el país de las maravillas” .

(3) Personajes del cuento citado.

(4) Susana aclara con respecto a la técnica: “En su mayoría es acrílico con agregados varios, utilicé mucho material de mercería, las pinturas tienen bastantes agregados de pequeñeces, estrellitas, brillitos, cordones, bieses, botones”.

Ilustraciones de Susana Ocampo que acompañan el texto:

I - “Cortada al bies”

II - “Seño hojas verdes”

III - “El camino de las hormigas”

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Susana Ocampo. foto: flavio Raina

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“Cortada al bies” y “El camino de las hormigas”, de Susana Ocampo.