Mandá toco al veinte veinte

Mandá toco al veinte veinte

Entre los aparatos que jalonan el enorme y constante crecimiento de nuevas y mejores formas de comunicarnos -hoy tenemos más canales que mensajes para transmitir-, se destaca el celular y sus hoy omnipresentes mensajes de texto. Lo malo es que ya descubrieron que los usan las personas...

texto NÉSTOR FENOGLIO / dibujo LUIS DLUGOSZEWSKI

No deja de llamarme la atención la constante incitación a utilizar los mensajes de textos desde los celulares para “todo”: desde campañas publicitarias, preelectorales, hasta la posibilidad de bajar contenidos de diversos formatos (videos, música, textos y otros) los sms reinan y son una poderosa forma, abreviada y telegráfica, de comunicarse. Todo bien: los mensajes de texto son prácticos. Más allá de las nuevas y espantosas formas idiomáticas que inauguran, incluyendo el neo verbo “mensajear” y sus bastardas conjugaciones (mensajeame, por ejemplo, que me gusta: suena un poquitito sexual, pero así se lo escucha a diario), me asombra el modo con que intentan masificar su uso con fines comerciales.

Todo comenzó, creo, con la tinellización de la sociedad (je) porque ya lo dice la Biblia: al principio fue Tinelli. Uno debía y debe mandar mensajes de texto para “salvar” o “condenar” a algún famoso en aprietos. El msm tiene un costo que, aunque ínfimo, representa cifras millonarias si pensamos en la cantidad de usuarios de celulares y sus posibilidades mensajísticas (mensajear contagia) y así se fue generalizando su utilización para otras apetencias humanas. Vamos al grano. Ahora vos podés mandar mensajes de texto a determinados números para obtener contenidos determinados, muchos de ellos asociados a nuestras primitivas formas de consumo: mujeres, juego, dios, chismes desfilan sin cesar como tentaciones propias de todos nosotros...

Lo increíble del asunto es que las publicidades de estas tentaciones (mandá chancha, mandá vecina, mandá lo que quieras al número que aparece allí) las agrupan en una misma tanda publicitaria y así quedan al descubierto dos cosas, por lo menos: que ahí están o deben estar tu tentación, tu perversión, tu apetencia, tu necesidad y que por lo mismo nos consideran un mero mercado cautivo y bobo. Y para colmo no tenemos muchos elementos para negarlo.

No sé si esas publicidades que te invitan a mandar mensajes de texto están agrupadas así en una tanda determinada por cuestiones de canje, pero allí te aparecen una detrás de otra, la opción romántica, la opción hot, la opción sucia, la opción beatífica y otras que lindan o se meten de lleno en diversas formas de delito que debemos después (o decimos que) combatir por otro lado.

A ver si me entienden: estoy muy lejos de ser puritano pero esta seguidilla de “opciones”, que te dicen en realidad que en alguna te van a embocar (ya seas místico, calentón o doctor oloris causa de masturbación) no hacen más que certificar qué cosa sos para los que piensan estos productos: un boludón que sale a apretar los deditos para mensajear de inmediato ni bien ves las curvas generosas de la modelo de turno (y resulta que lo que exhibe con mayor orgullo no es de ella, después de las mismas estandarizadas operaciones estéticas a las que deben someterse desde la más tierna edad) o mandar por fin el mensaje salvador para un consejo religioso o recibir en tus manos el último chisme de la farándula...

Y tanto creen eso que no tienen empacho en ponerte todas las opciones juntas, porque total están seguros que vos no vas a pensar que se trata de un negocio con todas sus regladas “opciones”.

Y como no quiero pecar (bueno, sí, quiero pecar) de retrógrado o vetusto en usos y costumbres, ya me apuro a invitarte -por ahora por este medio- a que mandes toco al veinte veinte para que recibas en tu celular un adelanto exclusivo del próximo toco antes que se vaya. Dale, mandá toco.