Hay que poner huevos

Hay que poner huevos

Al principio fue el huevo. O la gallina. No sé. No importa. Porque esta sacrificada nota está referida exclusivamente al huevo. Escribo con reconcentrado esfuerzo, por aquello de que para hacer una tortilla, es necesario romper unos cuantos.

texto NÉSTOR FENOGLIO / dibujo LUIS DLUGOSZEWSKI

Se ha generalizado, ya ni siquiera como una burda muletilla, esa arenga de que hay que poner huevo. Para todo hay que poner huevo. Yo sospecho detrás de este ataque ovoidal una campaña de marketing del sector avícola que, con el simple argumento del fútbol -en principio, aunque se traslada a otros deportes y actividades-, populariza uno de sus productos emblemáticos, que encima no fabrican ellos, sino las gallinas.

No deja de llamarme la atención el hecho de que por un lado se pida más huevo, como señal de compromiso, virilidad y esfuerzo; y por otro se asegura en el mismo ámbito que las gallinas (que tienen que poner huevos, literalmente, para poner huevos) son debiluchas, pechos fríos y de blando carácter. El que pone huevo es macho y ganador, atropellador; el gallina, un despreciable cobarde...

También me llama la atención que el reclamo de la hinchada pida para sus jugadores un poco más de huevo, cuando es quizás la parte del cuerpo menos apta para la práctica del popular deporte. Jodido patear -huevear- una pelota que ya trae su velocidad y trayectoria (de sólo pensarlo, me duele). Y, sin ser experto, hasta presupongo que no debe ser fácil jugar con ellos a ningún deporte.

Pero hablábamos del huevo natural y no el discursivo. Parece que su consumo ha crecido y conforme más se lo estudia, más nobleza y propiedades le descubren. En su versión vulgar, desde luego, poner huevo -en singular- hace inocultable referencia a los testículos del hombre y, en esa línea de pensamiento, a la supuesta capacidad del macho para volcar toda su enjundia y amor propio en pos de un objetivo.

Lo primero que voy a decir es que descreo de esa aplicación y de esa simbología. Los cancheros, dicen que en realidad la referencia de poner huevos alude a la capacidad del producto -en la cocina- para amalgamar, unir lo disperso y que eso, aplicado a un deporte, sólo puede producir buenos resultados.

Pero como habitualmente el cantito o la referencia, a veces apenas disimulada con el eufemismo de que hay que poner lo que hay que poner, suele ir acompañada del gesto manual de dos C enfrentadas o dos O, y con las manos acercándose además a la zona genital, pues, no hay metáfora alguna: los muchachos quieren que los muchachos pongan, realmente eso.

Más allá de la inutilidad del aporte real -lo reclamado suele estar escondido, oculto, pudorosamente recogido en prendas íntimas, lo cual habilita a pensar que no deben ser muy aptos o moverse muy cómodamente en el mundo exterior, encima con gente que anda a las patadas, a los golpes o corriendo con botines: debe doler-, también quiero denunciar la falacia monotributista: en la tribuna dicen bien clarito “ay (sin hache, no pidan boludeces, ustedes también) que poner un poco más de huevo, un poco más de huevo”, repitiendo incluso la convocatoria.

Es una flagrante contradicción. Si tenemos dos y solo ponemos uno, queda claro que el reclamado esfuerzo máximo no se cumple ni siquiera en la arenga previa.

¿Qué deben poner nuestras deportistas, las chicas? Porque también he escuchado la remanida frase de que pusieron o debieron poner el pobre, original y simplón huevo.

¿Por qué todas estas disquisiciones? Porque ayer, 9 de octubre, fue el día mundial del huevo -tomá-, que a la vez clausura la semana del huevo -recontra tomá-; porque yo no tenía un tema tan redondito como éste -literalmente: cuac-; porque no es cuestión de andar buscándole el pelo al huevo y porque quiero dedicarme el resto del fin de semana a, adivinaron, hacer huevo. No sé si les quedó claro.