Sin poda

Luis Emer.

Ciudad.

Señores directores: Llegó la primavera, y muy pronto vendrá el verano. La ciudad está recobrando ese clima muy caliente que, año tras año, soportamos los santafesinos, y el tiempo también nos trae la intranquilidad de calles muy oscuras, con ramas de árboles que nos golpean, a veces, por descuido; otras, porque debemos pasar sí o sí por veredas con árboles y con ramas que en algunos casos las cubren por completo.

¡Qué lejos quedaron aquellos años en que era niño, cuando en la época conveniente la Municipalidad practicaba la poda en todos los barrios de la ciudad, con cuadrillas que trabajaban de sol a sol! Caminábamos tranquilos, sin peligro de ramas que golpearan nuestras caras y con la seguridad de una buena iluminación por las noches. Claro, eran otras épocas. Me dirán que sueño con cosas imposibles, pero no es ésa la realidad. Es verdad que, con mis 52 años, mis recuerdos me llevan a pensar cómo ha cambiado la mentalidad de los funcionarios de turno.

Hoy no existen esas podas. Si lo hacemos los vecinos, nos multan; si sacamos un árbol en condiciones peligrosas con raíces que levantan las veredas, también. No se piensa en los peligros, sólo se busca recaudar. Vaya uno a saber cuál es el motivo de no cumplir con tales podas. Tal vez por el famoso vicio de recaudar de donde sea.

Conste que, cuando hablo de poda, lo hago solamente pensando en una moderada, correcta, sin agredir a los árboles. Personalmente, me refiero a mi barrio Roma, con calles muy oscuras debido a los árboles tupidos que cubren totalmente las luces de las calles, concretamente, calle Tucumán desde el 3500 hasta el 4000. Quien camina de noche por esa arteria o cualquiera aledaña se dará cuenta de cuán mal están las cosas, y cómo se colabora, de esta manera, con la inseguridad.

Señor intendente, recaudar con esto me demuestra que a la Municipalidad solamente le interesan sus ingresos, pero sin devolver en servicios como éste. Mientras tanto, seguimos caminando por calles oscuras y peligrosas.

Y ni hablar de los mosquitos. Recién está empezando la primavera y ya nos han invadido. ¿Cómo no vamos, después, a tener problemas con el dengue?

Éste es un humilde reclamo de un vecino de barrio Roma, vecino de esta ciudad que camina por las calles oscuras y con ramas en la cara, con la inseguridad a cuestas y los mosquitos como compañía.

Mutantes

Arturo Lomello

Parece un tema de ciencia ficción pero lo tenemos a la vista en el presente con sólo prestar atención. Somos mutantes. Tal condición se concreta cuando dejamos de andar a pie y nos ponemos a conducir un automóvil.

El doctor Jekill comienza a poblarse de pelos en todo el cuerpo, crecen los colmillos y aparece Mr. Hyde, el mutante. Entonces, es mejor que no nos pongamos en su camino.

Somos mutantes y si no está convencido trate de cruzar la calle aun con semáforos funcionando y senda peatonal. Verá entonces múltiples rostros de Mr. Hyde acechándolo con mirada feroz, sediento de sangre apenas conteniéndose y moviendo lentamente el coche, con sadismo pronto a atacar. Hay que reconocer, dentro de todo, que no siempre lo hace, pero cómo puede uno estar seguro del momento en que Hyde se decidirá a ceder a sus impulsos homicidas.

El que quiere aventuras no tiene necesidad de ir lejos. En las centenares de esquinas de la ciudad puede vivir una y muy peligrosa, con mucha adrenalina, como se dice ahora.

Es indispensable atender a nuestra realidad. Buscamos en la ciencia ficción, el cine, las novelas lo que tenemos en la cotidianidad. Stevenson cuando escribió la novela “El hombre y la bestia” no pensó en que estaba anticipando lo que nos ocurre ahora diariamente. Por supuesto, que no solamente conduciendo automóviles, pero parecería que es mediante la conducción de uno de ellos que se produce más fácilmente la mutación.

Nadie está exento de ella. Seguramente, si usted ha conducido o conduce un automóvil coincidirá con lo que decimos, esa sensación de poder, sumada a las frustraciones diarias y a la falta de fe son factores que inciden en la química de nuestro organismo para convertirnos en Mr. Hyde. De cualquier manera, todavía son pocas las víctimas de nuestra ferocidad, teniendo en cuenta que conduciendo un automóvil casi todos somos mutantes.