AL MARGEN DE LA CRÓNICA

Cuando las cosas no

son como planeamos

Vivimos una vida plagada de planificaciones. Llena de horarios y obligaciones, la vida nos obliga a llevar una ajustada agenda. A veces los compromisos son formales, como los horarios para ir a trabajar o a estudiar. También tenemos reuniones laborales, cursos, seminarios y todas esas cosas que antes eran eventuales y hoy son cada vez más seguidas y obligatorias si queremos ser “buenos profesionales”.

Existen esas otras actividades, esas que antes pertenecían al mundo de lo placentero y que, de repente, pasaron a ser parte de nuestra “agenda”. Me refiero al gimnasio, la actividad deportiva de los hijos, el partido de todos los martes (por decir algún día, porque hay quienes tienen partido los martes, jueves y sábados, por ejemplo, para enojo de madres, novias o esposas), la peña con los amigos o amigas, una cena en la casa de alguien, el cumpleaños de algún ser querido, el cursito de alguna manualidad, y demás artes, según sea el gusto de cada uno.

Así, dentro de las planificaciones de agenda, no sólo tenemos que ubicar las actividades sino además organizarnos con el resto de la familia. El uso del auto (en caso de que se tenga), la ubicación de los chicos (si hay alguna salida en pareja y los hijos son chicos), la coordinación de horarios y lugares para reducir gastos de traslado, son algunos de los ejemplos más comunes.

Pero, ¿qué pasa cuando dentro de toda esa planificación algo no funciona como debe funcionar?

Dentro de nuestra apretada agenda ya no existen los espacios para las caídas, los golpes o las enfermedades pasajeras (¿a quién no le complicó la existencia un resfrío propio o ajeno este año?). Mucho menos para las visitas inesperadas. Ya nadie visita a nadie sin avisar antes. Ya no existen sorpresas detrás de la puerta, no vaya a ser que lleguemos a la casa de esa persona que queremos visitar y justo no esté o peor, tenga que salir corriendo a cumplir alguna de sus “obligaciones”. Ya ni siquiera el teléfono es vehículo de largas charlas. Aunque el uso del celular no sabe de horarios ni de privacidades, nos pasa más seguido que cuando le hablamos a una amiga para charlar un rato de la vida, esa ajetreada que tenemos, siempre está apurada, tiene algo que hacer o está manejando.

En fin... cada vez más, lo que no está planificado en nuestra agenda no entra en nuestras vidas.