EDITORIAL

Violencia política y autoritarismo

Tal vez exageran algunos opositores cuando califican al gobierno kirchnerista de fascista, pero de lo que no caben dudas es de que, más allá de las etiquetas ideológicas, desde importantes usinas de poder político nacional se alienta la violencia política con metodologías que nada tienen que envidiar a las practicadas en su tiempo por los seguidores del Duce.

El reciente escrache promovido por una reconocida piquetera kirchnerista contra el jefe de la UCR, Gerardo Morales, se inscribe en esa línea. Como para despejar cualquier duda o interrogante al respecto, diferentes bandas de piqueteros lideradas por el inefable D’Elía expresaron en Buenos Aires su solidaridad con su colega jujeña, una activista de deplorables antecedentes cuyo exclusivo talento consiste en administrar con criterios clientelísticos las cifras millonarias que desde el poder nacional le envía el oficialismo.

Lo sucedido en Jujuy no fue muy diferente de la provocación que debió soportar la flamante embajadora de Estados Unidos. Si bien en este caso la presidente de la Nación reprobó con términos muy suaves lo sucedido, existen buenas razones para suponer que esta condena se produjo más por razones de conveniencia política que por convicciones, sobre todo atendiendo a las opiniones que los Kirchner y sus principales colaboradores alientan sobre estos temas.

Está claro que para ellos el gobierno está asediado por una conspiración “oligárquica e imperialista” cuyas manifestaciones más visibles son los productores rurales, los medios de comunicación y los políticos opositores. Para esta manipulada visión de la realidad, cualquier disidencia con el discurso oficial es una manifiesta conspiración golpista cuyo objetivo evidente es el retorno de la dictadura militar.

Planteada la contradicción en estos términos, se entiende por qué el señor Guillermo Moreno hace declaraciones propias de un gángster y no de un funcionario de Estado. En la misma línea merecen ubicarse las declaraciones de Kunkel, Conti, D’Elía, Pérsico y los principales operadores políticos del oficialismo, todas impregnadas de una verborragia que ha recuperado las peores tradiciones del “setentismo”.

A juzgar por sus manifestaciones, queda claro que para el gobierno la legitimidad no proviene del voto, un concepto que se hace más evidente cuando, además, los resultados electorales le son adversos. En la mejor tradición autoritaria, para los Kirchner son más legítimas las manifestaciones de los piqueteros o de las diferentes bandas que invocan su nombre que el voto universal.

El principio constitucional de que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes para los Kirchner carece de validez. Para ellos la representatividad real es la de las denominadas “organizaciones libres del pueblo”. En esa categoría se incluyen piqueteros, bandas de matones, grupos de choque, sectas de ultraizquierda, que siempre les resultan funcionales, y patotas sindicales engordadas con subsidios estatales.