Un pensamiento en las alturas

Martín E. Gómez

Allá por mayo de 2006 nuestra familia empezó a enfrentarse con la realidad de que Lucas tenía algunas conductas que originalmente se diagnosticaron como trastornos del desarrollo. En realidad, nosotros hablamos de autismo, a pesar de que Marta y Julio (los profesionales que nos ayudan) siempre prefirieron no “catalogarlo” de esa forma. De modo que pensemos en Lucas y no en el autismo per se.

Denominaciones aparte, sí es cierto que esto nos cambio significativamente la vida.

Lucas ha hecho un esfuerzo enorme en estos años, su cabecita no descansa un minuto y sigue dando pasitos todos los días, lo que como familia nos reconforta de una manera que no podría transmitir en estas líneas que hoy comparto con ustedes, pues él aún no las puede leer.

La semana pasada tuve un poco de tiempo entre conexiones de avión y, en el viaje de vuelta, me puse a reflexionar en la altura (se ve que las neuronas estaban más alivianadas) sobre lo que nos había pasado a todos en esta última etapa de nuestras vidas.

Lucas comenzó allá por el 2006 mostrándonos que algo no le estaba cerrando en esto de la evolución. Como dice Marta, andaba con las líneas evolutivas bastante desequilibradas.

Podría contarles que en un comienzo estaba en su mundo casi todo el día, a tal punto que agarraba el triciclo amarillo y rojo y le daba a los pedales hasta salir del country por debajo de la barrera. O podría contar que se mecía en la hamaca roja desde las 7 de la mañana hasta cualquier hora sin emitir palabra alguna. O que nos advirtieron que podría no dejar los pañales, o que nos turnábamos para poder dormir porque no dormía bien, o que no se bañó por semanas, etcétera.

En este último tiempo ha dado unos saltos más que interesantes, tanto que ya anda haciendo unas cuantas diabluras, investigando cómo funcionan las cosas, aprendiendo solo los colores y los números, mirando videos en YouTube, enseñándonos de pesca a todos los que estamos en contacto con él.

Quizás lo mas importante es lo que ha generado en nosotros y quienes lo rodean respecto del entendimiento de qué es importante en la vida y cuán triviales pueden ser algunas cosas que hasta hace un tiempo para nosotros eran “fundamentales” en esta vida terrenal.

Este niño ha logrado despertar cosas en algunas personas que son casi inexplicables. Habría que preguntarle a Paola (quien nos ayuda en casa) cómo desarrolló un sentido de la paciencia que sus familiares más cercanos casi desconocen, cómo vencieron las otras chicas el miedo a los sapos, cómo logró que Anabel arropase en su cama a una boga del Paraná, cómo venció el miedo al agua María, cómo Ana pudo soportar tanto desastre en casa, cómo Cande a veces no disfruta de sus golosinas de regalo o cómo yo logré, en forma parcial, darle el control remoto de la TV.

Este chico ha despertado en nosotros cosas que desconocíamos, sentimientos puros de todo tipo (bronca y frustración incluidas), pero cuántas alegrías también.

Nos ha movilizado, nos ha abierto la cabeza. Por eso, allá arriba pensaba, ¿no será al revés? ¿No será que somos nosotros los que tenemos que aprender de él? ¿No será que nos cuesta a nosotros mucho dar y salir del mundo “ficticio” que nos armamos y simulamos a veces ser quienes en realidad no somos? ¿No será que él la tiene más clara que nosotros y yo soy el que no entiende? Y, si es así, y yo aprendí tanto o más que él en estos años, ¿no será que tengo que exigirle menos a él y más a mí?

Pues parece que me queda mucho por aprender. Hijo, papá es medio cabeza dura, aguantame. Cuidate mucho mientras yo desaprendo cosas, y logro comprender aquello que aún no entiendo. Me va a llevar un rato largo, así que corré, saltá, pescá truchas con la caña mediana, comprate unas anguilas, decile a Paola, Susana, Vero o Flavia que te hamaquen durante horas, reí a carcajadas sin explicarme por qué lo hacés.

Pero esperame. Ya estoy saliendo.

Un pensamiento en las alturas

Lucas es fanático de la pesca. Puede pasar horas en su actividad favorita.

Foto: Gentileza Martín Gómez