Una masita

La diversificación y la necesidad de generar permanentemente novedades, han generado un caos en el antes simple mundo de las galletitas. La verdad, les tiro una masita.

texto NÉSTOR FENOGLIO / dibujo LUIS DLUGOSZEWSKI

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Antes tenías las manon que no eran ricas -yo odiaba dos cosas de mi infancia: el corte de cabello a la italiana de don Remo y las masitas manon-, pero te mantenían entretenido: horas dándole a la mandíbula para reducir por fin esa pasta espesa que requería agua del pico de la canilla urgente o el mate cocido que te daban a veces en la escuela. La alternativa era una primera y única súper masita “de agua” igualmente irreductible: en las fiestas patronales, una de las competencias preferida era darle a algún valiente cuatro masitas de esas y el otro contrincante debía dar una vuelta a la manzana corriendo. El que terminaba primero ganaba. En general la victoria era para el corredor, a menos que el comedor de masitas -sin alusión ninguna, ni dios lo permita- fuera el Cosme, que tenía una garganta privilegiada, lubricada a puro chorizo en grasa...

En la actualidad el mercado de las galletitas se ha fragmentado tanto que uno no sabe qué pedir ni qué cosa come cuando se decide por algún subtipo. Antes la verdadera galletita de salvado era un pedazo de cartón sólo para tipos con dentaduras impecables y mucha fuerza interior y confianza en sí mismos. No eran para cualquiera.

Hoy, hay diferentes densidades, desde unas masitas que se parten de sólo mirarlas hasta otras que tienen dibujitos, rellenos, y pretensiosas subdivisiones o calados, además de los más diversos materiales e ingredientes, desde chocolate hasta asquerositos merengues, desde pegadas hasta otras con viscosos tapones de geles de atrevidos colores...

En materia de sabores, también se ha avanzado mucho: hoy hay masitas de cereales que son muy sabrosas, las de agua no son necesariamente feas y las dulces son exquisitas, manjares...

También las formas son muy diferentes: antes eran redondas o cuadradas; hoy tienen infinitas posibilidades de diseño (las primeras que vinieron con formas, se vendían sueltas, y eran unos toscos animales con el mismo sabor manon e igual de incomibles que todas, pero con formitas...) y las viejas figuras geométricas hoy se subdividen en otras.

Ahora vienen unas masitas sandwicheras con subdivisiones marcadas que invariablemente se rompen cuando las untás con algo, o se destruyen haciendo caso omiso a la línea de calado sugerida.

Así, en el picnic las hormigas tienen aseguradas también ellas su ración y en tu casa, pues, andá buscando la escoba porque más que una merienda o un desayuno parece que te tiraron un kilo de migas en la cara, con desparramo por el resto de la casa...

Cuando mordés una de esas masitas troqueladas, directamente se te quedan los pedazos con mermelada o lo que fuera pegados a la cara, pues ante el menor bocado -una marca semicircular que no vi en ninguna masita, carajo- el producto literalmente salta en pedazos.

Así uno mismo es como una masita, una trufa o un bombón -yo soy más trufa que bombón, lo aclaro...- con pedacitos de otra cosa pegados por toda la superficie...

Tanta diversidad no te asegura que no se trate de masitas fallutas que te dejan pagando en la primera de cambio. No entremos en el detalle de preguntar con qué grasa o aceite están hechas, porque entramos en el terreno inseguro de las trans: transpirabas antes para comerlas, ahora trans...

Y nos vamos: de tanto romper masitas por los lugares más inadecuados, uno extraña la monolítica consistencia de las viejas manon, que hasta las podías usar como figuritas: irrompibles, las guachas. Y recuerden siempre, mis chiquitos, sin ánimo de polemizar o estigmatizar a nadie, autor incluido: el que no come la masita, pues, araña el paquete. Una masa, la nota.

En la actualidad el mercado de las galletitas se ha fragmentado tanto que uno no sabe qué pedir ni qué cosa come cuando se decide por algún subtipo. Antes la verdadera galletita de salvado era un pedazo de cartón sólo para tipos con dentaduras impecables y mucha fuerza interior y confianza en sí mismos. No eran para cualquiera.