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Sobre la tensión modernidad/tradición

Las relaciones entre modernidad y tradición -la primera entendida como “importada”, la segunda, como el rasgo nacional que es preciso adaptar a la primera- se dieron en las sociedades latinoamericanas, según Aníbal Ford, de manera “dispersa y confusa”. Muchas veces, señala el autor, la modernidad estaba contenida en la tradición, y viceversa. Sin embargo, no parece ser el caso de la mayoría de los gobiernos o de los impulsores de políticas en nuestro país: se confundió, así, modernidad con lo extranjero y tradición con el nacionalismo más radicalizado.

El proceso de modernización desarrolló al mismo tiempo la necesidad del mejoramiento educativo (que sería luego un ideal), como de todos los estratos que componen y que hacen al funcionamiento social. Sin embargo, según Sarlo, el mismo crecimiento del mercado simbólico de medios en el interior mismo de sus proposiciones... “... minaba las bases de autoridad desde las que era apropiado pensar un paradigma educativoà”.

Así, el crecimiento de la industria cultural en la Argentina se hizo a veces a causa de su desarrollo económico y social, y otras veces a pesar de éste. En ocasiones, el desarrollo de los mercados de la diversión y su imposición como realidad innegable no encontró correlación en el avance general del país; si no, acaso, sucedió un fenómeno a la inversa. Esto es, el crecimiento simbólico y de consumo de enormes franjas poblacionales en perjuicio como corolario de una situación general de pobreza, caos y crisis permanente.

Si debemos entender que la nomenclatura posmoderna alude al estadio postindustrial, estaremos de acuerdo en que este estadio, que se observa en todo el mundo, en los países de menor desarrollo genera un proceso que reviste hondas desigualdades. La industria cultural no avanza del mismo modo que la industria a secas. En los países del primer mundo, las relaciones de los procesos económicos, políticos, sociales, tecnológicos, si no perfectas, se sustentan en las ventajas de ser esas mismas sociedades gestoras -y luego exportadoras- de los cambios. A diferencia de lo que sucede en nuestro país, en los países centrales las relaciones entre industria cultural, instituciones y economía, corresponden a una lógica de causas y efectos determinada por un grado de desarrollo comparable en los estratos sociales, que naturalmente es mucho más tangible que lo que sucede en América Latina. De tal forma, nuestro país asimila cambios aleatoriamente, desigualmente, por contrastes y no por desarrollos.

De ello se deriva, entonces, que en la Argentina puede observarse una suerte de modernidad social y estatal no completada, con el implemento a destiempo de tecnologías posmodernas, que sabrán cumplir algunas funciones, pero que no solucionarán los problemas de fondo. Tenemos, si se nos permite expresarlo paradójicamente, o recurriendo a un oxímoron, una “posmodernidad subdesarrollada”.

Algunas de las características de la posmodernidad -la hibridación, la reivindicación de la cultura popular, el descentramiento de la autoridad, la fragmentación y la dispersión, la crisis de las certidumbres y de los grandes relatos-, vienen a cuajar en sociedades caóticas como las latinoamericanas. La diferencia radical es que en nuestras sociedades estos postulados respecto de la modernidad no se dan como consecuencia de un proceso superado y experimentado, sino más bien, como la importación, una vez más, de lo que sucede en otro lugar, acaso porque antes experimentó un proceso que luego deriva en éste. Así, por caso, el descreimiento en la noción de progreso, la técnica y la ciencia, se da sin haber experimentado profundamente, en Argentina, la existencia de estos fenómenos.

Sobre la “posmodernidad” y “lo posmoderno” hay, claro está, una puja o una sucesión de posturas y terminologías diversas, que escudriñan el fenómeno de época desde perspectivas disímiles y que derivan en la construcción de una otra terminología relativa que intenta describir el estado actual de cosas, determinado por construcciones discursivas como “modernidad tardía” (Francescutti); “modernidad reciente o tardía como cultura del riesgo” (Giddens); “capitalismo tardío o capitalismo post-industrial” (Muñoz).

Sobre la tensión modernidad/tradición