volanta

Señores de las cuatro décadas

Menos mal (¿menos mal?) que ya no hay trenes: entrar a la Feria del Libro en la Estación Belgrano y que la bienvenida sea Arjona chillando desde los parlantes, habría justificado tirarse debajo de uno.

Excepto el auditivo, el resto de los sentidos se estremeció al ver a la vieja construcción devenida espacio cultural: la boletería muda, los ventanales imponentes, las paredes como moles, los pisos intactos. Y el andén, con la nostalgia propia de tantas historias y adioses y abrazos perdidos.

En esa postal, los libros encontraron esta vez su espacio. Fue lo único diferente: el resto los stands, las propuestas editoriales, las caras fue una copia más o menos fiel de lo ya visto.

El domingo por la tarde, mientras el guatemalteco se empecinaba en que las señoras le pusieran vida a los años, que es mejor, el grupo The Jumping Frijoles protagonizaba un espectáculo de una calidad artística y estética poco usuales. Siete músicos le regalaron a los “chicos de cuarenta”, y también a los chicos legítimos que pululaban por el andén, un manojo de canciones de ésas que se guardan como tesoro y se tararean décadas después, cuando se es padre. Como en un hechizo fueron apareciendo los acordes de Titanes en el Ring, María Elena Walsh; Gaby, Fofó y Miliki; Carlitos Balá. Y fue entonces cuando la momia se dio la mano con el perro salchicha, y cuando el chico-hombre de pelada incipiente se descubrió moviendo la cabeza en la batalla del movimiento, al lado del chico-chico. Y fue cuando a otro señor de cuatro décadas y gesto adusto se le escapó una sonrisa irreprimible: Martín Karadajián saludaba desde los parlantes.

Las mujeres del grupo vestían enteritos: no eran ni masters en plastilina, diría Capusotto, ni proyectos de vedettes. Eran buenas artistas, cantaban bien y tenían gracia. Los varones tocaban instrumentos acordeón, teclado, batería. Se notaba detrás mucho trabajo, ensayo, esmero. Talento.

Pasó una edición más de la Feria, la decimosexta. El emotivo reencuentro de la gente con el edificio será, sin dudas, uno de los puntos a favor. En el otro platillo de la balanza, cabría - además de resolver los problemas acústicos propios de espacios tan amplios- preguntarse si no sería saludable empezar abrir puertas a otras provincias, a otras librerías, a otros autores, a otras voces, para no caer en la peligrosa abulia de lo ya establecido...

A los dieciséis años, la Feria atraviesa una etapa quizá definitoria. La amalgama perfecta entre experiencia y juventud, como dice el poeta.