Adquirir y preservar una personalidad propia

Por Raúl Fedele

“W.H.Auden: los Estados Unidos, y después (Poesía selecta, 1939-1973)”, de Rolando Costa Picazo. Ediciones Ativo Puente ([email protected]). Buenos Aires, 2009.

En 1994, Rolando Costa Picazo había publicado un libro sobre la primera poesía de Wystan Hugh Auden (1), la que había escrito en juventud en su país natal, Inglaterra. Ahora, en un segundo volumen, aborda la ulterior etapa de la producción de Auden, dividiéndola en cuatro partes. La primera se abre en enero de 1939, con el rotundo cambio que significa el arribo del poeta a los Estados Unidos, acompañado por su amigo Christopher Isherwood (el autor de la inolvidable novela “Adios a Berlín”), y su decisión de residir allí.

Costa Picazo nos cuenta cómo los Estados Unidos resultaron para Auden, en principio, una inmensa tierra de soledad desprovista de raíces. “(América) es la experiencia más decisiva de mi vida hasta este momento. Me ha enseñado a ser la clase de escritor que soy, un introvertido que sólo podrá desarrollarse si obedece su introversión. Todos los estadounidenses son introvertidos. Adoro Nueva York, pues es la única ciudad en que puedo trabajar y vivir tranquilamente. Por primera vez llevo una vida que se aproxima remotamente a la clase de vida que pienso que debería vivir. Nunca he escrito ni leído tanto”, escribe a un amigo.

Cyril Connolly (el autor del memorable ensayo “La tumba sin sosiego”) recuerda que Auden se dejó encantar por este “gran país nuevo, abierto, impersonal”. Costa Picazo analiza los tres fenómenos biográficos de estos años (1939-1947) íntimamente ligados a la transformación que se opera en la poesía de Auden: la emigración, la conversión religiosa y la crisis sexual.

Una consecuencia radical de la residencia americana será “el abandono de toda intención política en su poesía. El reino del poeta es el discurso, y él sólo puede influir en el ámbito de las palabras”. En una conferencia de 1940 sentencia que “el poeta es un revolucionario que busca convertir a su lector a una sociedad verbal”.

La estadía en los Estados Unidos coincide con su conversión religiosa. Un día en un cine donde se proyecta un film sobre la invasión a Polonia, al aparecer unos polacos judíos, algunos espectadores comenzaron a gritar “¡Mátenlos!”. Auden sale horrorizado de la sala y se refugia en una iglesia. “Sus creencias liberales, su flirteo con el marxismo y su fe en las nuevas teorías psicológicas no bastaban para defenderse contra una humanidad que resultaba ser depravada por naturaleza. Se embarcó en la búsqueda de “la visión que objetiva’” y comenzó a leer textos religiosos. Se interesó en Reinhold Niebuhr y en Kierkegaard y sus tres estadios de la ascensión existencial (la etapa estética, la ética y la religiosa). Citaba a Simone Weil: “Yo creo en un Dios que es como el Dios Verdadero en todo, excepto que no existe, pues yo todavía no he llegado al punto en que Dios existe”.

Sus sentimientos y su práctica religiosa no le impidieron considerar a Eros como un acercamiento a Ágape (el amor de Dios), aunque “nunca dejó de considerarse un pecador irredimible”. Es también el tiempo de su crisis sexual. En el primer año de su nueva residencia se une a un joven 18 años menor, cuyo comportamiento promiscuo pronto lo desilusiona, aunque seguirán siempre siendo amigos. La soledad lo acosa, pero es también una verdad a la que se anima a mirar de frente: “Cada uno debe recorrer su camino, paso a paso, solo”.

Costa Picazo hace notar que Auden “se cuida muy bien de conservar la ambigüedad del sexo de la persona amada. No escribe poemas homosexuales. Esto no se debe a que sintiera vergüenza de su condición de homosexual, conocida por sus amigos e incluso por muchas otras personas. Auden siempre sostuvo que hay que separar la vida privada del arte. Le espantaba la poesía “confesional’, como la de Anne Sexton, y no quería que nadie escribiera su biografía”.

A esta primera parte (que se corresponde con la traducción de Costa Picazo de poemas como “Herman Melville”, “En memoria de Sigmund Freud” o “Ante la tumba de Henry James”, todos presentados en versión bilingüe) sigue una segunda, que va de 1948 a 1957, cuando Auden comienza a desprenderse de los Estados Unidos, con largos períodos de vacaciones en Ischia. Calma y resignación parecen adueñarse de él. En su poesía los temas que le preocupan tienen que ver “con la libertad de la voluntad, el bien y el mal, la posibilidad de perpetuar un nuevo orden de acuerdo con una vida cristiana, las limitaciones humanas, el amor como ágape, la naturaleza del arte”.

En 1949 participa del jurado Bollingen que premia a Ezra Pound, recluido en un manicomio en Washington debido a su cargo de traidor a la patria, por su adhesión al fascismo. Ya en 1946 Auden había tomado una posición drástica contra su editorial, que había decidido no publicar a Pound por sus ideas políticas. En 1956 consigue un cargo de profesor de poesía en Oxford, y así se produce su regreso a Inglaterra. Hermosos poemas pertenecen a este período: “En homenaje a la piedra caliza”; “No habrá paz”; “También nosotros conocimos las doradas horas”...

La tercera etapa corresponde a los años 1958-1971. Entre los otoños en Nueva York y las clases en Oxford, varios libros publica Auden en este período. “The Dyer’s Hand” recoge sus conferencias inglesas, y al referirse a la poesía moderna realiza una radiografía que puede aplicarse a su propia producción del momento: “El estilo característico de la poesía moderna es un tono íntimo de voz... Y su héroe característico no es ni el “Gran Hombre’ ni el rebelde romántico, ambos hacedores de proezas extraordinarias, sino el hombre o la mujer común y corriente que, a pesar de todas las presiones impersonales de la sociedad moderna, logra adquirir y preservar una personalidad propia”. Su tono es casi epistolar, señala Costa Picazo, que traduce de este tiempo poemas como “Un cambio de aire”, “Lingüística natural” , “Un shock” y “Soledad” (“Fantasma no invitado, agresivo,/ invisible visitante,/ espectro sin tacto que arruinas/ mi tête-à-tête conmigo mismo...”).

Declara a la democracia como la mejor forma de gobierno, “no porque los hombres necesariamente vayan a llevar una vida mejor o más feliz en este sistema, sino porque permite un experimento constante; un experimento determinado podrá fracasar, pero la gente tiene derecho a cometer sus propios errores”.

La cuarta parte corresponde a los dos últimos años de vida de Auden, 1972-73. Un paria en su propia tierra. Seamus Heaney dice: “Hay algo parabólico en la imagen de Auden en el último año de su vida, cuando ha regresado a su patria en Oxford, sentado allí en un café, no tanto inabordable como inabordado, aislado por fin en el mundo mismo donde él había descubierto por primera vez la comunidad”.

Costa Picazo traduce de estos últimos veinte meses de Auden: “Gracias, niebla”, “Alborada”, “No, Platón, no”, “Breves” y “Una acción de gracias” , y comenta: “ En su período final, Auden escribe poemas que parecen “notas de pie de página” de su vida. Son poemas referidos a minucias de cotidianeidad, tildados de triviales por muchos críticios, poemas que, si bien han perdido la oscuridad y ambigüedad de la primera poesía, presentan dificultades de sintaxis y de léxico”.

Tras la traducción de los poemas, sigue una amplia sección de notas que iluminan cada poema, señalando las referencias, subrayando los hallazgos o citando los estudios o textos atinentes. Se cierra así un libro (un ciclo, si consideramos el anterior volumen de 1994) clave, no sólo para el conocimiento de la poesía de Auden en nuestra lengua, sino para la postulación de una forma rigurosa, respetuosa, creativa y amorosa de traducción y estudio de un poeta.

(1) “W. H. Auden. Los primeros años” (Grupo Editor Latinoamericano. Buenos Aires, 1994).

1.jpg
2.jpg

W.H. Auden, fotografiado por Cecil Beaton, en 1930, 1954 y 1967.

3.jpg