La Historia contra el individuo

Por Livio Maderi

“Lejos de dónde”, de Edgardo Cozarinsky. Tusquets Editores, Buenos Aires, 2009.

Cinco fechas. Enero de 1945: una mujer austríaca escapa en Polonia del campo de concentración nazi donde ha servido como “empleada administrativa”. Hace semanas que empezaron a escucharse rumores sobre el avance del Ejército Rojo, y esta mujer ha decidido huir por su cuenta, robando previamente y cosiendo en el ruedo de su capote veinte kilos de dientes de oro arrancados a las víctimas del campo. Lleva también un pasaporte, elegido entre los tantos que ella misma estaba encargada de quemar, con la palabra “Jude” estampada en letras góticas, cruzando un nombre. La foto en el documento de la mujer podría ser ella antes de sufrir las imaginables privaciones del caso. Algunas personas, increíblemente desinteresadas, la ayudan en su fuga, con un plato de sopa o un pasaje en carro. Cuando llega a su ciudad, Viena, un cura comprueba su acta bautismal que la acreedita católica y decide ayudarla.

Noviembre 1948. La mujer está en Buenos Aires. Sigue usando un pasaporte falso, con otro nombre judío. Vive en una pensión, junto a otros oscuros refugiados, y trabaja en la cocina de un restaurante alemán. Una noche reconocerá al médico que tanto admiraba en el campo de concentración, obsesionado con experimentar sobre los prisioneros en la búsqueda de aclarar los ojos oscuros. El olor de las parrillas que pululan por la ciudad le provocan recuerdos que a toda costa busca sepultar. Un día se ve inmersa (y adhiriendo) en una manifestación dirigida hacia una plaza, en la que se vitorea a una mujer rubia y esbelta en un balcón.

La frase con que la ha despedido el obispo de Génova que le procuró un salvoconducto de la Cruz Roja (“La caridad existe”) recurre a menudo a su memoria, la memoria que busca relegar tantas cosas. Como el recuerdo de la hija que había parido semanas antes de ser aceptada por la Wehrmacht, que había confiado a una familia de campesinos polacos y a la que había dejado de visitar cuando la niña todavía no había cumplido tres años.

Una noche en Buenos Aires, al regresar de su trabajo a la pensión, dos o tres hombres la arrastran a un edificio en construcción y la violan. Queda embarazada. A su hijo lo llamará Federico, por el emperador Barbarroja.

Agosto 1960. El presidente general ha caído y el tiempo y la nueva situación política inquieta a algunos refugiados, aunque están los que han vuelto exitosamente a Europa mientras otros han sido raptados por comandos israelíes. El hijo, Federico, tiene doce años. Es morocho y achinado, curioso y amante del cine. Acosa con preguntas a su madre. “En la escuela ya le han dicho a Federico Fischbein que es judío. ¿Por qué? ¿Qué significa?”. Le dicen: “Vos te salvaste porque naciste aquí, pero si tu vieja no rajaba a tiempo de Alemania serías jabón”.

Febrero de 1977. Federico escapa hacia Corrientes, esperando con un pasaporte falso cruzar a Brasil y saltar a Europa. Escapa de la doble persecución de los parapoliciales y del movimiento guerrillero “al que había creído pertenecer”.

Otra fecha aún: Diciembre 2008. Federico en Europa. Pero las leyes de la intriga narrativa desaconsejan que sigamos con este resumen.

En cada una de tales fechas se sigue, como paralelo o contrapunto, la historia de Yevgueni Khaldei, el fotógrafo autor de la célebre foto de la bandera soviética sobre el techo del Reichstag (equivalente -y como ella puesta “de la escena real”- a la de Robert Capa, con la bandera estadounidense en Iwo Jima).

El verdadero tema de esta apasionante novela, “Lejos de dónde”, es la red de tragedias que la Historia propina a los protagonistas. La Historia política como enemigo del individuo. Esa Historia que no puede ser agotada por la disciplina histórica, o los hoy superabundantes ensayos sociológicos. Sólo la novela es capaz de aprehender esa profunda realidad, como comprende Federico tras haberse educado en el prejuicio de que “la lectura de obras de ficción no era algo sano”.

Resulta notable cómo pudo Edgardo Cozarinsky contar tanto en esta novela breve, con una respiración además para nada atropellada, al contrario, con descripciones y análisis psicológicos precisos y minuciosos. Cómo pudo decir tanto del nazismo, del fin del nazismo, de la política argentina durante el peronismo y durante los años feroces de la guerrilla y la última dictadura militar. Contar tanto y con una óptica para nada asimilable al centenar, al millar de novelas que han polulado y polulan y amenazan seguir polulando nuestras librerías.

Quizás, por un lado, la explicación estribe en el respetable pasado cinematográfico de Cozarinsky, en lo que el gran cine puede contribuir a la conformación de una estructura nueva y concentrada de la narrativa literararia, pero por otro lado, la explicación más certera -e inefable- radique simplemente en el arte de Cozarinsky.

 

La Historia  contra el individuo