Otra semana de fuertes declaraciones

De gobernar, ni hablar

Fiel a sus reflejos y esclavo de sus fantasmas, el gobierno denuncia como desestabilización el fruto de sus propias políticas.

Sergio Serrichio (CMI)

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El sonido y la furia siguen dominando la política argentina y limitan su capacidad para encauzar el conflicto social, alimentado por niveles de pobreza en aumento, una marea de inseguridad a la que el gobierno no encuentra respuesta eficaz y una economía anémica y huérfana de inversiones.

El jueves, luego de la convocatoria del secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT), Hugo Moyano, y el piquetero oficialista Luis D’Elía, a una movilización a Plaza de Mayo “en defensa” del gobierno nacional, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner tuvo el buen tino de pedirle al líder camionero que desista de la idea. Por ahora.

Aunque el ex presidente Néstor Kirchner, que concibe el poder como el manejo indisputado de “la caja” y de “la calle” y presenta con un “relato” que envuelve esas efectividades en simbología de consumo militante, había alentado la iniciativa de Moyano; a poco andar, la presidenta y algunos de sus ministros, como el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, percibieron los peligros que entrañaba.

El primero era la partición de los movimientos sindicales y piqueteros en facciones irreconciliables, de un modo que escapara por completo al control oficial, con riesgo de cuotas crecientes de violencia callejera.

En la interesada pero firme alianza política que el matrimonio presidencial tiene con Moyano, cada paso debe implicar un balance de costos y beneficios para las partes.

Esa condición no se cumplía en el llamado del líder de la CGT, que lo concibió, en parte, como una nueva ratificación oficial al modelo de sindicato único, en momentos en que el polo alternativo, la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), cobija fuerzas que el kirchnerismo no se anima a desdeñar del todo. No, al menos, explícitamente.

Una lógica parecida ocurre en el universo de los movimientos sociales, agitados tanto por el crecimiento de la pobreza y de las necesidades sociales durante los últimos dos años y medio, poco más o menos, como por decisiones oficiales que afectaron el precario equilibrio entre piqueteros kirchneristas y no kirchneristas.

¿Destituyente yo?

Sucede que, aunque el gobierno y sus voceros se desgañiten denunciando movidas desestabilizadoras que tienen más que ver con sus fantasmas, historiales y praxis políticas que con las intenciones y la capacidad operativa de las diferentes expresiones de oposición, la agitación de las últimas semanas, sobre un fondo de crispación de sello kirchnerista, es hija de decisiones (y no decisiones) oficiales.

Antes de seguir, un rastreo a los fantasmas “destituyentes” del kirchnerismo (*).

En 1990, Néstor Kirchner (entonces intendente de Río Gallegos) y su esposa, desde la cámara de Diputados de Santa Cruz, se encargaron de destituir a Jaime del Val. El primero y más probado de los cargos del juicio político que se le realizó al entonces gobernador santacruceño fue el uso de máquinas de vialidad provincial en su propia estancia; otro, faltas a la ley provincial de pesca; y otro aun, un empréstito irregular por 430 millones de dólares. Todos cargos que empalidecen ante el uso de la flota aérea presidencial para movilizar familiares o hacerse llevar diarios de Buenos Aires a El Calafate, el misterio de los fondos de Santa Cruz o la maraña de fortunas K y fondos fiduciarios oficiales.

Ramón Granero (a la sazón secretario contra la drogadicción en las presidencias kirchneristas) quedó a cargo del Ejecutivo provincial; Héctor Icazuriaga (actual titular de la Side) asumió como ministro de gobierno; Daniel Cameron (actual secretario de Energía de la Nación) como ministro de Economía; Julio de Vido al frente de Vialidad provincial y Alicia Kirchner a cargo del área social. Al año siguiente, Néstor, el jefe de todo ellos llegó, esta vez con votos, a la gobernación de Santa Cruz.

Con esos antecedentes, se entiende que los Kirchner sean hipersensibles a comprar (o hiperinteresados en vender) movidas destituyentes.

Cosecharás tu siembra

La agitación de los últimos días, decíamos, es hija tanto de la crisis como de acciones y omisiones oficiales. Según los propios datos del Sistema Integrado de Jubilaciones y Pensiones, la economía destruyó en la primera mitad de este año 221.000 empleos formales, la mitad de los que había logrado crear desde el último trimestre de 2007. Quienes perdieron esos lugares cayeron en el liso y llano desempleo o en la intemperie del trabajo en negro, terrenos fértiles para los movimientos sociales.

Más allá de esas dificultades, que comenzaron antes de la crisis internacional y se obstinan en sobrevivirla, fueron los Kirchner quienes prometieron a la CTA el reconocimiento de una personería gremial cuya concreción siguen demorando.

Los jefes sindicales de la vieja escuela, moyanistas o no, están, además, perdiendo el toque a medida que envejecen. Como señala el analista político Sergio Berensztein, Rodolfo Daer, atornillado hace 25 años en el sindicato de la alimentación, provee la peor Obra Social de los gremios “gordos”, factor que, por caso, hizo que los trabajadores de Kraft fueran más permeables a la izquierda gremial.

En la desamparada base de la que se alimentan los movimientos sociales, en tanto, a la pérdida de empleos se sumó la licuación de ingresos por efecto de una inflación verdadera que desde principios de 2007 a la fecha acumuló al menos 70 por ciento.

El gobierno terminó de romper el delicado equilibrio entre piqueteros kirchneristas y no kirchneristas cuando instrumentó, a través de los intendentes peronistas del conurbano bonaerense, el reparto de dinero a cooperativas, por el pomposamente llamado programa de “ingreso social con trabajo”, a razón de 1.300 pesos por beneficiario (menos la parte que queda en el camino), allí donde los punteros competían antes por el reparto de planes de 150 a 200 pesos. Nadie puede sorprenderse, entonces, del tironeo clientelar y la movilización de los desesperados y que algunos busquen canalizarla según sus intereses.

En ese clima, recordó el viernes la Iglesia, la conflictividad en las calles, lejos de ser un signo de vitalidad, debilita la democracia en vez de fortalecerla. Y convocó a concentrarse en la inseguridad y la dramática pobreza que padecen millones de argentinos.

Ojalá que la oposición, que no atina a encontrar su centro de gravitación mientras la aplanadora legislativa oficial sigue haciendo de las suyas (el miércoles aprobó un presupuesto de ficción), pero en especial el gobierno, la escuche. Porque, entre tanto griterío, de gobernar, ni hablar.

(*) Datos extraídos del libro “Kirchner, el amo del feudo”, del periodista Daniel Gatti.

De gobernar, ni hablar

Cristina, Néstor, D’Elía y Moyano.