Los celos

Luis Guillermo Blanco

La Real Academia Española define a la voz celo en su acepción que aquí nos interesa- como la “sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado o mude su cariño, poniéndolo en otra”, siendo celoso/sa la persona “que tiene celos (sospecha de que la persona amada mude su cariño)” y celar “hacerle cargo (a esa persona) de haber puesto su cariño en otra”. Recelar es “temer, desconfiar y sospechar”.

Puede decirse que es normal sentir celos, pues forman parte de nuestra vida afectiva (Freud). Y “de hecho, unos celos graciosos pueden ser halagadores para el objeto amado y no tienen nada que ver con los celos obsesionantes y morbosos que turban el equilibrio psicofísico de la pareja” (Roberti). Esto último, porque, a más de los celos comunes (un estado emotivo ansioso), algunos ridículos, hay celos propiamente psicopatológicos, infundados, obsesivos, descontrolados y destructivos.

Y aun celos delirantes, con su componente paranoico (Freud). La literatura de todas las épocas ha brindado buenos ejemplos de ello. Creemos que el mejor de todos está dado en “Otelo” (Shakespeare), quien no quería aplacar sus sospechas de adulterio de su mujer, sino que se confirmen, y así, preso de su celosía paranoica y creído de ello, la mata. No corrió mejor suerte “Ana Karenina” (Tolstoi), cuya neurosis se manifestó en bruscos cambios de temperamento, en un creciente sentimiento de odio a su amante (el conde Vronsky) y, al mismo tiempo, en unos celos patológicos, imaginándoselo con otras mujeres. Y así, presa de su obsesión enfermiza, termina suicidándose, arrojándose a las vías del tren cuando va a pasar una locomotora. El protagonista de “El túnel” (Sábato), un pintor que vive en un estado de angustia permanente y que enloquece debido a la imposibilidad de comunicarse, incluso con la única mujer (María) que había llegado a comprender el mensaje de desolación implícito en sus pinturas, también expresa en sus actos una marcada paranoia, y su desesperanza se arraiga a lo largo de su obsesiva carrera por atraparla y poseerla (dominarla) totalmente. Él así la amaba, pero discutían continuamente porque él le hacía muchas preguntas rebuscadas acerca de sus antiguas relaciones con otros hombres y de su esposo; siempre deseaba saber la verdad, pero aunque se la dijeran él nunca la aceptaría. Sentía que María era falsa, que le ocultaba cosas, que se burlaba de él. Y termina matándola de una puñalada, llorando, por haberlo dejado solo. Con el fin egoísta y psicopático traducido en el dicho vulgar “mía o de nadie”.

Según Melanie Klein, los celos “están basados sobre la envidia” (a la cual conceptuó como “el sentimiento enojoso contra otra persona que posee o goza de algo deseable, siendo el impulso envidioso el de quitárselo o dañarlo”), “pero comprende una relación de por lo menos dos personas y conciernen principalmente al amor que el sujeto siente que le es debido y le ha sido quitado, o está en peligro de serlo por su rival”. Y como ya se dijo, pueden ser enfermizos, delirantes, que llevan a la obsesión (interrogatorios agotadores e “inspecciones detectivescas” de agendas, carteras, teléfonos celulares, etc., y aún a perseguir con odio a su “amor” y no dudar en atacarlo) y que pueden concluir con actos impulsivos que devienen en una tragedia. Vg., recordemos a Fabián Tablado, que mató a su novia cuando ella intentó dejarlo, propinándole 113 puñaladas (1966).

Entonces, resultaría necio preguntar si los celos son un síntoma de amor. Son un residuo de la prepotencia hiperposesiva infantil y las personas muy celosas son excesivamente inmaduras, neuróticas, y sufren un sentimiento de inseguridad y problemas de baja autoestima. Buscan con detalle todas las pruebas de su presunto infortunio y se muestran opuestas a los argumentos racionales que desmientan a los fantasmas de su imaginación (matizada por ese miedo de perder a su amado/a, lo cual a la vez provocan, agotándolo/a con sus desquicios y desplantes), generando infelicidad para su compañero/a y la suya propia, y destruyendo la relación afectiva, pudiendo llegar a todo tipo de violencia.

Ahora bien, ¿se puede celar a una persona de la cual uno se ha separado hace largo tiempo? Si la separación no fue psicológicamente elaborada, y más aún si se conserva por el otro algún grado de amor, aunque oculto o disfrazado de odio o indiferencia, diremos que sí. Celos que pueden “aparecer” de las formas más delirantes, sino revestidos de cierta falsa seriedad, vg., demandando al ex cónyuge por lo que fuera, a fin de intentar mortificarlo un poco, dando rienda suelta a la celosía.

El cancionero popular, y especialmente el tango, dan buenos ejemplos de ello. Como aquel triste personaje de “Alma de fantoche” que padece angustia de sentirse “abandonado y pensar que otro a su lado pronto... pronto le hablará de amor”, gustando “poder brindar por los fracasos del amor” (Cadícamo, 1936). O diciéndole a su mujer odiada “¡No quiero verte más! ¡Vuelve mañana!” (Linning, 1922). Y así, categóricamente aquí ocurre que es cierto decirle a un viejo rencor que “tengo miedo de que seas amor” (Amador, 1932). Amor patológico, por cierto. Con su consecuente celotipia.

Los celos

La variedad y escalas de celos fluctúan de algunos sentimientos ansiosos “normales” a otros ridículos, psicopatológicos, infundados, obsesivos, descontrolados o destructivos.

Foto: Archivo El Litoral