Marche un tinturazo

Marche un tinturazo

El teñido del cabello, antes exclusividad de la dama, ahora es también propiedad del caballero, cualquiera sea su edad. Y además, se ha roto la especificidad del peluquero, estilista o como quieran: ahora cualquiera se “tinturea”. Me parece que estamos en presencia de un Toco teñido de frivolidad..

TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI

Si bien decolorar o colorar el cabello es un arte antiguo, hasta hace poco tiempo, las personas simples (aun aceptando que esa categoría ya no existe) envejecían sin intervenir: mujeres y varones tenían sus canas y todo consistía sólo en un corte de pelo o un peinado adecuado. Pero han logrado -no sabemos quién: es una construcción colectiva- inculcarnos la idea de que debemos y podemos vernos bien o mejor o más joven. Y así aparecieron las tinturas.

Pues bien, desde el reinado natural de las canas hasta la utilización de las tinturas de forma generalizada y masiva, han pasado apenas un puñado de años, pero el recorrido y los cambios fueron increíbles.

Basta acercarse a una góndola de productos para el cabello: hay metros de propuestas de tinturas varias, con diferentes calidades, precios, colores y modalidades de aplicación. Una persona puede ser otra en cuestión de minutos.

Quiero diferenciar desde el vamos las intenciones: en general predomina todavía la idea de que uno se tinturea (es un neo verbo con vigencia y conjugación plena, un verbo colorido, literalmente) para que el pelo tenga una pigmentación homogénea, capaz de tapar las canas por un lado y por el otro dar realce al conjunto.

Y hay una segunda intención en la elección de las tinturas que tiene que ver estrictamente con lograr colores diferentes del que nos dotó o condenó de una la madre naturaleza: gente que quiere ser rubia, morocha, o con un mechón violeta porque sí, porque tiene ganas y porque se la banca, y si no te gusta no mirés, ¡amargo!

Otro espectáculo al que asistimos es el de la aplicación. Hasta hace poco, las niñas y señoras debían desfilar por la peluquería y pelearse por llegar a tiempo o primero para salir nuevas.

Una carrera para llegar a la silla del profesional, una pelea en la que a las mujeres se les va la vida. Ustedes ya conocen el proceso. Son horas allí, en la peluquería, sólo para verse no estrictamente mejor (una intención obvia) sino para verse distintas, diferentes.

Es una apuesta por la vida y un salto hacia el mañana, un desafío. No hay que minimizar nunca esta intención femenina, ni cometer el error de ponerse delante de una mujer que marcha hacia la peluquería: te pasarán por encima, chiquito, y vos sabrás entonces que no entendiste nada de la vida. Digo que en esa pulsión está la idea misma de progreso de la humanidad, pues se trata literalmente de gente que busca, provoca y consigue cambios.

La demostración de esta cuestión está en la satisfecha cara de la mujer que luce un peinado o un color nuevo: un estado parecido a la felicidad que rara vez puede aportar un hombre. Y no diré más.

Hablaba de los estantes de productos para el teñido del cabello: tenés los nombres franceses (Francia siempre es sinónimo de glamour, aunque se trate de una tintura barata); los nombres ingleses (que remiten a Hollywodd, a un prestigio más seco, sajón, técnico y moderno) o directamente los españoles que son lo que son, carajo, sin disimulos ni alusiones.

¿Alguien vio todas las posibilidades cromáticas disponibles, desde el rojo Gilda -saquen sus conclusiones- hasta el azabache, desde los que remiten a arenas, saharas y cenizas, hasta los que proponen catorce mil blondas variantes más o menos rubias?

Pero el fenómeno más grave es la desregulación de la aplicación: cualquiera puede mandarse una de esas tinturas en su domicilio y de manera sencilla. Hay familias enteras que salen con el mismo color, perro incluido, para aprovechar y abaratar la producción. Y hay desde tonalizadores que van supuestamente sólo por las canas -para los tímidos- hasta tinturas totales; desde líquidos hasta polvos para mezclar y preparar en grandes cantidades, como si se tratara de una pintura para la pared de la cocina, sin alusión al pelo de ninguna o ninguno...

Con el tema de los vagos, predomina todavía, en porcentajes inestables y decreciente espíritu, la idea de que un verdadero varón se las banca solito sin ningún tinturazo. Pero dos por tres aparece alguno con un toquecito modesto o con un baldazo completo. ¿Tú también hijo mío? Yo sigo firme, enhiesto, canoso, escuchándolo todo, resistiendo cual un risco que soporta los embates del mar (las canas traspasan poesía senil a las neuronas cercanas)... Más que tinte frívolo, al final esta fue una nota de color. Ya se dieron cuenta, porque no tienen ni un pelo de tonto.