“LUNA NUEVA”

Amores latentes después del crepúsculo

Amores latentes después del crepúsculo

Seducción adolescente. Kristen Stewart y Taylor Launter en una escena de la segunda entrega fílmica de la taquillera saga sobre vampiros variopintos y amores juveniles.

Foto: Gentileza Summit Entertainment

 

Rosa Gronda

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Salvando la honorable distancia que va de las páginas de Shakespeare a la banalización folletinesca, es cierto que hay similitudes en la historia de amores contrariados de los protagonistas de la saga iniciada en “Crepúsculo”, basada en la pluma de la escritora estadounidense Stephenie Meyer. Como en el drama universal de Romeo y Julieta, los protagonistas Bella Swan y Edward Cullen, no suman juntos cuarenta años y pertenecen a mundos diferentes: ella es humana y él un vampiro especial, piadoso y bello. Es un amor condenado a los equívocos y las oposiciones.

La primera entrega “Crespúsculo” era la presentación y el inicio del amor de los jóvenes protagonistas. Esta continuación de la saga muestra un momento oscuro en la vida de la heroína Bella Swan, que pasa por una honda depresión tras la partida de su novio quien, para evitar ponerla en peligro (la sangre humana sigue siendo una permanente tentación aun entre vampiros descafeinados) prefiere alejarse, aunque sin dejar de amarla. Así Edward abandona el pueblo de Forks, mientras Bella busca consuelo en Jacob Black, un encantador amigo de la infancia, con quien compartirá algunas actividades riesgosas (otro tópico adolescente). La necesidad de adrenalina que reemplace el doloroso vacío impulsa a Bella a correr a altas velocidades en una moto que su nuevo amigo le ayuda a reparar. También copia de Jacob y su grupo, la temeraria (e irresponsable) pirueta de arrojarse en “clavado” desde los rocosos acantilados. Entre algunas recurrentes pesadillas, la joven siente una progresiva atracción por Jake, aunque el recuerdo de Edward persiste en visiones que tiene cuando está en peligro. Pero el amigo de la infancia tampoco es totalmente humano y está vinculado a los licántropos, hombres-lobo enemigos ancestrales de los vampiros, con lo que nuevamente aparece la necesidad de optar entre mundos irreconciliables.

Lluvia de suspiros

La lucha entre lobos y vampiros es uno de los ejes de esta segunda entrega. El otro, el amor que tiene tantos obstáculos entre los protagonistas. Entre apelaciones permanentes a Romeo y Julieta se araña el tema de los amores condenados con el esperable despliegue de efectos visuales, imágenes en cámara lenta y miradas tan seductoras como las de un sofisticado anuncio comercial.

La banda sonora aporta decenas de canciones que intentan tapar los baches narrativos, porque aunque Weitz es un director mucho más interesante que Hardwicke, la anterior directora de “Crepúsculo”, tampoco aporta ninguna diferencia notable.

La historia se apoya en un aparato visual que busca la belleza en juegos simplistas de iluminación y de movimientos de cámara, para resaltar un continuo desfile de abdominales marcados, mostrados con buscada ralentización. Lo más asombroso es constatar la empatía del filme con sus espectadores, mayoritariamente adolescentes.

Se percibe en la platea una revolución de hormonas avivadas con el gran protagonismo de la música a medida. Los fans quedan sedientos de más. Eso sí, no busquen arte duradero sino belleza y emociones un tanto superficiales, desde los esculturales torsos de los muchachitos a los paisajes conformados por los gigantescos bosques del norte estadounidense, con la atmósfera de sus mitos folclóricos vinculados a la naturaleza agreste. Si te gusta el cine rosa de las telenovelas, el romance trágico y la suma de efectos seductores, adelante.


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BUENA

LUNA NUEVA

Título original: “The Twilight Saga: New Moon”. Procedencia: Estados Unidos, 2009. Con Taylor Lautner, Robert Pattinson, Kristen Stewart, Dakota Fanning, Anna Kendrick, Edi Gathegi, Ashley Greene, Kellan Lutz, Elizabeth Reaser, Nikki Reed, Peter Facinelli, Billy Burke. Director: Chris Weitz. Guión: Melissa Rosenberg, basado en la novela “Luna nueva” de Stephenie Meyer. Fotografía: Javier Aguirresarobe. Montaje: Peter Lambert. Música: Alexandre Desplat. Duración: 130 minutos. Se exhibe en Cinemark.