Alianzas peligrosas

Una de las peores noticias que podríamos recibir los latinoamericanos en estos “tiempos de cólera”, es el traslado del conflicto en Medio Oriente a nuestra geografía. Los problemas que tenemos en el continente ya son lo suficientemente graves como para que, además, sumemos los detalles de una guerra que se viene librando, por lo menos, desde hace más de medio siglo.

Las visitas de los principales actores de este conflicto parecen augurar este futuro. Sin embargo, sería un error suponer que los problemas se suscitan solamente por una visita o alguna gira política. Los jefes de Estado tienen el derecho de realizar giras diplomáticas y lo que hay que preguntarse en todo caso, es si estas visitas tienden a fortalecer los lazos comerciales y asegurar la paz o, por el contrario, estimular el espíritu guerrero.

El problema que se nos ha presentado esta semana, no reside tanto en las visitas de líderes de Medio Oriente, como en la actitud de algún presidente latinoamericano deseoso de alentar el conflicto para disimular sus graves problemas internos. La actuación de Hugo Chávez en ese sentido, es un paradigma de lo que no se debe hacer. El líder venezolano no sólo ha transformado a su país en una suerte de santuario de terroristas musulmanes, sino que cada vez que hace una declaración pública, la palabra “guerra” está presente.

Sin ir más lejos, hace una semana instó a los pueblos a prepararse para la guerra; días atrás dijo que los venezolanos iban a entregar su vida para defender su autonomía nacional, amenazada por la presencia de bases militares norteamericanas en Colombia. Su alianza estratégica con Fidel Castro se orienta en la misma dirección y sus relaciones “carnales” con el gobierno de Irán, no ocultan un compromiso militante con el régimen que niega el Holocausto, intenta disponer de la bomba atómica, financia bandas terroristas y ha anunciado que su objetivo es destruir a Israel.

Es en ese contexto, que la visita de Ahmadinejad es inquietante, porque ya no se trata de establecer inocentes relaciones comerciales con naciones normales, sino de avalar a gobiernos terroristas para que sigan cometiendo sus fechorías.

Chávez o Morales no reciben a Ahmadinejad como observadores imparciales sino con un compromiso militante.

En esa línea, y con las evidentes diferencias políticas del caso, debe ubicarse la decisión de Lula de recibir al jefe político de Irán. Lula no es Chávez, pero está claro que su iniciativa de recibir al líder chiíta fue tan controvertida como lo demuestran las protestas internas y externas. Incluso, algunos de sus asesores le sugirieron que por lo menos, debería haber consultado al gobierno argentino, entre otras cosas porque Irán aún no ha dado explicaciones satisfactorias acerca de la participación de sus operadores políticos en el atentado terrorista contra la Amia.

Por último, importa advertir que nadie ignora que las visitas de los líderes de Irán están relacionadas con acuerdos militares, liberación de visas y financiamiento a las actividades ilegales desarrolladas por el integrismo musulmán en lo que se conoce como la Triple Frontera.