Leyendas navideñas

Zunilda Ceresole de Espinaco

El ave que ignoró a Jesús

En una noche cálida en que la luna lidiaba con las sombras y coronaba de plata el ámbito isleño, un pájaro bello de cabeza negra con ancha ceja blanca y corona amarilla similar a un copete y la parte ventral con plumas color gualdo claro, dormía tranquilamente en su nido.

De improviso, se iluminó la noche y ante tanta claridad despertó el ave creyendo que había llegado el día, mas sus ojitos vivaces descubrieron que la portadora de tan potente luz era una estrella detenida en un lugar no muy lejano.

La observaba maravillado cuando vio llegar en tropel terrestre y aéreo a otros animales que se desplazaban hacia el astro luminoso.

Preguntó entonces qué sucedía y una paloma sin detener el vuelo le gritó que había nacido Jesús, el Niño Dios y lo invitó a ir con ella para verlo y adorarlo.

El pájaro le contestó que él no iba a suspender su descanso para conocer al recién nacido y volvió a dormirse.

Al día siguiente salió volando y al detenerse en una rama y querer cantar como de costumbre, no pudo hacerlo ya que de su garganta en vez del habitual trino melodioso sólo surgió un sonido: benteveo... benteveo...

De esta manera el pájaro fue castigado, Benteveo se traduce por “bien te veo”. Está condenado desde aquella época a decir por siempre que vio bien a Jesús a pesar de que no quiso hacerlo.

El ave tomó desde entonces el nombre de Benteveo por el que lo conocemos..

Los dones de la Virgen

Antiguamente, el ñandú no tenía el aspecto con que hoy lo conocemos, su cuello era corto lo mismo que sus patas.

En una noche repentinamente, tules de luz iluminaron el algarrobal en que vivía, ante ese prodigio, él despertó y como era curioso se desplazó de aquí para allá, tratando de descifrar el misterioso acontecimiento.

Salió del sitio arbolado y estiró todo lo que pudo el cuello para mirar a la distancia; lo hizo varias veces hasta que descubrió una caravana de animales que se dirigían hacia el oeste.

Fue hacia ellos, inquiriendo al llegar el motivo por el cual se desplazaban. Le contestaron que iban a rendirle homenaje al Niño Dios que acababa de nacer.

Él sintió un estremecimiento de gozo y un ansia irrefrenable de ser el primero en adorarlo, entonces estirando estoicamente el cuello para ver la estrella que los guiaba y esforzándose en correr con velocidad a pesar de sus patas cortas, pudo ganar ventaja y llegar antes que ningún animalito ante la Sagrada Familia.

La Virgen María, para premiar su esfuerzo y devoción, le otorgó dos dones: el primero, que su cuello se alargara para que desde lo alto con su vista privilegiada mirara a larga distancia descubriendo a cazadores o depredadores naturales de su especie; el segundo, que con nuevas patas largas y fuertes pudiera correr velozmente en su huida o bien llegado el momento defenderse con terribles patadas.

El llanto de Jesús

El milagro del nacimiento del Niño Divino, Jesús, había cundido; en torno a su improvisada cunita de paja, hombres y animales le adoraban.

El niñito comenzó a llorar, la Virgen María lo alzó y empezó a mecerlo tiernamente, mas la criatura no dejaba de hacerlo, su llanto persistía y no acababa de llorar nunca.

Una calandria conmovida por el llanto del niño y la aflicción de la madre, empezó a cantarle con trinos dulces y armoniosos con el fin de calmarlo. Su tierno corazoncito de ave sufría al escucharlo y latía apesadumbrado.

La hermosura de su canto calmó al niño hasta tal punto que en breves instantes se durmió plácidamente, provocando la tranquilidad de José y María como así también de todos los que les rodeaban con amor.

La Virgen agradecida premió al ave, diciéndole que desde ese instante se convertía en el ave cantora por excelencia.

Es por eso que la calandria entona sus trémulos trinos con suma armonía. Según cuentan las abuelitas, es en época de Navidad cuando mejor lo hace porque su canto semeja himnos de fe y amor que vierten el inmortal destello de aquel lejano día en que nació Jesús.

Leyendas navideñas

“Navidad campesina”, de Jovy Sasutona.