La vuelta al mundo

Medio Oriente y sus dilemas políticos y morales

Rogelio Alaniz

Gilad Shalit es el soldado judío que desde hace tres años y medio está secuestrado por Hamas, la organización que solicita por su vida la libertad de alrededor de mil palestinos detenidos en las cárceles de Israel. Shalit fue secuestrado el 25 de junio del 2006 cuando tres comandos palestinos que ingresaron través de unos túneles a territorio enemigo atacaron un tanque israelí y luego de un breve tiroteo mataron a dos soldados, hirieron a uno y finalmente se llevaron prisionero a este joven que entonces tenía veinte años.

El secuestro dio origen, tres días después, a la operación “Lluvia de verano” organizada por el ejército de Israel, un operativo militar que no logró recuperar a Shalit, motivo por el cual durante algunos meses se supuso que había sido ejecutado por sus captores -un importante dirigente judío en Israel me aseguró hace dos años que estaba muerto-, aunque luego sus padres recibieron dos cartas, pruebas que confirman que el muchacho continúa con vida y que se ha constituido en una de las piezas fundamentales de negociación por parte de los palestinos con Israel, negociación cuya complejidad es tal que ha llegado a generar no sólo disputas internas entre las organizaciones palestinas, sino debates y polémicas en Israel entre los partidarios de negociar y los que consideran que Israel no debe liberar a terroristas.

En septiembre de este año, Hamas hizo llegar a la familia de Shalit un video donde se lo ve leyendo un diario. Al video Hamas no lo entregó gratis, ya que a cambio logró que Israel liberara a veinte palestinos detenidos, un modestísimo anticipo de los 980 presos que exigen a cambio de devolver con vida al infortunado joven.

El gobierno de Israel no ha rechazado la negociación, pero tampoco está decidido a conceder todos los reclamos de los palestinos. Las disidencias internas entre las diferentes facciones políticas de Israel son visibles y éstas se extienden a la sociedad, al punto de que frente a la sede del gobierno hay dos carpas, una organizada por los familiares y simpatizantes de Shalit y otra que le exige al gobierno que no libere a presos condenados por haber asesinado a sus familiares.

Más allá de las derivaciones de una negociación que es muy compleja, importa señalar que en números redondos un soldado israelí vale por mil soldados palestinos, una proporción que puede dar lugar a diferentes interpretaciones, pero que en cualquier caso pone en evidencia las relaciones de fuerza entre unos y otros y, sobre todo, la valoración que cada uno de los protagonistas hace de la vida.

En su momento, un importante dirigente de Hamas declaró por televisión que “venceremos porque ellos aman la vida mientras que nosotros estamos dispuestos a morir”. Como se dice en estos casos, “a confesión de parte, relevo de pruebas”. Por lo pronto está claro que en Israel la vida de un soldado, de cualquier soldado, vale, incluso para los jefes militares más duros, como lo demuestran las declaraciones del general Gabi Ashkenazi: “Los comandantes que enviaron a Gilad a cumplir su función están comprometidos en hacer todo lo necesario para devolverlo a su hogar”.

Recuperar con vida a Shalit es la consigna que unifica a todos los judíos, más allá de sus diferencias, que suelen ser muchas. De todos modos, a nadie escapa la gravedad del dilema político y moral en el que están comprometidos, porque si bien existe el deseo de hacer importantes concesiones para recuperar una vida, por el otro lado está presente la preocupación por las consecuencias de tomar la decisión de liberar mil presos, de los cuales -según exigencias de Hamas- la mitad de ellos deben ser combatientes, es decir, milicianos condenados por haber asesinado a civiles judíos.

En su momento, el ministro Ehud Olmert admitió que no quería asumir la responsabilidad de “soltar a terroristas que matan judíos”, una declaración de la que luego tuvo que hacerse cargo el actual ministro Netanyahu, también tironeado entre los dilemas de las convicciones humanistas y la responsabilidad política.

En Israel, están detenidos alrededor de once mil palestinos, todos ellos sometidos en su momento a juicio y encarcelados en prisiones donde disponen de garantías que incluyen visitas de familiares, posibilidades de estudiar y de comunicarse con el exterior. No es ésta la situación de Shalit y, a juzgar por los antecedentes, el trato está muy lejos de ser el que recomiendan los organismos de derechos humanos. Así lo demuestra la reciente decisión de Hamas de oponerse a la visita de la Cruz Roja.

Para Hamas y la mayoría de las organizaciones armadas palestinas, todo soldado detenido es un enemigo que merece el peor de los destinos, como lo prueban las ejecuciones de prisioneros o las manifestaciones en Gaza del 14 de diciembre del año pasado, cuando una multitud se burlaba y lanzaba insultos contra un muñeco que representaba a Shalit, muñeco que llevaba escrito en su chaqueta la siguiente consigna: “Extraño a mi papá y a mi mamá”.

Sobre la negativa a que una delegación de la Cruz Roja visite al prisionero para verificar en qué estado se encuentra, nadie ha dicho una palabra. Y a la multitud de periodistas que sigue de cerca este tema tampoco pareciera preocuparle demasiado la diferencia entre un gobierno que respeta la legislación internacional sobre la guerra y el trato a los prisioneros, y otro que secuestra, ejecuta o plantea una negociación en la que la vida de un soldado judío vale por la de mil palestinos. Es evidente que en Israel ni el Estado ni la sociedad civil son indiferentes a estos valores, mientras que entre las organizaciones armadas palestinas los sacrificios humanos están a la orden del día.

De todos modos, en Israel hace unas semanas hubo una movilización de parientes de judíos asesinados por los palestinos frente a las cárceles de Meggido, Hedarim y Shipusa, exigiendo que regresaran a sus lugares de origen colectivos que trasladaban a palestinos para visitar a sus familiares. La manifestación fue masiva y contó con la participación del padre de Shalit, indignado después de haberse enterado que Hamas prohibía la visita de la Cruz Roja. El gobierno de Israel decidió suspender por el momento las visitas, pero el problema sigue pendiente porque los palestinos apelaron ante la Justicia y es muy probable que algún juez israelí falle a favor de ellos.

A los dilemas que se le presentan a la dirigencia de Israel, se les suma un tema que en estas semanas se ha constituido en el centro de las preocupaciones políticas, no sólo de los judíos sino también de los palestinos. Se trata de la libertad del máximo dirigente de Al Fatah, Mahammud Barghouti, detenido desde el 2002 y condenado a cadena perpetua. Barghouti es considerado en la actualidad el líder palestino más popular y el único dirigente con la autoridad moral necesaria para plantear un acuerdo entre Hamas y Al Fatah.

Barghouti en al actualidad tiene cincuenta años y toda una vida dedicada a la causa palestina, al punto de que si no hubiera sido detenido, habría sido el sucesor de Arafat. Inteligente, culto, astuto, desde la cárcel ha planteado no sólo la necesidad de un acuerdo entre palestinos sino también de un acuerdo con Israel, cuyos términos siguen siendo un misterio pero que de todos modos ha abierto expectativas en ambos frentes.

El gobierno de Israel, por su lado, vacila en liberar a quien puede llegar a ser su principal interlocutor en el futuro o su enemigo más feroz, mientras que por su lado entre los palestinos también hay disidencias ya que a Hamas no terminaría de conformarle la libertad de un contrincante interno. Como se podrá apreciar, el conflicto entre palestinos e israelíes se desarrolla en un espacio geográfico pequeño y políticamente intrincado, en el que todo tiene que ver con todo.

Medio Oriente y sus dilemas políticos y morales

Los captores y el rehén. El vocero del grupo de resistencia popular palestina, brazo armado de Hamas, informa en 2006 sobre la acción desarrollada contra un puesto militar israelí en la zona sur de la Franja de Gaza. A la derecha, Gilad Shalit, el soldado raptado por los milicianos del Islam.

Foto: Agencia AFP

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