Navidad, mucho más que un pesebre

Pastor Walter Altare

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Hace unos días estuve en Paraguay. En la entrada a la capital, y en algunos de los distritos que forman parte del gran Asunción, había muchos puestos de venta con muñecos representativos del pesebre.

Eran numerosísimos, de todos los tamaños; parecían estar sembrados cubriendo largas veredas multicolores.

Al acercarme y mirando a través de la ventana del micro, vi un pesebre armado: estaban María, José y el niño; detrás, los pastores con sus ovejas, los Reyes Magos con sus camellos y también Papá Noel, Blancanieves con los siete enanitos, el Hombre Araña y un chanchito alcancía.

Está bueno que el espíritu navideño nos lleve a la unidad y a la armonía entre tanta diversidad.

Creo que esa misma diversidad permite a los que no creen en Jesús, a que también se sumen al festejo, y no me parece mal. La Navidad nos une, creamos o no. Pero sin duda, perdemos de vista la esencia que constituye el motivo único por el que existe y se festeja la Navidad.

Remitirnos al hecho histórico del pesebre nos hará entender mejor que la Nochebuena no fue tan buena al principio. José llegó retrasado a Belén por cuidar a María en los últimos días de su embarazo, y se encontró con la sorpresa de que no había lugar alguno para hospedarse. Todas las posadas y mesones de la época estaban repletos, por el reempadronamiento civil ordenado por el César, que remitía a los ciudadanos a sus ciudades de origen.

El cansancio se tornó en desesperación cada vez que se cerraba una puerta más; hasta que alguien, quizá de modo despectivo, al verlos tan pobres, les concedió pasar la noche en un establo, donde reposaban los animales.

—¡Dios ¿qué está pasando?!, era el grito silencioso de ese matrimonio reciente, ahogado por la ansiedad y la desilusión. El parto era inminente y el Hijo de Dios nacería tal cual había sido declarado por el Ángel en la anunciación, pero, ¿dónde y cómo?

—¿Te fuiste Dios? ¿Hicimos algo mal? No nos puede estar pasando esto...

¡Qué fácil es, de este lado de la historia, encontrarle el costado tierno al pesebre! Sin duda habría que haber estado en el lugar de esos futuros padres jóvenes para saber lo que se sintió.

Pero Dios no nos hace presa de accidentes. El nacimiento en el establo fue todo un mensaje en sí mismo. El rey del universo, envuelto en pañales, era una lección universal de amor y humildad. El mayor regalo de Dios a la humanidad vino en ese inesperado e insólito packaging.

Dios envió a su hijo al mundo y ése fue el mayor acto de amor.

El contexto elegido fue el más humilde posible.

Éstos son los mensajes más fuertes y consistentes de la Navidad. Esto es lo que Dios ha hecho, lo demás lo hemos inventado nosotros.

El amor fue lo que movió a Dios

Si fuésemos capaces de captar la verdadera esencia de esta historia, comprenderíamos que los que suelen pasarla peor en estas fechas serían los más beneficiados. Es cierto que la Navidad une a la familia; pero la historia de la Navidad es una historia de consolación para los que están solos. Es Dios viniendo a cubrir vacíos, acordándose de los olvidados, a refugiar a los desprotegidos, a sanar a los heridos, a salvar a los pecadores. Navidad es Dios con nosotros.

La primera Navidad no tuvo ruidos, ni bullicio, ni abundancia, ni regalos. Dios se hizo regalo.

Por eso, ésta puede ser la fiesta de todos. De los que tienen y de los que no tienen, de los que están en familia y de los que están solos, porque el amor de Dios llega a todos los corazones.

La humildad es una elección de Dios

El hecho de ser humildes no parece ser atractivo en estos días. Es lamentable que el concepto de humildad siga asociado a la falta de recursos, cuando en realidad es una de las más fuertes cualidades del corazón. Se puede ser rico y humilde, como también pobre y soberbio.

Las voces que gritan más fuerte nos siguen impulsando a admirar la soberbia, pero las almas humildes (seamos sinceros) nos cautivan el corazón.

Miremos de nuevo el pesebre. Alguien dijo que la verdadera grandeza es como un río: cuanto más profundo, menos ruido hace.

Por eso, la Biblia enseña que Dios derrama su gracia sobre los humildes y resiste a los orgullosos.

Imaginemos que si un humilde pesebre fue elevado al punto de ocultar el verdadero mensaje de amor, ¡cuánto más difícil sería si Jesús hubiera nacido con todos los honores! El mensaje que logra trasponer el pesebre no parece neutralizar la tradición, que sin estar mal, se convierte en el centro de la celebración.

Volvamos a la esencia, sin dejar de lado lo que nos ha hecho felices por años, pero si Dios nos envió a su hijo, ¿por qué darle el crédito a terceros? No es la historia del pesebre, ni de los ángeles ni de los pastores: es la historia de Jesús identificándose con nosotros, los hombres.

Si compraste un regalo para tus hijos, ¿por qué ha de llevarse el agradecimiento un lejano e inaccesible anciano vestido de rojo? ¿Acaso no te dan ganas de abrazar a tus hijos, agradecidos por la respuesta a tu muestra de amor? ¿Te lo vas a perder un año más?

De la misma manera, no te dejes abrazar por el pesebre, ni por la celebración, dejate abrazar por Dios.

Volver a la esencia de la Navidad es volver al amor y a la humildad. Te aseguro que no estarán en ninguna vidriera, ni en ningún catálogo de ofertas, pero sí que pueden cambiar tus fiestas.