Peligros de la sociedad de

consumidores a crédito

Joaquín Rábago

(EFE)

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman analiza en su último libro el estado actual y los retos a los que se enfrenta un mundo globalizado en el que todo, naturaleza y el propio ser humano incluidos, parece haberse convertido en mercancía y los seres humanos son meros consumidores.

En “Living on borrowed time”, Bauman contesta a las preguntas que le hace la periodista y académica Citatli Rovirosa-Madrazo y desarrolla y profundiza, a la luz de la crisis financiera, también otros fenómenos de la actualidad como las migraciones, el terrorismo o el integrismo religioso y político.

La crisis actual no es en su opinión consecuencia imprevista de fallos del sector bancario sino fruto directo de un proceso sistemático de transformación de la sociedad tradicional de productores en otra nueva de consumidores. Consumidores, además, endeudados hasta las cejas por haber olvidado la virtud capital señalada por Max Weber que hizo posible la anterior fase capitalista: el aplazamiento de la satisfacción del deseo. “Disfruta ahora y paga más tarde”, es la consigna del momento, una consigna cuyas consecuencias son cada vez más visibles y desastrosas.

Bauman, que es no sólo un pensador profundo sino también un atento lector de periódicos, cuenta cómo un banco británico descubrió hace poco las cartas utilizadas en ese juego cuando se negó a renovar las tarjetas de crédito de quienes pagaban religiosamente sus facturas cada mes y se evitaban así el pago de intereses, que era el gran negocio de ése y otros bancos.

Con apoyo en muchos casos de la nueva izquierda socialdemócrata se ha llegado a lo que califica de Estado del bienestar para ricos, es decir, en el que el dinero público se utiliza para apuntalar bien a empresas como IBM, Boeing o General Motors como a los bancos de Wall Street o de la City de Londres.

La fuente principal de acumulación capitalista se ha trasladado de la industria al mercado del consumo y, para mantener viva su esencia, hay que subvencionar tanto a quienes venden los productos como a quienes los consumen, tarea doble encomendada al crédito.

Sin embargo, como vio ya hace un siglo Rosa Luxemburgo y recuerda ahora el sociólogo, el capitalismo necesita siempre nuevos campos donde pastar -en la época imperialista eran los países colonizados-, pero llegará un momento, y no parece lejano, en que ya se habrán agotado todos esos pastos.

Lejos de ser un sistema que tiende automáticamente al equilibrio, gracias a la llamada mano invisible del mercado, la economía capitalista ha demostrado generar inestabilidad de enormes proporciones con la destrucción periódica de las burbujas que se producen -desde la de los tulipanes hasta la llamada puntocom o la del sector inmobiliario- con un costo enorme en materia de destrucción de empleo y de la red social.

En el análisis de Bauman, en el nuevo capitalismo de consumidores, que ya no es de productores, el Estado social ha perdido su función inicial de mantener con salud a un ejército de reserva de productores y soldados, sobre todo en las sociedades de servicios y de ejércitos profesionalizados.

Los pobres, los inadaptados al sistema, no consumen y han dejado de ser un problema social que afecta a todos para convertirse en otro de ley y orden, y el Estado, cada vez más impotente debido al doble proceso de desregulación y globalización, limita cada vez sus funciones a las locales de control y policía.

El libro de Bauman aborda con especial agudeza otros muchos temas candentes, que van desde el potencial genocida de la producción masiva de personas redundantes en los países pobres en proceso acelerado de modernización hasta la explotación y comercialización del genoma humano.