El desafío de los límites en tiempos posmodernos Chicos “en banda”

“Para que el sujeto se produzca en lo social, hay una construcción que implica una inserción de pertenencia e identidad en la célula básica que es la familia, pero ésta también amerita una redefinición”, opina la especialista silvia dottori.

El desafío de los límites en tiempos posmodernos

Una cultura regulada por el mercado, una apelación a los sentidos más que los interrogantes sobre la propia existencia, una carga de información que frena la exploración y, en el medio, la dificultad de los adultos por poner límites. Todos estos temas en la palabra de una experta.

TEXTOS. NANCY BALZA. FOTOS. EL LITORAL.

“Si bien toda época produce su malestar, en este momento esa palabra amerita una redefinición porque los sujetos, cuando portan un malestar, portan también alguna pregunta. Pero hoy se nota en los jóvenes la falta de preguntas acerca de la existencia”. La reflexión pertenece a Silvia Dottori, psicopedagoga, psicoanalista y magister en Salud Mental quien, en diálogo con Nosotros, consideró necesario situar “algunas cuestiones en relación con la cultura posmoderna que vivimos”.

En realidad, la charla con Dottori sucedió en un año inusual, ya que desde el Estado se impusieron restricciones que operaron durante más de un mes a toda actividad que pudieran facilitar la propagación de la Gripe A. Así fue como se suspendieron las clases, se prolongaron las vacaciones de invierno y se difundieron recomendaciones que tuvieron como principales destinatarios a chicos y jóvenes, reactualizando -indirectamente- el debate sobre los límites, y obligando a padres y madres a sopesar decisiones y afrontar los enojos que conlleva toda respuesta que involucre un “no”.

Es así como aquel tema se convirtió en una buena oportunidad para reflexionar sobre la cultura en la que están inmersos los jóvenes, “la cultura posmoderna que vivimos, donde las euforias e intensidades parecen caracterizar a menudo la experiencia, hacen que la apelación a los sentidos, a lo superficial prevalezca y el mundo pierda momentáneamente su profundidad, amenazando ser superficie, escenario, imagen carente de densidad, regulada por un mercado que produce consumidores con la lógica de los objetos a consumir”, que “tapa la pregunta por el vacío, por la existencia, por el qué quiero. Porque, además, aparecen como “necesarios’ para la existencia, objetos que no lo son. Hoy -insiste- el ser está supeditado al tener: “soy si tengo’; entonces debo tener para existir, por lo cual todo vale: hasta el robo”.

Sin embargo, “cuando la interrogación del sujeto está sostenida en el tener, y éste no se pregunta si esa existencia está en relación con el grupo de pertenencia; encontramos un sujeto sólo con sus objetos y su satisfacción, haciendo cada vez más obstáculos a la circulación discursiva. Por eso digo que la palabra “malestar’ como la palabra “ideales’ ameritan una redefinición”. E inmediatamente aclara: “no soy apocalíptica, ni digo que Dios ha muerto, que los ideales se han destruido, que el otro no existe o que no hay referentes. Creo que son diferentes y nos falta tiempo para conceptualizarlos. Pero sabemos que esos ideales son en enjambres e hipnotizadores”.

“Los sujetos tienen experiencias en esto de lo superficial en cuanto a los sentidos, pero el acontecimiento que modifica al ser implica el encuentro real con el otro, con el cuerpo del otro, con la distancia y la palabra del otro. El encuentro con el otro rompe la lógica de la simultaneidad que virtualmente le da, por ejemplo, el chat y que lo conecta con todo el mundo pero no está en contacto real con el otro. Esto es creación de subjetividad y estos sujetos son los que se expresan en el escenario social”.

Entonces, se obstaculiza la circulación del lazo social, el encuentro de discursividades “y de algo que para mi es fundamental: de lo diferente. Hay una uniformidad que achata las subjetividades. No podemos decir que no hay producción de subjetividades, pero tampoco podemos decir que si el objeto me responde lo que deseo, esa subjetividad es creativa o transformadora. Es una contradicción pensar, en la superficialidad, la profundidad y la actividad que implica el acto creador”.

LA FAMILIA EN OTRO ESCENARIO

Para que ese sujeto se produzca así en lo social, hay una construcción que implica una inserción de pertenencia e identidad en la célula básica que es la familia. “Pero la familia, como institución representante primordial de la sociedad y de la construcción de subjetividad, hoy también amerita una redefinición”.

“Desde el ordenador sociológico nos encontramos con familias ensambladas, monoparentales, mujeres que tienen a sus hijos solas, y donde las funciones básicas -materna y paterna- son diferentes. Hoy, la caída de la autoridad paterna en lo social, en lo escolar y en lo familiar, repercute en la construcción de sujetos con cierto orden de eticidad. Porque hay un padre que cayó en el imaginario, que no tiene trabajo, que no puede estar a la altura de su función, de lo que se esperaba en el tiempo en que ese padre -hoy adulto- era hijo de una familia que sí daba pertenencia, que estaba ensamblada en un barrio, a un grupo; hoy el sujeto siente que pertenece al mundo y el mundo es demasiado grande como para no perderse”.

Los escenarios se han modificado de tal manera “que me parece que no hay objetivos claros ni para los que están conduciendo una familia, ni para los sujetos que reciben esa construcción de psiquismo, de eticidad, de escrúpulos dentro de la familia”. Y a esto se suma el “todo vale que parece habilitar la tecnología: con internet estoy en el mundo, pero no se quién es mi familia ni qué pasa en mi familia”.

LA IMAGEN SIN LA PALABRA

Para llegar a este momento, hubo una construcción que se estuvo haciendo en los distintos tiempos lógicos: en la niñez, la pubertad y la adolescencia. Los niños, “desde hace dos décadas están hipersensibilizados con una imagen que no está procesada por la palabra de un otro”, en este caso un adulto. “Hay una obscenidad muy grande en las imágenes que miran los niños (en televisión) que no están en condiciones lógicas de procesarlas y representarlas; una sexualización desinformada que atiborra el imaginario y se siente en el cuerpo: mucha de la hiperexcitación de los niños está puesta en este grado de excitación que ofrecen los estímulos no controlados por el adulto”.

“La primera forma de hacer conocimientos y apropiarse de ellos es la curiosidad. ¿Qué pasa cuando esa curiosidad ni siquiera se puede desarrollar en un niño porque toda la información aplasta esa posibilidad del amasado investigativo, de la pregunta por el qué, el por qué y el cómo?. Si esto está así en la infancia, ¿cómo se llega a la escuela?, ¿cómo se despierta el deseo de aprender? ”, se pregunta la profesional.

Siguiendo este razonamiento, evalúa que “vemos las fallas del proceso enseñanza-aprendizaje donde al chico nada le gusta porque no está acostumbrado al deseo de saber y porque todo le ha sido dado, sin mediación de un adulto que pueda poner palabras o decir qué programa se mira o por cuánto tiempo está permitida la computadora. Cuando esto no se da, aparece el aburrimiento, la apatía, el desinterés, que se van llevando como estilo de vida”. Y así se llega a la adolescencia, “sin procesamiento de la palabra, con mutuos relatos pero sin sostenimiento discursivo; sin el contenido, peso y cuerpo que la palabra porta. Jóvenes de pura acción como modos de existir”.

Por eso, “no es lo mismo que se proponga una multiplicidad de objetos que se hacen necesarios para existir a que el sujeto se pregunte cuál es su posición frente a eso. Es una construcción del sujeto, pero también es construcción familiar y escolar, y hoy estas instituciones están tambaleando. Tendrán otras formas de ordenarse, pero hoy están en pleno desorden”.

Volviendo al principio y al tema de los límites pero en este complejo contexto que se presenta, Dottori reconoce que “el no es más difícil que el sí. Porque con el no, el adulto deja de ser amable y bueno, y aparece como padre desde sus miedos. Ese “no’ genera muchísimo enojo en los chicos, pero es necesario”, aunque no suficiente. “Será necesario, además, intentar que los adolescentes consientan subjetivamente las prohibiciones y puedan ellos renunciar a ciertos excesos. Para lograr este propósito sería importante ayudar a ese adolescente a encontrar la necesidad de hacer emerger de él otro sistema de satisfacciones que sea mejor opción que la satisfacción excesiva”.

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los adolescentes “están hipersensibilizados con una imagen que no está procesada por la palabra de un otro”.

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“Con internet estoy en el mundo, pero no se qué pasa en mi familia”, advierte Silvia Dottori.

ANTES DE ARROJAR LA PIEDRA

“Si existiera más trabajo del lazo social -señala Silvia Dottori- con lo que implica el respeto al otro, a la palabra del otro, a lo diferente, habría fenómenos de agresividad”, definida ésta como “una tensión psíquica que se produce cuando alguien dice algo que conmueve y se lo puede procesar a través de la palabra; entonces, se abre un diálogo de la diferencia que se expresa en una discusión verbal”.

Pero como este ejercicio está en desuso, “se pasa de la emoción al acto agresivo, al golpe y al maltrato, y ésto ocurre en todas las edades”. ¿Qué pasa con estos procesos de pensamiento que no hacen tope?, se pregunta la profesional. “Acá nos encontramos con la dificultad para que el sujeto, antes de arrojar la piedra, pueda pensar adónde va a caer. Ese tiempo en que la piedra “le hace pensar’ es el tiempo de eticidad, de escrúpulos, de límite”.

Por otra parte, “si en la televisión aparece el tema de la velocidad en el marketing, ¿hasta dónde la fascinación no linda con el horror cuando se va hasta lo que de y “lo que dé’ puede ser el encuentro con la muerte?” En ese escenario, ¿de qué manera pueden operar los límites? “Los jóvenes -no todos, aclara- empiezan esas contagiosas identificaciones en relación a lo que se entiende que son los ritos de iniciación a la adolescencia. Hoy lo que se ofrece linda con el horror y si no se está (dentro del grupo) aparecen fobias o ataques de pánico como formas de preservarse”.

El desafío de los límites en tiempos posmodernos Chicos “en banda”

Chicos “en banda”

Alumnos a los que les cuesta aceptar las reglas; padres que no pueden o no saben poner límites; un diálogo entre pares basado en la agresividad más que en la palabra, son temas que en esta nota analiza un experto.

TEXTO. LIC. DAVID MAZZITELLI (*). FOTO. EL LITORAL.

Los docentes traen su queja en cuanto a que los alumnos no respetan los límites, se levantan del banco constantemente, no muestran interés por aprender, cuestionan y responden con violencia cuando se les llama la atención, o se tratan con extrema violencia entre ellos.

Ésto nos hace pensar en la caída del dispositivo pedagógico moderno, y las diferentes maneras de habitarlo. Se trata de la destitución simbólica de la escuela, que hace alusión a que la ficción por ésta construida, mediante la cual eran interpelados los sujetos, dejó de tener poder preformativo, entendiendo por ésto a la pérdida de la capacidad de producir efectos prácticos por parte de un enunciado. La eficacia simbólica de un discurso se mide en su potencia de producción de subjetividad, es decir, en su capacidad de construir a un sujeto alrededor de un conjunto de normas y valores que son los que rigen la vida social. Silvia Duschatzky y Cristina Corea en su libro “Chicos en banda” sostienen que se percibe una pérdida de credibilidad en la escuela como fundante de subjetividad.

Lo que caracteriza esta época es un hedonismo a ultranza, un goce sin límites, donde se pregona el éxito sin demasiados rodeos ni postulaciones. Lo pulsional se abre paso, sin el encuentro con el principio de realidad, aquél que -como decía Freud- trae grandes logros para la cultura pues introduce un tiempo de espera. En la actualidad en cambio, el cuerpo pasa al centro de la escena, cuerpos que deben ser jóvenes, bellos, para borrar las marcas del paso del tiempo. Nos topamos con la adolescentización de los padres.

Hay padres que han decidido abandonar el lugar fundamental de la confrontación, como dice D. Winnicot cuando sostiene que los padres durante la adolescencia de los hijos deben creer más que nunca en sus propios ideales y no abdicar, sino confrontar con sus hijos.

Desde aquí, se suelen patologizar conductas de los jóvenes, que en realidad son propias de un proceso saludable, pues en el camino del crecimiento, ellos deben experienciar y poder equivocarse, pero si del lado de los padres encontramos posiciones muy represivas y rígidas se agrava la oposición entre éstos y los hijos, dando muchas veces paso a actuaciones peligrosas, incluso suicidas.

A. Cordié sostiene que muchos adultos se identifican con los adolescentes, copian sus formas de vestirse y de hablar, al tiempo que les dicen a éstos que se pongan el traje de la madurez. Nada es más desestabilizador para un adolescente que esta actitud de renegar de la condición de padres. Algunos autores (Miller) llaman a esta época, “La era de la caída del padre”.

EL LÍMITE NECESARIO

Lo que se pregona es la idea de que nada vale como discurso, y cuando esto pasa, lo que hay es violencia, atacar al otro. En respuesta a ésto, se ofrecen soluciones del tipo “tolerancia cero”, o bajar las edades de imputabilidad; en fin, mas prohibición. Los psicoanalistas sabemos que cuanto mayor sea la prohibición, mayor el empuje al goce, son las dos caras del súper yo. Si la ley se presenta solo prohibiendo, empuja a la destrucción del otro que viene a prohibir.

Dice Laurent: ”...hay que autorizar a los sujetos a respetarse a si mismos, no solo a pensarse como los que tienen que padecer la interdicción, sino que puedan reconocerse en la civilización. Esto implica no abandonarlos, hablarles mas allá de la prohibición, hablar a estos jóvenes que tienen estas dificultades para que puedan soportar una ley que prohibe pero que autoriza también otras cosas”.

El psicoanalista argentino, J. Milmaniene, sostiene que “la transgresión es un llamado al reconocimiento amoroso del padre, cuya indiferencia arroja al sujeto al campo riesgoso del goce sin freno. Por eso los límites bien puestos reivindican al hombre en su condición deseante. (...) El sujeto deseante es producto del eficaz ejercicio paterno de la ley, sin el cual el niño naufragaría en cualquiera de los modos de desubjetivación”.

PROPUESTAS

¿Qué podemos proponer? En primer término no patologizar conductas que pueden ser propias de la adolescencia. Favorecer en ellos el aprecio por si mismos, que tengan un lugar y que no sea de desperdicio, puesto que la economía globalizada, que tiende a borrar singularidades, vende un discurso en el que el éxito (medido en términos de acumulación económica) estaría asegurado por un diploma y por trabajar bien, pero no todos van a tener acceso a eso.

Por lo tanto hay que producir un discurso que los incluya, donde la autoridad y los limites sean algo a construir junto con ellos, creando nuevas condiciones de recepción de lo que acontece, nuevos modos potentes de nombrar, pues en estos tiempos de exclusión (solapada), algo se hace oír a través de la violencia.

(*) Psicólogo, Psicoanalista - Docente de la UBA.

Cada vez son más los chicos que no pueden permanecer sentados; son los diagnosticados como hiperactivos o con déficit atencionales. Se trata de niños que no pueden renunciar al goce del cuerpo a cuerpo, de las peleas, de la agresión física. Desde aquí, se dice que los chicos no toleran las reglas.

Por otro lado, con la precarización del mundo del trabajo, cada vez más niños son abandonados por la presión que hay. Antes tenían madres para ocuparse de ellos. Ahora se ocupa el televisor. La TV es como una medicación, es como dar un hipnótico, hace dormir... Es una medicación que utilizan tanto los niños como los adultos para quedarse tranquilos delante de las tonterías de la pantalla.

La escuela es precisamente la que articula esta función del padre entre prohibición y autorización. Los maestros aparecen como representantes de los ideales y esto agudiza la oposición entre niño y dispositivo escolar, transformando las patologías, imbricación de lo biológico y lo cultural.