Radis e alis Sacerdotes ejemplares

Napoleón Paulón y Antonia Pighin junto a sus hijos Abraham, Abel, Magdalena, Alfredo, Palmira y Cristina (1909).

Radis e alis

Esta breve frase en dialecto friulano, que significa “raíces y alas”, sintetiza esta historia de inmigrantes italianos. Fue elaborada por Mery Paulón en homenaje a sus antepasados.

TEXTOS. MARIANA RIVERA

Mery Paulón realizó una pequeña publicación sobre la historia familiar para poder compartir con sus allegados en ocasión del segundo encuentro que se realizó en octubre pasado en La Criolla, del que participaron más de 100 personas de diferentes localidades del país.

El trabajo tiene en su tapa una fotografía de un antiguo molino y que es “en el que trabajaba Paolo Paulón, quien llega a Zoppola desde una localidad imprecisa a comienzos del 1700. Inicia allí su actividad de molinero, en el molino del conde Panciera, donde viven y trabajan muchas generaciones hasta 1887, año en que una parte de la familia emigra a América y otra a localidades vecinas, donde el apellido se ha ido modificando en Paolón y Paolone”, aseguró.

En 2007, junto a su prima Manuelita, Mery tuvo ocasión de visitar el pueblo donde vivieron sus abuelos -ubicado en la provincia de Pordenone, en la región de Friuli- y traer muchas fotos, que también incluyó en el trabajo. Además, pudo observar cómo actualmente ese molino fue restaurado para su mejor conservación.

Con su publicación, explica, pretende “rendir un merecido homenaje a nuestros antepasados y al bagaje cultural que nos trasmitieron: profunda y auténtica fe cristiana; disciplina y amor por el trabajo; creatividad; y sólidos valores morales: coraje, tenacidad, sencillez, humildad, solidaridad, amor por la familia y, sobre todo, honestidad. Ésta es la rica herencia que nos legaron y deseamos que las jóvenes generaciones puedan, en el desafiante mundo actual, mantener viva la memoria y los valores recibidos, porque, como dice el poeta: “Al fin he comprendido, que lo que el árbol tiene de florido, vive de lo que tiene sepultado”.

POR SU PADRE

Mery dedicó el trabajo a su padre, Abel Paulón -“quien me transmitió el conocimiento y el amor por la cultura friulana”- explicó que causas económicas, políticas y sociales expulsaron a los friulanos de su región. Ésta se sitúa en el extremo noreste de Italia, con capital en Trieste, y está coronada por los Alpes y bañada por las aguas del mar Adriático. y si bien es una región con muchos recursos naturales, se fueron sucediendo factores que tornaron insostenible la vida para las familias campesinas: por un lado estaba la tierra en manos de grandes propietarios y las familias trabajando en pequeñas parcelas, cuya producción apenas alcanzaba para subsistir y pagando altísimos impuestos. Por otra parte, la revolución industrial había producido importantes cambios y obligó a transformar herramientas y maquinarias y a concentrar el trabajo en las fábricas. Pero muchas familias de campesinos quedaron al margen de esta transformación.

Las noticias de la apertura de nuestro país a quienes “quisieran habitar el suelo argentino” despertaron gran interés en el Friuli -aseguró Mery- y fueron muchos los que decidieron embarcarse a partir de 1877, para empezar una nueva vida.

“Después de un azaroso viaje en vapor desde el puerto de Buenos Aires, desembarca en Helvecia el primer contingente de friulanos. El 15 de enero de 1883 llegan 24 familias, entre ellas, la de Andrés Pighin (el padre de la nona Antonia). Los carros estaban allí, esperándolos. Subieron con sus baúles cargados de sueños y esperanzas, ansiosos por llegar a la tierra prometida: San Javier.

TIERRA DE MOCOVÍES

El lugar estaba poblado por aborígenes mocovíes ya cristianizados y dóciles, pues mucho habían aprendido en la reducción con los Jesuitas, que desde 1742 estaban en el lugar. El misionero alemán Florián Paucke, extraordinario hombre y artista, fue quien dio a la Misión un impensado dinamismo. En la época de las misiones, San Javier era renombrada por su riqueza agrícola y ganadera. Pero a partir de la expulsión de los Jesuitas, en 1767, comienza la decadencia y la pobreza en el pueblo mocoví.

En 1812 se hacen cargo de la reducción los Misioneros Franciscanos del Convento de San Lorenzo. En 1866 llegan a San Javier 12 familias norteamericanas, que fundan la Colonia California. Al año siguiente llegan 28 familias de origen francés y se funda la Colonia Francesa.

En 1883 llegan los friulanos, que comandados por Noé Pighin se establecen en la Colonia Francesa. Allí, la constante arremetida de los indios montaraces y las invasiones de langostas determinaron que luego de 5 años algunas familias se trasladaran nuevamente guiadas por don Noé, a la estancia La Argentina, cerca de Gobernador Crespo.

SAN MARTÍN NORTE

En 1884, el gobierno de la provincia dispone la mensura y delineación del pueblo de San Martín Norte. Por allí pasaría el ferrocarril que uniría Santa Fe con Reconquista. El futuro era prometedor. Pero en 1886 se registra un cambio en la traza del ferrocarril y así se corre unos kilómetros al oeste, en el actual emplazamiento de Gobernador Crespo, dejando a San Martín al margen del progreso.

En ese año llegan a San Martín Norte, provenientes de San Javier las cinco primeras familias de agricultores que comienzan a trabajar la tierra que, al ser virgen, produjo hermosas y abundantes cosechas. Esas familias eran: la de Walenberg, la de Andrés Pighin (familia de la nona), la de Antonio Paulón, la de Félix Zilli y la de Martinuzzi. En 1887 llega la familia de Angel Paulón, con sus hijos y algunos otros parientes, y se establecen en San Martín Norte.

Acerca de ellos, como de los que años antes habían dejado San Javier, dice Avelino Giuliani en su libro “El Padre Ventura”: “Eran familias friulanas, con sus típicas costumbres traídas de Italia y conservadas como una cultura protectora de la fe cristiana y de las costumbres morales sanas, frugales y muy laboriosas y creativas”. En San Martín Norte trabajaron duramente y muchas veces debieron defenderse del ataque de los indios rebeldes que estaban en los montes.

ANÉCDOTAS

Mery agregó a su trabajo varias anécdotas de diferentes miembros de su familia: “Contaba Abel Paulón que cuando trabajaban el campo debían hacerlo entre dos: uno, conduciendo el arado y el otro mirando hacia atrás y cargando una escopeta (por los indios montaraces). Cuando él estaba con el Padre Ventura (tenía 6 años iba a la escuela y le ayudaba en distintos quehaceres, entre ellos como monaguillo) había un indio que le tenía un odio especial y siempre le decía que algún día lo iba a matar e iba a tomar mates en la calavera del sacerdote”.

Y continuó: “Recuerdo a mi padre Abel decir que las familias de inmigrantes tenían buena relación con los aborígenes. Compartían algunas tareas del campo y, a tal punto se habían acercado que, los peones indios habían aprendido a hablar el friulano, y ellos el mocoví. En ocasión de una charla con Cocho Pighin, le escuché contar que los friulanos tenían en San Martín una organización comunitaria y cooperativa. Cada familia se dedicaba a una producción diferente. Unas eran encargadas de hacer los embutidos, otros de moler el trigo, y los Paulón, como no podía ser de otra manera hacían el vino. Cuenta también que tenían una huerta extraordinaria”.

Lito Genero le contó que de San Martín Norte la familia se mudó a San Justo, porque era necesario que sus hijos fueran a la escuela, ya que allí había solamente hasta segundo grado. Las niñas Cristina y Magdalena ingresaron al Colegio del Niños Jesús. Posteriormente arrendaron un campo en Pantanoso, cerca de La Blanca, adonde se establecieron. Trabajando duramente y llegaron a tener buenas cosechas, y una quinta de árboles frutales en la que no faltaba nada; hasta había una planta injertada por Don Napoleón que daba naranjas, mandarinas y limones. Tenían una huerta que producía verduras de tamaños descomunales. Y había también animales de todas clases. Pero todo se perdió con la gran inundación de 1914.

OTRAS PÉRDIDAS

Carlucho Paulón comentó que “además de bienes y cosechas, perdieron al último integrante de la familia, un bebé de 9 meses, Manuel que estaba con fiebre y no pudo ser rápidamente atendido. El nono Napoléon -además de trabajar en el campo- sabía hacer de todo, y así fue contratado por la Estancia La Criolla como colocador de molinos. Hacía y calzaba los pozos y colocaba los molinos. Luego se le unieron en este trabajo sus hijos mayores: Abel y Alfredo. En toda la zona rural de Crespo, Cañadita, San Justo hay molinos colocados por ellos. Y en la zona urbana de Gobernador Crespo se encuentra el molino de la Escuela Fiscal, colocado en 1926”.

Después de tantos contratiempos sufridos en Pantanoso, la familia decidió volver a San Justo.

Compró una casa sobre la ruta y algunas hectáreas de campo. Allí nacieron los tres hijos menores: Manucho, Guillermo y Ángel.

“En 1925, la Compañía La Criolla hizo el loteo de sus tierras, y entonces compraron un campo de 100 Has. Vivieron ahí los abuelos, Palmira y los tres varones menores; los hijos mayores ya se habían independizado: Abel se empleó como viajante en Agar Cross, Alfredo se casó y se fue al Chaco, y Cristina y Magdalena ya estaban cercanas al casamiento. Volvieron a comenzar y trabajando duramente llegaron a tener buenas cosechas. No eran años buenos para el campo, era el tiempo de la Segunda Guerra Mundial y no se podía exportar, por lo tanto las cosechas no tenían precio y se perdían en el borde de los campos. Volvieron a comenzar, en La Criolla, con un negocio de ramos generales que estaba frente a la Iglesia. El negocio marchaba muy bien, después sobrevinieron épocas de decadencia. Y así, después de toda una vida de trabajo y sacrificios los abuelos llegaron a la vejez viviendo humildemente”.

missing image file

Molino de Zoppola, en Italia, de la familia Paulón.

missing image file

Imagen de las callecitas del pueblo de Zoppola, originario de la familia Paulón.

LA DESCENDENCIA

Para terminar, el trabajo de Mery menciona que “Abraham murió joven, al igual que Inés. Palmira vivió siempre con su madre. Abel se casó con Amelia Nardoni y se estableció en Gobernador Crespo con una fábrica de hielo y licorería. Alfredo se casó con Guadalupe Diez y se fueron a Villa Ángela. Cristina se casó con Luis Genero y permanecieron en Cañadita. Magdalena se casó con Pedro Lazzaroni y se fueron a la zona rural de Crespo. Guillermo se casó con Matilde Primón y fueron a La Nevada, donde pusieron un obraje. Manucho se casó con Maruca Lazzaroni y falleció trágicamente en el norte. Ángel se casó con Nélida Mántica, prosperó con un negocio de ramos generales en La Criolla y permaneció viviendo cerca de su madre”.

“En 2007, luego de 120 años, hicimos el camino de retorno al Friuli, los buscamos y los encontramos”, recordó con alegría Mery. Esto fue posible porque teníamos el nombre y la dirección de Mirella Cecco de Paulón. A ella visitamos en primer término. Nos abrió su casa y nos recibió al mejor estilo friulano, con mucha calidez. Inmediatamente llamó a su hijo Diego y a su cuñado Evelino y, café mediante, desplegamos los árboles genealógicos que cada uno tenía y coincidían totalmente. Lágrimas, abrazos y mucho café para festejar el encuentro”, rememora.

missing image file

Una imagen del interior del molino.

missing image file

El molino conserva las piedras con las que se molía el cereal.

Sacerdotes ejemplares

En el año 1902 llegó a San Martín Norte, para trabajar en la misión, Fray Buenaventura Giuliani, quien levantó la iglesia y también una pequeña escuela, a la que concurrieron tanto los aborígenes como los hijos de inmigrantes.

Tanto los Pighin como los Paulón estuvieron en estrecho contacto con el Padre Ventura y otros misioneros, y la propia familia dio a la comunidad franciscana dos sacerdotes ejemplares: Fray Ambrosio Pighin y Fray Antonio Paulón, quien murió de sed a los 31 años, mientras cruzaba el monte formoseño para llegar a la misión de Tacaaglé. Sus restos fueron trasladados posteriormente al cementerio del Convento San Carlos, en San Lorenzo, provincia de Santa Fe.

Radis e alis Sacerdotes ejemplares

Mery Paulón tuvo la oportunidad de viajar al pueblo de sus antepasados.

missing image file

LA LLEGADA DE LOS PAULÓN

Cornelio Paulón ha escrito una interesante novela biográfica en la que cuenta: “...Corría el año 1887. Una noche, en casa de Angel Paulón, en Zoppola, y después de rezar el rosario, se comienza a dialogar sobre el posible viaje a América. Está toda la familia: su esposa María Cortina, y sus hijos Osvaldo, José, Juana, Pedro, Napoleón, Guerino, Victorio y Riccieri. Conversan sobre dónde emigrar y toman la decisión: irían a la Argentina ya que llegaban buenas noticias de los parientes y amigos que emigraron años antes.

“Y así, pese al disgusto del Conde (don Ángel era muy apreciado y hombre de confianza del Conde Panciera), parten hacia Génova donde se embarcarán en el vapor “América’. Al presentar la documentación, surge un inconveniente: dos de los hijos no pueden viajar porque deben cumplir con el servicio militar”.

“El 1º de setiembre de 1887 parte hacia América la familia incompleta, llegando al puerto de Buenos Aires el 1º de octubre. Junto a ellos viajaban también las familias Faulín, Bertolín, Pighín, Martinuzzi y Bortolucci”. Cuenta Cornelio: “...una desbordante alegría se apoderó de todos los pasajeros. Las mujeres, elevando sus ojos al cielo, musitan una plegaria de agradecimiento y los hombres, colocándose frente al maestro, se disponen a cantar canciones de la patria lejana. El Capitán, asombrado por el canto armonioso, aplaude desde la torre de control. Este era un verdadero Coro; no hay que olvidar que muchos de ellos eran cantores del Coro de la Iglesia de San Martíno, en Zoppola”.

“Días más tarde -continúa el relato- llegaron a San Javier y grande fue la alegría al encontrarse con sus familiares y amigos, aunque para don Ángel y su esposa María la alegría no era completa: dos de sus hijos habían quedado en Europa. Pensaban que quizá no volverían a verlos. No sabían que los muchachos recibían ayuda y lograrían escapar a las leyes italianas. Cruzando la frontera llegaron a Francia y, con el aval del Consulado Argentino, consiguieron los permisos necesarios. Así, desde el puerto de Marsella, se embarcaron en el “Hamburgo’, un buque de carga alemán”.

“1887 fue de una gran felicidad: promediaba la mañana del 24 de diciembre y desde la ventana vieron llegar a dos muchachos... ¡Eran sus hijos! Entre abrazos y lágrimas, don Ángel pidió a sus peones que eligieran el mejor cordero y que lo hicieran asado al mejor estilo criollo. Se preparó el patio para la fiesta, que transcurrió desde el mediodía hasta el atardecer. Mientras se entonaban canciones del Friuli lejano, la jarra de vino pasaba de mano en mano para un lado, mientras que para el otro pasaba el mate en bombilla, porque esta costumbre criolla fue rápidamente adoptada por los inmigrantes...”.