Hasta las manos

Hasta las manos

Con una recurrencia que ya podría calificar de estructural, me toca quedarme sin papel para secarme las manos en los baños públicos. Esa es una verdad. Y la otra verdad es que pocas cosas me enfurecen tanto como salir del baño con las manos mojadas.

TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

Ya sé: habrá alguno de ustedes, que con tonito sapiente (y bajá un cambio, hermano, que estamos en los primeros días de enero) me dirá que soy un atolondrado y que debo mirar si hay papel antes de lavarme las manos (o si hay papel antes de sentarme, que es más grave), pero resulta que yo no soy así, que cuando voy al baño no voy específicamente a lavarme las manos, que esta es una acción secundaria y consecuencia de una acción anterior, y por lo mismo casi un gesto mecánico.

Así que después de hacer mis necedades o necesidades (así dicho, suena espantoso e incompleto: mis necesidades son otras) encaro directamente hacia el lavabo con la misma fe de un nueve que enfrenta a un arquero desesperado, abro la canilla, me lavo prolijamente las manos y luego, sí, compruebo una maldita vez más que no, no hay papel y la repuquelopa, laqueterreconrepuquelopa.

Es jodido quedarte con las manos semilevantadas (una especie de médico que se prepara para operar), húmedas y chorreantes.

Primero puteo, porque uno no tiene por qué guardarse con seca flema inglesa ninguna descarga emocional que, si no, viaja para adentro haciendo una suerte de turismo interior y abonando vaya a saber qué úlcera, qué mal humor, qué posterior explosión contenida...

Una vez que liberé el enojo lingüísticamente hablando, me queda todavía la realidad cierta de que tengo las manos mojadas. A mí eso me enfurece. Me pueden chocar el auto, ojearme la mina, manguearme y no devolverme plata o un libro, comerme las galletitas calma angustia del cajón... soy un tipo tranquilo. Pero las manos mojadas me enfurecen.

Hay dos o tres caminos inmediatos, todos me enfurecen por igual, todos son equivocados, ninguno sacia ni acomoda el terrible desequilibrio ocasionado:

1) Uno puede secarse en la ropa. Salimos con las manos secas, pero con sospechosas huellas de humedad en otras partes, encima saliendo del baño. ¿Cómo explicar que las manchas de la camisa o del pantalón son sólo pura e inocente agua?

2) Uno puede secarse en las paredes. Por lo general, los baños tienen azulejos, que están húmedos y tienen una cosita residual de más vale no pregunto, que hace inviable el gesto. Igualmente creo que las huellas en las cuevas de Altamira y en cualquier otra, no tenía actitud animista alguna ni querían poseer nada: no tenían papel los vagos.

3) Uno puede usar papel higiénico. Una chanchada. El papel higiénico es mucho más débil, transparente casi y con el agua se arma un pegote insoportable, una especie de engrudo. A la larga podrás secarte, sí, pero haciendo un quilombo de papel de novela.

Hay otros caminos posibles posteriores: pasar la mano por paredes o puertas exteriores; encarar para el baño de las mujeres, pispear si está vacío, entrar sigilosa y rápidamente, sacar papel para las manos de allí y salir para enfrentarnos justo con una señora que nos mirará mitad extrañada, mitad horrorizada (y que cobrará fuerzas al comprobar que el cartelito en la puerta ratifica que los equivocados somos nosotros y no ella: jodido enfrentarse a una mujer que no tiene razón; imagínense cuando la tiene...), y nosotros ya estaremos nuevamente en esas situaciones fronterizas, dando explicaciones que resultarán más absurdas que la situación que queremos explicar.

Ya está: cuando te pasan estas cosas querés tomar tontas represalias contra los encargados de mantenimiento o jurás que no pisás nunca más ese baño, tonterías que se caen por sí solas, que se escapan como el agua de los dedos...

Ustedes se ríen o piensan que me tomo las cosas a la tremenda, que no da para tanto, que hay cosas más importantes y serias para preocuparse o enojarse, pero ya les digo que cada cuál padece lo que se le antoja. Y yo, no sé si les dije, soy un verdadero energúmeno saliendo del baño con las manos mojadas.

Y ya sé que podía fijarme antes, pero también te digo que, de tan organizado, de tanto prever, planificar, de tan racional, un día te vas a hacer encima y todo porque no hay un mísero papelito para limpiarse las manos. Y ahí te quiero ver. Nadie te va a dar una mano.