Laura Osti

Jane, después de diez años de divorcio, sigue sola al frente del hogar y de su empresa gastronómica, y a cargo de sus tres hijos veinteañeros; mientras que Jake, su ex, luce airoso con su nueva esposa, mucho más joven y atractiva. Ambos se encuentran en la fiesta de graduación del hijo y es el comienzo de una nueva etapa en su relación, que, como es de esperar, nunca se ha cerrado del todo.

El filme, titulado It’s complicated, se estrenó aquí bajo el título “Enamorándome de mi ex”, lo que ya anticipa algo del argumento. Sí, es lo que se imaginan, Jane y Jake reinciden después de diez años de estar separados y lo hacen a hurtadillas, revirtiendo los papeles. Ahora la protagonista de la aventura extramatrimonial de Jake es su primera esposa, quien pasa a ser “la otra”, y Agness, la actual, es la engañada herida.

Es una fórmula sencilla para arrancar una comedia de enredos que tiene como tema principal a la pareja y la familia, porque los hijos, que están siempre presentes en la constelación de los dos personajes protagónicos, juegan un papel trascendente y hacen de caja de resonancia de todo lo que ocurre entre sus padres.

Pero para completar la ensalada, aparece Adam, un arquitecto que se encargará de refaccionar la casa de Jane, con quien inicia un romance. Y Agness, que tiene un pequeño hijo de otra pareja, está empeñada en quedar embarazada de Jake.

Si a ellos se suma el novio de la hija mayor de Jane y Jake, tenemos un hermoso cuadro de familia ampliada lleno de dimes y diretes, en los que la cuestión emocional y los límites entre lo correcto y lo incorrecto están siempre enredando las cosas.

“Enamorándome de mi ex” es una comedia clásica, típica, de esas que gustan a la gente madura de clase media acomodada, que no tiene apuros económicos y que sus cuitas se resuelven siempre civilizadamente. Para eso están los profesionales ad hoc siempre a mano: dentista, psicólogo, arquitecto, abogado, cirujano plástico, etc. etc. Pero... siempre hay un pero... queda patente que el poder adquisitivo y los bienes materiales no garantizan la felicidad.

Claro que no es lo mismo vivir este tipo de complicaciones rodeados de confort, en residencias con parque y piscina o en hoteles de lujo, que en un barrio de las orillas. Pero ese glamour que ostenta el modo de vida americano, aun con sus “rollitos”, es el principal ingrediente de este tipo de propuestas, que entretienen, sin exigir demasiado y dejan algunas cuestiones picando, porque siempre, en algo, el espectador se sentirá identificado.

Las intimidades familieras son una apuesta segura para agradar y enganchar, sobre todo a la platea femenina, y si se hace con buen gusto y actores de fuste, mejor.

No hace falta recalcarlo, pero Meryl Streep, como siempre, se adueña de la pantalla y luce perfecta y conmovedora, como ella lo sabe hacer. Y sus galanes, Alec Baldwin y Steve Martin, se comportan como perfectos caballeros, rendidos a sus pies y cediéndole todo el estrellato.

Una mención especial merece John Krasinski, el joven novio de la hija mayor, a quien se lo ve siempre tratando de asumir el rol del hombre de la casa, ante la ausencia de otro referente masculino en el hogar de Jane, y lo hace a los tropezones, pero no esquiva la responsabilidad.

Es que Nancy Meyers, guionista y directora de esta película, cuida todos esos pequeños detalles. Trata a cada personaje con respeto y ternura, aun al poner el acento en sus defectos, por eso, al final, nadie se puede sentir ofendido y todos se sentirán como en casa.