al margen de la crónica

Ya no quedan poetas

La joven venía caminando por el pasillo de la Redacción con un ramo de flores: “¡Qué lindas!, ¿quién te las regaló?” Levantó los hombros y contestó: “Las compré yo. Ya nadie te regala flores”.

Un nostálgico colega estudiaba días atrás en este espacio, la ruta que trajo a las muchachas desde las flores hasta las mancuernas. Se preguntaba cuándo pasaron de cocinar panes a preparar licuados diet y por qué reemplazaron las miradas de párpados bajos por los gritos y las palabras fuertes cuando salen en grupo.

Es que fueron empujadas a ese camino cuando dejaron de tocar manos ásperas y pasaron a acariciar otras suaves gracias a la vitamina A de una crema de marca, cuando ya nadie abrió la puerta del auto porque quien acostumbraba hacerlo, ahora usa una mano para acercar el celular a la oreja y la otra, para apuntar el control de cierre a distancia al auto.

En salas de espera o en colectivos, vio de reojo cómo un caballero sentado escondía la cara detrás de una revista e ignoraba la costumbre de cederle el asiento. Ahora, si desaparece el secador de pelo, seguro ella lo encuentra junto con su cepillo de brushing en el closed del marido porque el hombre, que además le usa su champú, sigue siendo incapaz de devolver las cosas a su lugar.

Los señores cambiaron las sobrias camisas por musculosas que muestran su bíceps producto de muchas horas de aparatos, ya no regalan flores, ahora les compran celulares; llevan aros o piercings -o ambos-; eligen pulseras, se hacen tatuajes, se tiñen el pelo, dejan a su pareja por una mujer más joven a la que luego reemplazan por otra más joven aún, recurren al bisturí para parecer tan jóvenes como sus parejas jóvenes; ajustan jeans para exhibir provocativos traseros. Cambiaron el jabón por cremas de limpieza; ahora duermen engrasados y oliendo a perfume importado; usan gel en lugar de gomina. Ya no caminan de la mano con ellas por la Costanera, van sólo a correr; dejaron de comentarles las noticias del diario mientras descansaban en el sillón y ahora devoran partidos de fútbol en soledad. Lejos de copiar la seducción de Clark Gable, Cary Grant, Alain Delon o Sean Connery, a los muchachos de hoy se miran en el espejo de Ricky Fort.

Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, o mejor, Pablo Neruda, le dedicó a su amada: “Me falta tiempo para celebrar tus cabellos./ Uno por uno debo contarlos y alabarlos/ otros amantes quieren vivir con ciertos ojos;/ yo sólo quiero ser tu peluquero...

Cuando tú te extravíes en tus propios cabellos,/ no me olvides, acuérdate que te amo,/ no me dejes perdido sin tu cabellera”.

La nostalgia del colega periodista es comprensible. Pero si las mujeres de hoy prefieren las mancuernas, quizás sea porque ya nadie les regala flores y si se aturden gritando, a lo mejor es para olvidar que ya no quedan poetas.