Laura Osti

Dicen los que saben que James Gray, el joven director de “Los amantes”, es conocido por ser un buen realizador de thrillers (“Cuestión de sangre”, “La traición” y “Los dueños de la noche”) y que ésta sería su primera incursión en el género del melodrama.

Para quienes no hemos visto sus anteriores películas, el dato es interesante porque ilumina un aspecto de la estética de Gray, que juega con los climas, los primerísimos planos de rostros que expresan más con mínimos gestos y miradas que con las palabras, y las locaciones extrañas, como azoteas y patios internos de viejos edificios, interiores casi claustrofóbicos y las calles brumosas de Brooklyn, todo acompañado por una banda sonora que invade el alma con una sensación de drama o de tragedia inminente.

El personaje protagónico es Leonard (Joaquin Phoenix), un joven treinteañero con tendencias suicidas. Vive con sus padres, en un barrio judío y trabaja en el negocio familiar, una tintorería, aunque su verdadera pasión es la fotografía.

Es un joven evidentemente problemático y sumido en un estado mental desapacible; aparentemente tiene un trastorno bipolar y está medicado. Los padres tratan de contenerlo, aunque se los ve a veces un tanto desorientados.

Leonard todavía no puede superar un desengaño amoroso. Su novia, con quien estaba por casarse, lo ha abandonado repentinamente y nunca más pudo saber de ella. El joven arrastra esta pena como una carga pesada que obnubila su conciencia.

Sin embargo, consigue atraer la atención de una muchacha muy hermosa, Sandra (Vinessa Shaw), cuyos padres están buscando asociarse con los padres de Leonard y ampliar el negocio, algo que beneficiaría a las dos familias, las que también impulsan que entre los jóvenes se forme una pareja y de ese modo, garantizar la continuidad del emprendimiento (una idea muy judía de las cosas).

En medio de estos trámites, aparece una tercera mujer, Michelle (Gwyneth Paltrow), la nueva vecina de Leonard, quien logra captar su atención, al punto de hacerle sentir otra vez ese sentimiento tan fuerte llamado amor.

Todo esto ocurre rápidamente en los primeros tramos de la película, por lo que la mayoría del filme transcurre relatando la situación de tironeos en que se verá envuelto el protagonista, demandado por un lado por su familia y Sandra, y por otro, por la misteriosa y subyugante Michelle. Lo que se traduce en: la estabilidad y la seguridad de un lado, y el riesgo y la incertidumbre, del otro.

Emociones a flor de piel

Los dos muchachas son hermosas y encantadoras a su manera, pero Leonard se siente deslumbrado por Michelle, por su belleza, su misterio y su compleja personalidad. Sin embargo, ella está viviendo un tormentoso romance con un hombre casado y considera a su vecino un amigo en quien puede confiar y, en todo caso, como un paño de lágrimas.

Es una historia de amor, de familia, de sentimientos y de proyectos de vida, donde no ocurre nada demasiado fuera de lo común, pero donde las emociones están permanentemente a flor de piel y se constituyen en las verdaderas protagonistas del relato, que está inspirado en una narración de Fiódor Dostoyevski, “Noches blancas”.

Finalmente, la sangre no llegará al río y después de un clímax de tensión, todo parece acomodarse... Sin embargo, dada la naturaleza de Leonard, no se sabe si eso será algo duradero.

Es una película hecha con buen gusto e inteligencia, con actores que se destacan por sus excelentes interpretaciones, mereciendo una mención especial Isabella Rossellini, en el papel de la bella y sufrida madre de Leonard.