Casos emblemáticos

Del periodismo a la literatura

El tránsito de trabajar en una redacción periodística a la consagración como novelista demanda un talento especial. Muchos de los grandes de la literatura forjaron su estilo en un diario o en una revista. El compromiso con la palabra y los periodistas que novelaron sus investigaciones.x

 

De la Redacción de El Litoral

Periodismo y literatura son artes diferentes que tienen en común la palabra como herramienta y de nutrirse mutuamente, pues resulta difícil llegar a ser un buen periodista si no se abreva en los grandes novelistas, como también grandes novelistas han formado -o desarrollado- su estilo narrativo en la sala de redacción de un diario.

Haber leído -y aprehendido- los clásicos de la literatura universal no allana a un periodista el camino para descollar como novelista -lo que requiere, por cierto, talentos de otra naturaleza-, pero es innegable que contribuye a poder describir y escribir de manera interesante y atractiva hasta la noticia más pueril. No es entonces casual la influencia de pautas de escritura y modelos literarios para la construcción de la narrativa periodística, como no es de menor importancia que el fenómeno de periodistas que luego se consagraron como novelistas haya tenido mayor auge en el siglo pasado, cuando los diarios eran los referentes informativos por excelencia.

La historia está plagada de periodistas que dejaron o alteraron su oficio por el de novelistas y de periodistas, que utilizan la literatura para revivir y transformar en arte informativo la realidad cotidiana. Por eso, ejemplos de quienes supieron desarrollar con maestría periodismo y literatura abundan en nuestro país -y, por supuesto, también en el mundo-, por lo que en una selección -caprichosa e incompleta, como toda selección- la revista de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas pretende rendir homenaje a aquellos grandes escritores que pasaron por una sala de redacción, aunque -vale reiterarlo- en estas líneas sólo se mencionen unos pocos.

El puntapié inicial

Se puede afirmar, sin riesgo a mayores equívocos, que el uruguayo Natalio Botana, fundador y director de Crítica, dio el puntapié inicial -al menos en la Argentina- al aglutinar en la redacción de su diario a jóvenes intelectuales de diversas tendencias políticas y literarias que no tardarían mucho en trascender como grandes novelistas, poetas o dramaturgos.

Basta con recordar que en aquel mítico diario, que llegó a tener hasta siete ediciones por jornada, trabajaron, como críticos de la sección cultura o bien como redactores de policiales y de información general, Jorge Luis Borges, Ulises Petit de Murat, Roberto Arlt, los hermanos Raúl y Enrique González Tuñón, Carlos Muñoz del Solar (conocido por sus seudónimos Carlos De la Púa y El Malevo Muñoz), Roberto Payró, Horacio Rega Molina y Eduardo Mallea, mientras Alfonsina Storni, Norah Lange, Leopoldo Marechal, Juan Carlos Onetti, Enrique Mallea y Carlos Mastronardi eran colaboradores habituales.

El vespertino Noticias Gráficas siguió, en menor medida, el modelo instaurado por Botana, al congregar a intelectuales de la talla de Carlos Olivari, Sixto Pondal Ríos, Bernardo Verbitsky, Santiago Ganduglia y Octavio Palazzolo, mientras -más cercano en el tiempo- Jacobo Timmerman supo reunir en las páginas de La Opinión las firmas de Tomás Eloy Martínez, Osvaldo Soriano, Juan Gelman y Kive Staif, entre otros.

Escritos “rabiosos”

Roberto Arlt (1900-1942) es, posiblemente, el ejemplo más emblemático en estas tierras de un periodista que desarrolló desde las páginas de un diario una impronta narrativa que trasladaría luego a sus novelas, novelas que marcaron un antes y un después en la literatura contemporánea argentina, aunque ese reconocimiento llegó mucho tiempo después de su muerte. Incluso, los malandrines, proxenetas y rufianes de todo calibre que tenía como fuentes de información para su labor periodística que inspiraron muchos de los personajes de sus obras, como los que describe con singular fuerza y crudeza en “El juguete rabioso” (1927) y “Los siete locos” (1929).

En una entrevista que concedió, poco antes de su fallecimiento, dijo que tanto como periodista como para escribir cuentos y novelas se había impuesto “la prepotencia del trabajo” y que “aporreaba” la máquina de escribir “con orgullosa soledad, con la violencia de un cross a la mandíbula, con sudor de tinta y manos fatigadas, hora tras hora, hasta que los eunucos bufen”. Esa reflexión fue compartida, muchos años después, por el filósofo y escritor francés Jean-Paul Sartre (1905-1980) al decir que “la genialidad” en la escritura “no es un don, sino una sobreexigencia”.

Conrado Nalé Roxlo, otro periodista que supo reírse -y hacer reír- de sus ascendientes vascos que emigraron a la Argentina con una serie de bellos cuentos que firmaba con el seudónimo Chamico, fue el mentor de Arlt como periodista cuando lo llevó a trabajar en la revista que dirigía, Don Goyo, y lo recomendó luego a Botana.

Aprender todos los días

El mendocino Antonio Di Benedetto (1922-1986) comenzó a los 16 años la carrera de periodista como cronista cinematográfico en el periódico La Semana, de su provincia natal, y llegó a ser subdirector periodístico del matutino Los Andes, cargo que ejerció desde 1967 hasta su secuestro y forzado exilio una década después.

El vértigo de una sala de redacción y el arte de la narrativa, que cultivó con exquisita maestría en novelas y cuentos, lo llevaron a abandonar sus estudios de abogacía. En 1949 fue nombrado jefe de las secciones artes, letras y espectáculos de Los Andes, labor que complementaba con la corresponsalía en Mendoza del diario La Prensa, de Buenos Aires. Cuatro años después publicó “Mundo animal”, su primer libro de cuentos, que tuvo una acogida favorable entre los críticos literarios.

En una entrevista concedida a la televisión española, Di Benedetto recordó el paso por una redacción periodística, pues -expresó- le había posibilitado “un aprendizaje día a día que no se logra en otra profesión”. También dijo emocionado que aprendió a escribir cuentos “gracias a mi madre, porque de niño ella era muy animadora de las noches y se dedicaba a contar cosas de mi sufrida y aventurera familia”.

Pocas horas después del golpe militar del 24 de marzo de 1976, Di Benedetto fue secuestrado por el ejército y estuvo cautivo hasta el 4 de septiembre de 1977. “Nunca estaré seguro si fui encarcelado por algo que publiqué. Mi sufrimiento hubiese sido menor si alguna vez me hubieran dicho qué exactamente. Pero no lo supe. Esa incertidumbre es la más horrorosa de las torturas”, diría años más tarde durante su exilio, primero en los Estados Unidos y luego en España y Francia.

El vuelo de un maestro

Era un adolescente cuando comenzó en el matutino La Gaceta, de Tucumán, inicio que siempre recuerda como una verdadera escuela. Entre otros trabajos como periodista fue crítico de cine en La Nación; jefe de redacción del semanario Primera Plana; director de la revista Panorama; responsable del suplemento cultural de La Opinión; editor de la sección literaria del rotativo El Nacional, de Venezuela; director del suplemento cultural de Página 12 y fundador -en 1991- del diario Siglo 21, de Guadalajara, México.

El tucumano Tomás Eloy Martínez (1934), de él se trata, dijo en entrevistas y seminarios que el periodismo le enseñó a ponerse “en el lugar del otro, a tratar de comprender al otro”, y que esa profesión “nunca es un mero modo de ganarse la vida, sino un recurso providencial para ganar la vida”.

El autor de “Sagrado” (1969), “La pasión según Trelew” (1974) “La novela de Perón” (1985), “La mano del amo” (1991), “Santa Evita” (1995) y “El vuelo de la reina” (Premio Alfaguara 2002), entre otras de sus destacadas obras, suele aconsejar a todo novel periodista que lo consulta tener siempre presente, a la hora de escribir una noticia, que el rigor informativo no es incompatible con la creatividad narrativa.

Al respecto, en el manual de estilo del desaparecido Diario de Caracas, de Venezuela, del que fue cofundador y coeditor con su compatriota Rodolfo Terragno, advierte: “Hay que evitar el dogma, pero no la disciplina. A menudo la flexibilidad -palabra que no goza de prestigio- es esgrimida para disimular la ineficacia o la negligencia. El rigor -vocablo de connotaciones ingratas- es acusado de herir la imaginación y ofender el talento. El periodismo, sin embargo, exige la sociedad de la imaginación, del talento y de ese rigor de mala fama, sin el cual la creatividad se desencuaderna y acaba por perderse”.

Los “sufrimientos” de Gabo

Aunque se sufra “como perros”, para el colombiano Gabriel García Márquez “no hay mejor oficio” que el periodismo; aunque lamentó que el ritmo vertiginoso que exige el tratamiento de las noticias no deja “tiempo para pensar mucho o perfeccionar” lo que se escribe.

“Como periodista, uno sufre o disfruta por los encabezados y el manejo que hace de las noticias, gozamos cuando hallamos una joya, pero sufrimos como perros cuando vemos la forma en que se maltrata el idioma”, dijo durante un homenaje que se le tributó en la Feria Internacional de Libros de Guadalajara, México.

El Premio Nobel de Literatura relató ante estudiantes de periodismo algunas anécdotas de su trabajo -hace medio siglo- como redactor del diario El Espectador, de Bogotá, donde dijo haber aprendido a desarrollar “siempre a los apurones” diferentes estilos narrativos, ya que -según los humores del editor- tenía que escribir críticas de cine y de libros como crónicas policiales.

Fuente revista ADEPA

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Jorge Luis Borges.

Fotos: Archivo El Litoral

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Juan Gelman

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Gabriel García Márquez

 

3.jpgRoberto Arlt

Periodistas historiadores

Muchos periodistas no trascendieron como novelistas, en el sentido estricto del término, pero como narradores de la historia de todos los días hicieron escuela al ampliar en un libro investigaciones que habían publicado en un diario o revista.

Rodolfo Walsh (1927-1977), corrector y traductor en la editorial Hachette y luego colaborador de las revistas Leoplán y Vea y Lea, es el caso más emblemático del periodismo de investigación con “Operación Masacre” (1957) y “Quién mató a Rosendo” (1969).

Esos libros, material de estudio en las principales facultades de Ciencias de la Comunicación de la Argentina y de América Latina, llevaron a García Márquez a expresar que el argentino había logrado conjugar la denuncia periodística con un estilo narrativo “tan atrapante como la mejor novela”:

El estadounidense Truman Capote (1924-1984), quien a los 17 años ya era uno de los redactores más destacados de la revista The New Yorker, es otro hito de la denominada “non-fiction-novel” (novela de no ficción) con su libro “A sangre fría” (1966), una investigación periodística de cinco años sobre el asesinato de una familia de granjeros.

El estilo de novelar biografías de figuras políticas o investigaciones periodísticas sobre presuntos casos de corrupción gubernamental tuvo su auge en la Argentina durante los “90 con libros que agotaron varias ediciones, como “Robo para la corona”, de Horacio Verbistsky; “El jefe”, de la hoy legisladora porteña Gabriela Cerruti; “Narcogate”, de Roman Lejtman; “Todo tiene precio”, de Daniel Capalbo y Gabriel Pandolfo; “Menem, la vida privada”, de Olga Wornat, “El Congreso en la trampa”, de Armando Vidal; y “Relaciones carnales. La historia del misil Cóndor”, de Eduardo Barcelona y Julio Villalonga.

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Antonio Di Benedetto

 

5.jpgTomás Eloy Martínez
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Truman Capote

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Osvaldo Soriano