Piñera, Chile y la relación con la Argentina

 

No hay motivos en principio para suponer que la victoria electoral de Sebastián Piñera en Chile modifique la política exterior del país. Del mismo modo que en el orden interno se supone que habrá más continuidades que cambios, en el orden externo existen sólidos presupuestos para pensar que el entendimiento y el diálogo en todos los terrenos será la constante. Por lo pronto, las declaraciones del presidente electo han sido tranquilizadoras, aunque alguna frase acerca de la singularidad chilena en el estricto y sugestivo lenguaje diplomático pueda despertar algunas suspicacias, que seguramente el tiempo se encargará de disipar.

Como es de público dominio, en las tres últimas décadas las relaciones entre Chile y la Argentina han sido excelentes. Más allá de algunas pequeñas y previsibles diferencias, lo que predominó fue la cordialidad y el acuerdo. El dato merece destacarse porque estas relaciones han estado condicionadas por la tensión, tensiones que en ciertas coyunturas estuvieron a punto de estallar en la boca de los armamentos.

El momento más difícil se produjo durante las dictaduras de los generales Pinochet y Videla. La sensatez de algunos dirigentes y la eficiente intervención diplomática del enviado del Vaticano permitieron que esta tragedia no se consumara. La recuperación de la democracia en la Argentina en 1983, y la democratización de Chile unos años después permitieron que este clima intoxicado por mesianismos y nacionalismos belicistas se redujeran a su mínima expresión. En la Argentina fue muy importante el plebiscito convocado por Alfonsín para resolver el tema del Beagle. Si bien ésta fue una decisión interna, expresó una elocuente señal pacifista hacia Chile.

Con la llegada de Patricio Aylwin a la Casa de la Moneda en 1990, las relaciones diplomáticas se fortalecieron, confirmando el principio que asegura que las democracias son pacifistas por definición. En efecto, en un sistema político donde la soberanía popular se consolida mediante instituciones pluralistas es muy difícil conquistar una mayoría que autorice decisiones guerreras con países vecinos.

Este principio vale para la Argentina y también para Chile. El poder republicano no es un instrumento funcional a la guerra. Por el contrario, los liderazgos carismáticos, la demagogia populista, las dictaduras autoritarias son las que alientan y crean las condiciones para que los pueblos se exterminen entre sí.

A nadie escapa que los miles de kilómetros de frontera en común entre Chile y la Argentina han generado problemas limítrofes a lo largo de la historia, problemas que en algunos pocos casos siguen irresueltos. También es verdad que en ambos países existen minorías fanáticas decididas a exaltar ese nacionalismo mezquino y beligerante. Contra ello se levantan los valores de las democracias consolidadas, la sensatez de las clases dirigentes y el deseo de los pueblos de vivir en paz.