Río empieza a cambiar la cara de sus favelas

El gobierno de Río de Janeiro, la ciudad más emblemática de Brasil, ha emprendido un innovador programa social para tomar el control de sus barriadas pobres.

Río empieza a cambiar la cara de sus favelas

El gobierno de la ciudad más emblemática de Brasil ha emprendido un innovador programa social para tomar el control de sus barriadas pobres, hasta ahora dominadas por bandas armadas.

TEXTOS. MANUEL PÉREZ BELLA. FOTOS. EFE REPORTAJES.

Por primera vez en décadas, la policía brasileña ha comenzado a patrullar los callejones de algunas de las 900 favelas, los barrios pobres construidos ladrillo a ladrillo por los vecinos en las escarpadas colinas de difícil acceso o en zonas degradadas, que son el hogar de un tercio de los seis millones de habitantes de Río de Janeiro.

Antes de entrar a las favelas, la policía ha tenido que expulsar a los traficantes de drogas o a los grupos de paramilitares, que en los últimos años han transformado a estas barriadas en sus fortalezas, a la vez que extorsionan a su población.

Las favelas eran consideradas como “islas” al margen del ordenamiento jurídico brasileño, en las que el Estado no entraba sino a reprimir a tiros a los delincuentes, por lo que apenas se han facilitado servicios e infraestructuras básicas para sus poblaciones.

NUEVA ESTRATEGIA

Sin embargo, desde finales del 2008, el gobierno regional de Río decidió cambiar de paradigma, desplazar a las bandas armadas, instalarse en las favelas y comenzar a llevar servicios a los vecinos para desarrollar e integrar estas áreas con el resto de la ciudad.

La primera favela en la que se inició el proyecto fue Dona Marta, que se extiende por la abrupta falda de la montaña del Corcovado -coronada por la estatua del Cristo Redentor-, vecina del acomodado barrio de Botafogo.

En lo alto del Dona Marta, la capitana Priscilla de Oliveira Azevedo, comandante del batallón de la Policía Militar, explicó cómo se inició el proceso de ocupación en 2007, con repetidas incursiones, que se traducían en encendidos tiroteos. “Desde octubre de 2008 las operaciones pasaron a ser diarias y la regularidad de las incursiones obligó a hacer cambios. El Estado vio que no se podía tratar el Dona Marta de forma normal, con asedios y después saliendo”, consideró la capitana.

Entonces, la policía entró para quedarse. Los narcotraficantes huyeron y se construyó un cuartel en lo alto de la favela, desde donde se controlan los principales accesos y se tiene una vista panorámica privilegiada sobre toda la favela y los barrios que se extienden a sus pies.

Desde ese momento, unos 125 agentes patrullan día y noche los laberínticos callejones de la barriada, aunque con un estilo diferente que en el resto de la ciudad, puesto que la policía trata de integrarse con la comunidad y de ayudar a llevar los servicios básicos a los habitantes.

UNA EXPERIENCIA PILOTO

El Dona Marta se ha convertido en un “laboratorio” para probar este modelo de patrulla denominada como “comunitaria”, que ha tenido un éxito ostensible en términos de seguridad.

“Hubo una reducción drástica de la violencia, de robos y asaltos en todo el barrio de Botafogo”, aseguró la responsable policial, quien incluso apuntó que los inmuebles vecinos a la favela se han revalorizado “un ciento por ciento”, después de la entrada de la policía.

En los primeros meses de este año, el gobierno de Río extendió el modelo a otras barriadas pobres. En febrero, la policía ocupó las favelas de Batam, controlada por paramilitares, y la de Cidade de Deus, en manos de “narcos”, ambas en la zona oeste de Río, la región más densamente poblada y deprimida de la ciudad.

En junio, la operación se extendió a las favelas de Chapéu Mangueira y Babilonia, que se alzan sobre uno de los montes que circundan el turístico barrio de Copacabana, cuya playa es la más famosa de todo Brasil.

Tras expulsar a los traficantes, la policía instaló un cuartel de tres pisos que costó unos 325 millones de dólares en lo alto de Chapéu Mangueira, y ya está comenzando a proyectar programas de urbanización y a implementar servicios para la comunidad.

Lo primero en llegar son los centros de formación profesional y también los puntos de acceso a internet sin cables y de banda ancha, que hasta ahora sólo gozaban la turística playa de Copacabana y el cerro Dona Marta.

Enseguida seguirán los proyectos sociales, que en su mayoría están orientados hacia los niños y adolescentes.

En Dona Marta se ofrecen clases de informática, inglés, español, música y judo, y se ha instalado una lujosa cancha de fútbol de hierba sintética, que destaca entre los barracones cochambrosos en lo alto de la favela.

Con la presencia de los poderes públicos, también ha llegado la legalidad. La Compañía Eléctrica ha catalogado todas las casas del Dona Marta para comenzar a cobrar por el servicio de luz, que hasta ahora era robado por una gran mayoría de los vecinos.

Pero el mayor cambio llegó con las obras de urbanización: la mejoría de la red de alcantarillado, del pavimento y de las casas mal construidas, que tienen riesgo de derrumbe.

Sin embargo, un vecino del Dona Marta, José Antonio, constructor civil, explicó que las obras públicas tan sólo se están llevando a cabo en la parte inferior de la favela, “la zona que se puede ver desde Botafogo”, pero que en la parte más alta y más pobre, “todo sigue igual de mal”.

“De nada sirve quejarnos, porque no están teniendo en cuenta la opinión de los vecinos”, comentó resignado.

Marcia, una joven estudiante de 18 años, reveló que la casa de su vecina, en la parte alta de la favela, se derrumbó por un aguacero en la temporada lluviosa en verano.

Hasta el final de 2010, trece favelas serán cercadas en parte por una pared de cemento, de diferentes alturas, lo que ha dividido la opinión de los vecinos. Algunos aprueban la medida que puede “ayudar a la conservación” del amenazado ecosistema del bosque Atlántico, pero otros se han quejado porque se sienten “atrapados”.

El gobierno ya planea extender la experiencia de Dona Marta a otras seis favelas en 2010.

El momento más delicado de la operación es la expulsión de los narcotraficantes, que hasta ahora han huido a otras favelas controladas por bandas amigas. No obstante, los vecinos todavía dicen tener miedo de que puedan volver si el Estado afloja la vigilancia en algún momento por el alto costo del operativo.

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Por primera vez en décadas, la policía ha comenzado a patrullar los callejones de algunas de las 900 favelas de la ciudad.

La Ilusión de Dona Marta

Hemos llegado a la última estación de nuestro viaje: Río de Janeiro. La ciudad más vital e intensa que conozco en Latinoamérica. La intensidad de Río reside en que en esta ciudad la extrema armonía y el extremo caos conviven. La situación geográfica privilegiada en que se encuentra ubicada Río, entre morros verdes de conformación escultórica y hermosas bahías junto al mar, la hacen una ciudad de una belleza deslumbrante. Todos los sentidos, la vista, el tacto, el olfato parecen despertar. Esta ciudad provoca fascinación por el sólo hecho de contemplarla y al mismo tiempo despierta una especie de latente temor al saberla insegura e impredecible.

En Río, además de las famosas playas de Copacabana e Ipanema, conocidas a nivel internacional, existen cientos de favelas, alrededor de 600, que representan otra realidad, otro Río. Una especie de mundo prohibido e impenetrable, que conocemos por películas, el mundo de las favelas dominado por el narcotráfico y la violencia. Una realidad que arrastra Río hace mucho tiempo, un círculo vicioso que no ha logrado vencer. En los últimos años del gobierno de Lula, se han hecho un esfuerzo y una inversión enorme en las favelas de Río con la intención de revertir esta situación. Entre estas muchas favelas ha sido escogida una, como ejemplo para lo que se podría llegar a lograr en el desarrollo de éstas: la favela Dona Marta, hoy un referente emblemático para la ciudad.

En Dona Marta, gracias a una fuerte inversión en infraestructura y apoyo social, se está logrando regularizar tanto su situación urbana, como los servicios públicos, se están renovando viviendas, se ha instalado un funicular, los jóvenes tienen acceso a W-lan, para nombrar algunos de los cambios. Pero lo fundamental, es que en Dona Marta el narcotráfico ha sido erradicado y se ha establecido una policía pacificadora, para mantenerla libre de éste. Sus habitantes pueden convivir en paz, y nosotros hemos podido visitar Dona Marta: ha dejado de ser un lugar prohibido.

Hoy recorremos las callejuelas de Dona Marta, subiendo y bajando empinadas escaleras, al principio algo temerosos, pero el saludo y las miradas sonrientes de sus habitantes nos hacen entrar en confianza. El calor intenso, una temperatura de casi 40 grados, nos cansa y a la vez nos relaja, el sudor no deja de empapar nuestros cuerpos. Nos preguntamos cómo pueden ancianos, niños, enfermos, madres con sus bebes subir estas escaleras todos los días para llegar a sus casas. Dona Marta es la primera, de las favelas de los morros de Río, en recibir un funicular.

Seguimos subiendo, agotados, pero a la vez fascinados: frente a nosotros va apareciendo un mundo. Sentimos que entramos a las entrañas de la favela. Sus callejuelas nos recuerdan las de las medinas de las ciudades de Oriente. Por momentos las callejuelas se vuelven angostas y oscuras, distintos, pequeños negocios funcionan a lo largo de ellas. Es un lugar que ha crecido espontáneamente a través de la autoconstrucción de sus habitantes, sin planificación alguna. Por esta razón tiene ciertas falencias, pero a la vez la arquitectura de la favela es orgánica, libre, muy creativa. Al doblar en cada esquina surge alguna construcción que nos sorprende, hay mil recovecos. Los lugares públicos, que van resultando entre las casas, sirven de espacios públicos y son ocupados por grupos, ya sea de jóvenes, de madres con niños, de hombres mayores jugando a las damas.

En un mirador tocan tambores, en un espacio que ha quedado libre juegan fútbol. Por todas partes circulan sus habitantes, personas se asoman por las ventanas, las puertas abiertas dejan ver el interior de las casas, niños se bañan frente a ellas, pareciera no existir la privacidad y que toda la favela fuera un lugar comunitario para poder compartir. Sus habitantes, en su mayoría de origen africano, son amables y cordiales con nosotros los “brancos” curiosos. Nos abren sus puertas, nos dan su tiempo.

Aún se escuchan, a pesar de los cambios, muchas quejas, se ve mucha pobreza en Dona Marta, y se percibe, irremediablemente, la misma injusticia de siempre de este continente. Aún las carencias son muchas. Pero los avances de los últimos años son evidentes e indiscutibles. Para sus habitantes un gran paso hacia delante, para nosotros, este día que hemos pasado hasta el anochecer en Dona Marta, ha significado un viaje a otro mundo, especialmente a otra manera de vivir y convivir en la ciudad. Ha sido un gran privilegio. Gracias Dona Marta. Nos vamos llenos de imágenes, impresiones, preguntándonos si los logros permanecerán, si Dona Marta representa el futuro, si Río logrará recuperar otras favelas del dominio del narcotráfico. ¿Otras 599? ¿Cuánta energía se necesitaría, cuánto dinero, cuánto tiempo? ¿Es una ilusión?

De lo que sí estamos seguros, es que Dona Marta y sus puertas abiertas no son una ilusión, son la prueba viva, que sería un enorme enriquecimiento para esta ya maravillosa ciudad poder incluir el mundo de las favelas y recuperarlas para todos sus habitantes y sus visitantes.

Paula Rodríguez

Fuente: DW-World.de, Deutsche Welle

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Las favelas eran consideradas como “islas”; al margen del ordenamiento jurídico brasileño, en las que el Estado no entraba sino a reprimir a tiros a los delincuentes.