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Leonor Fini.

Las mujeres y el surrealismo

Un repaso por la obra de cuatro exponentes de este movimiento que compartieron, además de la pasión por el arte, una condición poco reconocida para la época: ser mujeres. Maruja Mallo, Remedios Varo, Leonora Carrington y la argentina Leonor Fini.

TEXTOS. ANA MARIA ZANCADA.

En los comienzos del siglo XX se vive ya una atmósfera enrarecida en el mundo, como presagiando las crueldades que acarrearán las dos grandes guerras y los consiguientes cambios intelectuales que ésto significaría. París era, desde siempre, el caldero donde se cocinaban los grandes movimientos renovadores que de alguna forma imponían las pautas de lo que estaba de moda. De tal manera que se puede decir que el surrealismo fue un movimiento, cuyo nombre fue acuñado en 1924, para expresar el anhelo de muchos artistas jóvenes, de crear algo más real que la propia realidad. Influidos por Sigmund Freud, proclamaron que el arte nunca puede ser producido por el pensamiento conciente (1).

La posibilidad de alternativas en un mundo que tambaleaba sobre sus convicciones, llevó a una búsqueda con imperiosa necesidad de respuestas.

La urgencia de una expresión fuera del orden impuesto por los medios convencionales fue la censura profunda donde se fraguaron los movimientos decadentes de todos los “ismos” que comenzaban a manifestarse. Así el dadaísmo comienza a asomar alrededor de 1916 y, como consecuencia, la aparición de gestos y conductas que ya no tendrían retroceso (2).

De alguna forma el hombre toma conciencia de la futilidad de una sociedad que lo aprisiona con sus normas y reglas, y comienza a expresar su descontento a través de la única forma que históricamente lo ha hecho: el arte.

El término surrealista fue acuñado por Apollinaire en 1917, pero se considera a André Breton como iniciador del gran cambio, con el dadaísmo, convertido en movimiento artístico. De allí en más el nuevo lenguaje en el arte comienza a hacerse notar.

Es en el año 1924 cuando Breton escribe el primer Manifiesto Surrealista, aún dictado del pensamiento, “sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”.

Los integrantes del movimiento inicial eran hombres jóvenes, audaces, locos, que enfrentaban con un poco o mucho de irresponsabilidad a una sociedad -por supuesto- escandalizada y que en ese momento no alcanzaba a comprenderlos: el ya mencionado Breton, Paul Eluard, Louis Aragon, Buñuel, Max Ernst, Tristan Tzara, Ives Tanguy. Un mundo masculino donde ni siquiera figuraba una mujer. Por cierto que las había, pero tuvieron que pasar muchos años para que sus nombres y su obra fuesen valorizados.

EL PROTAGONISMO FEMENINO

Poco o nada conocidas, Maruja Mallo, Remedios Varo, Leonora Carrington, compartieron bohemia y exilio en los azarosos años de revoluciones y guerras.

Maruja Mallo nació en Lugo, España, en 1902. Fue una de las mujeres que supo escapar de los límites de una sociedad encorsetada y acotada por años de prejuicios. Cuando su familia se trasladó a Madrid, estudió en la Escuela de Bellas Artes y conoció a las personalidades más destacadas de la intelectualidad del momento. Así es como se relaciona con Dalí, Lorca, Alberti, Buñuel y otras mujeres, como Rosa Chacel y María Zambrano. Es Ortega y Gasset quien, impresionado con su obra, le organiza una única exposición de esa etapa, en 1928. Los críticos ignoraron su condición de mujer y alabaron la creación “de este adolescente”.

Con Rafael Alberti desarrolló una profunda amistad. Con una beca se traslada a París y allí su pintura, que había sido de un intenso colorido, se vuelve más sobria, confluyendo con el surrealismo. Conoce a André Breton, a Miró, asiste al entierro de Marie Blanchard, se relaciona con Eluard, Ernst, de Chirico y Magritte. Vuelve a Madrid, y en Barcelona expone con su amiga Remedios Varo, pero ya corría 1936. Consigue llegar a Lisboa y, ayudada por Gabriela Mistral, en 1937 desembarca en Buenos Aires, comenzando así su exilio voluntario.

Maruja Mallo fue una mujer apasionada, que usó el arte como una expresión de libertad. Innovadora, fue una de las artistas más atrevidas de la vanguardia española.

En una de las tantas conferencias ofrecidas en tierra americana dice: “Cuando el artista no está conforme con el medio que le rodea, surge el arte abstracto, como consecuencia de estas discrepancias... La forma por sí sola expresa el contenido de una época... Los surrealistas, movimiento más literario que plástico, son los últimos sobresaltos de una época de agonía. Son los últimos latidos del romanticismo”.

Maruja Mallo muere en Madrid en 1995.

EL MUNDO INTERIOR DE REMEDIOS VARO

Remedios Varo nació en 1908 en Anglés, España. En Madrid se convierte en una de las primeras alumnas recibida en la famosa Academia de San Fernando. Su admiración se inclinó hacia las obras de El Bosco, El Greco y Goya. Su vida amorosa tuvo altibajos, ya que no conoció límites para seguir sus sentimientos. Luego de un primer matrimonio integra un grupo llamado “Logicofobista”. Su espíritu inquieto la lleva a París, meca de la intelectualidad renovadora de ese momento.

En 1930 había contraído matrimonio con un compañero de la Academia, Gerardo Lizárraga, pero esta unión termina en 1935, cuando conoce al poeta Benjamín Peret. En 1936, participa con Maruja Mallo en la exposición Logicofobista de Barcelona. En 1941 deben partir hacia México, donde el grupo se enriquece con Gerardo Lizarraga, Octavio Paz, Kati y José Horna, Leonora Carrington y otros. Allí encuentra la tranquilidad necesaria para desarrollar su obra, dando rienda suelta a su pensamiento mágico.

Sin abandonar del todo la figuración, sus obras muestran etéreos personajes donde el dramatismo marca los perfiles intangibles de una ficción casi real.

Dueña de un personal trazo en el dibujo, línea y color conforman un mundo interior, con una delicada mutación de las formas. Sus personajes parecen regidos por leyes extravagantes, donde levitan respondiendo a fenómenos insólitos de transmutación. Experta en el dibujo y la pintura, Remedios Varo se constituyó en un miembro indiscutido dentro del movimiento surrealista. Murió en México en 1963.

LA SENSIBILIDAD DE LEONORA CARRINGTON

Leonora Carrington nació en Inglaterra en 1917. Luego de completar su educación en distinguidos colegios de su país, en 1932 sus padres la envían a un internado en Florencia y luego a una escuela de señoritas en París. En 1937 conoce a Max Ernst y de su mano se sumerge en el ambiente bohemio del momento. Su carácter apasionado la lleva a expresarse a través de la escritura y la pintura. En 1938 expone con los surrealistas en París y Amsterdan. El clima agitado e inestable de la guerra impacta en su carácter sensible y en un viaje a España es recluida en una institución mental en Santander. Días dolorosos que quedan plasmados en sus escritos y en su pintura.

Superada esta etapa, en 1941 se casa con el diplomático y amigo de Picasso, Renato Leduc, y viajan rumbo a Nueva York. Se mudan a México, donde se separa de Leduc. Allí conoce a Remedios Varo y declara que en ella encuentra su alma gemela.

Su obra comienza a ser considerada, y su vida es un ir y venir entre Estados Unidos y México, hasta que finalmente se radica en esta última ciudad, donde vive actualmente, siendo la última sobreviviente del grupo de rebeldes.

Su obra escrita superó a sus pinturas, pero de todos modos, ésta sirvió para mostrar un estilo delicado y onírico, propio del movimiento que, aunque esporádicamente, integró.

El tiempo transcurrido desde aquellos revolucionarios años, contribuyó a que los nombres y la obra de estas mujeres no trascendieran en la forma en que lo hicieron sus pares varones. No por eso el valor de su producción es menor. Por el contrario, el mundo femenino, sus sentimientos, deseos, frustraciones, marcados por años en que se las consideró como verdaderas transgresoras, fueron el sustrato innegable de una producción artística que tuvo que luchar para sobrevivir a los grandes nombres de un verdadero cambio que ha dejado huellas imborrables en el concepto del arte.

Pero para ellas todo fue más que difícil. Sin embargo, con el tiempo su protagonismo se afianza, su delicado lenguaje perdura, abriéndose paso en el Parnaso de los consagrados.

Tal vez la mejor definición de una realidad que marcó su lucha la dio Leonora Carrington cuando expresó: “ser una mujer surrealista quiere decir que eres la que cocina la cena de los hombres surrealistas”.

1) E.H.Gombrich, La Historia del Arte, Sudamericana, 1995.

2) Arnold Hauser, Historia Social de la Literatura y el Arte, Debate 2002.

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“Exploración de las fuentes del río Orinoco”, de Remedios Varo.

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Maruja Mallo.

Mujeres con gatos, de la argentina Leonor Fini.

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E.L.T. Messens, Max Ernst, Leonora Carrington y Paul Eluard. Foto Lee Miller.

Fantasía en el alma

Leonor Fini nació en la Argentina, producto del amor de su madre italiana con su padre argentino.

Su padre abandonó a la familia cuando Leonor era aún una niña. Creció en Trieste y más tarde se trasladó a París para convertirse en pintora.

Fue una artista autodidacta que creció a la sombra de la rica biblioteca de su tío, en la que descubrió a Aubrey Beardsley, Gustav Klimt y el universo de los prerrafaelistas. Estas lecturas, junto con sus visitas a los museos, forjaron su gusto por los espacios con referencias ensoñadoras que tan bien encajaron en el movimiento surrealista.

En la capital francesa entró en contacto con otros artistas, como Paul Éluard, Henri Cartier-Bresson, Dora Maar, Max Ernst, Dorothea Tanning, y Salvador Dalí. Pintó diversos retratos como los de Jean Genet, Anna Magnani o Suzanne Flon.

También se dedicó al diseño de vestuario y decorados para obras de teatro. Muchas de sus últimas pinturas juegan con las fantasías eróticas y la muerte.

En los años 70 escribió tres novelas y se hizo amiga de Jean Cocteau, Giorgio de Chirico y Alberto Moravia.

Fini fue también una destacada ilustradora y realizó ilustraciones para obras de autores como Edgar Allan Poe, Marcel Aymé o el marqués de Sade.

Durante muchos años estuvo rodeada de grandes amigos, como Lepri, gran pintor surrealista y Cots Jelensky, escritor polaco. Su vida era organizada por un español, catalán de adopción y parisino por su trabajo, que se llamaba Rafael Martínez. Sin él nada existiría, ya que se preocupó de recopilar y guardar sus obras así como organizar exposiciones y todo tipo de actos, tanto en vida como después de su muerte.

Desgraciadamente, murió unos años después dejando inacabada su labor y truncándose sus ilusiones que eran crear una fundación sobre Leonor Fini. Esta artista también pintó el logotipo de una tienda que existe en Barcelona, Musonka.

“Toda la pintura es erótica. Ese erotismo no tiene necesariamente que estar en el tema. Puede estar en la forma con que se pinta un ropaje, en el diseño de una mano, en un pliegue”, dijo alguna vez Leonor Fini.

Fuente: carmensabespoesiayarte.blogspot.com

El término surrealista fue acuñado por Apollinaire en 1917, pero se considera a André Breton como iniciador del gran cambio, con el dadaísmo, convertido en movimiento artístico. De allí en más el nuevo lenguaje en el arte comienza a hacerse notar.

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“The Templation of Saunt Anthony”. Leonora Carrington.

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Otra obra de Leonor Fini.

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“Jugler”, de Leonora Carrington.

Argentina también tuvo su figura femenina dentro del surrealismo. Fue Leonor Fini, nacida en Buenos Aires en el año 1908 y muerta en París en 1996.

Leonor creció en Trieste pero siguiendo una marcada vocación se trasladó a París para estudiar pintura. Fue la época de la amistad con Paul Eluard, Henri Cartier-Bresson, Dalí y Max Ernst. Pintó retratos y participó del mundo del teatro diseñando vestuarios y decorados.

Como Carington, incursionó también en la literatura siendo amiga de Jean Cocteau, de Chirico y Alberto Moravia.