Unos y otros

Unos y otros

Por estos días en el laburo, hay una raya sinuosa pero exacta (zigzaguea por los escritorios, pero es fácilmente detectable) que marca quiénes se fueron ya de vacaciones y quiénes todavía no. Yo pertenezco a esta segunda camada, no sé si dieron cuentaaaaaaaaahhhhhhh!!!!

TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI

La primera diferencia es visual: los tipos que ya se fueron de vacaciones conservan todavía un bronceado que les sienta fantástico; algunos fashion exhiben pulseritas que nunca en su vida usaron y otras mantienen con fresco encanto (que se les irá yendo, les aclaro: uno luego termina invariablemente siendo quien es, no quien quiere ser; o quien fue por unos días...) unas trencitas playeras que desentonan en el lacio aspecto de los que no nos fuimos a ninguna parte, todavía. Y con una aclaración extra: las vacaciones no requieren necesariamente que uno viaje-. El tiempo de ocio distiende, relaja, armoniza, peina o despeina, recupera, redirige, templa y otras beldades a las que suscribo genéricamente y por las cuales uno se define un completo tonto: ¿si es eso lo que nos hace bien por qué no hacerlo todo el año, incluso cuando trabajamos?

Somos raros animales inerciales: cuando ponemos el cuerpo y el espíritu para un lado -el trabajo, por ejemplo-, clausuramos o vamos clausurando otras acciones, ámbitos, escenarios, prácticas que nos gustan o nos hacen bien. De repente y sin darnos casi cuenta, no estamos haciendo nada de lo que nos gusta y entonces quedan todos esos deseos amontonados para las vacaciones, en que salimos como potrillitos a correr por la campiña; algunos incluso no sólo corren por la campiña: hacen más cosas. Y no diré más.

La otra forma de reconocimiento natural de quienes ya se fueron de vacaciones, es su espíritu afable y tranquilo: vos estás prendido a los remos, con los dientes apretados, nervioso, puteando por cualquier cosa y los tipos y tipas están tranquilos, sonrientes, dispuestos incluso a darte una mano.

Tienen eso sí la necesidad de contarte dónde y cuándo fueron, cuánto y cómo. Y son inexplicablemente expertos en rutas, baquianos, conocedores, habitués, lugareños, habitantes recientes pero de toda la vida de La Quiaca, cierto rincón del mar que sólo ellos conocen, las montañas o la cabaña tal y avisame si querés ir (los que ya se fueron tienen vocación solidaria y docente con el resto: es más fácil ser socialista cuando se tiene mucha plata y necesidades básicas y de las otras descubiertas y cubiertas) que tengo el teléfono de un amigo (ya son amigos del tipo al que le pagaron muy buen dinero hace unos días) que te va a conseguir algo posta posta. Todo bien: tienen buenas intenciones.

Como contrapartida, los que no nos fuimos saltamos como fieras sobre el que volvió y le preguntamos todo y nos prendemos en cualquiera: no importa si querés irte a la montaña, también viajás con él -con su relato: un viaje realmente discursivo- al mar o al Caribe y vivís y revivís las vacaciones del otro, no tanto porque sos tan buen tipo que te alegrás porque la pasó bien, sino porque en realidad todavía te falta pasarla bien a vos. Egoísta, umbilical de miércoles.

Esos tipos que todavía no nos fuimos juntamos datos, folletos, fotos y nos colgamos en internet viendo playas lejanas, cabañas suntuosas, y todas esas cosas estratégicamente bellas que tienen las fotos de vacaciones: los tipos saben dónde te duele y te muestran la cura. Y aunque después caigas en una pocilga de dos por dos, te tiran igual una ola de ese mar apetecible que “sólo” está a ochocientos metros de nuestro “complejo”. La única vista al mar está en una tosca pintura en el paredón del patio interno que te espera...

Así están los laburos por estos días: los que no se fueron todavía hablan “del año que viene” (por el que ya comenzó) y están atados a los remos, mientras los otros surfean entre los escritorios; estos pedalean para que el avión carretee (no digamos que vuele), los otros vienen frescos en parapentes; los sufrientes sufren; los otros disfrutan; unos viven, los otros sobreviven. Y cuentan, pobrecitos, como si en el medio no transcurriera su propia vida o se produjera una extraña suspensión temporal, que “me falta un mes”, o “una semana”, o “dos días”... Y ustedes, ¿ya se fueron?