Al margen de la crónica

El mate nuestro de cada día

Se entiende que no es un tema que se destaque por su originalidad -al ser un elemento tan común, queda poco margen para consideraciones novedosas sobre el asunto-, pero siempre queda algo por decir sobre el mate. El mate, esa infusión habitual y tan metida en nuestras actividades cotidianas, no necesita de mayores introitos.

“Lubricante” social por excelencia (pocas son las relaciones y encuentros que no se amenizan con unos verdes), incondicional compañero en las soledades más abismales, podría decirse que el mate va revelando nuevas bondades no sólo medicinales, sino también estéticas y hasta culturales.

Los políticos aparecen cada vez más asiduamente en las fotos periodísticas mostrándose con un termo y un mate al costado de sus escritorios. Será para desacartonar, humanizar al funcionario y nivelarlo con sus potenciales electores, sostienen los asesores de imagen.

Hoy se ritualiza la práctica matera al punto de objetivar manías y despertar nuevas ansiedades (y hasta conflictos maritales): que tomar con una determinada yerba y no con otra; que no arranco la mañana si no me tomo unos verdes a primera hora; que no soporto que le pongas azúcar -o que dejes de hacerlo- son algunas de las frases que revelan los usos y costumbres emergentes.

Lalo Mir, hombre de la radio y la televisión, dio su explicación sobre por qué un mate es “mucho más que un mate”. En el acto de compartir unos verdes está presente una serie de valores: el compañerismo hecho momento; el respeto hacia el otro al momento de hablar y -sobre todo- escuchar; la necesaria sinceridad (“¡Cambiale la yerba!”); la generosidad de dar y el silencioso agradecimiento de recibir; la obligación de decir “Gracias” -norma de cortesía social por excelencia- al menos una vez al día.

El mate se vuelve, al final de cuentas, una de las mejores excusas para acercarnos, para preocuparnos, alegrarnos y entristecernos. Pero juntos. Porque así, juntos, esta menuda cuestión de vivir se hace más llevadera.