agricultura sustentable, rindes sorprendentes
Por el camino de la eficiencia
En Gálvez, los Burini aplican un manejo agrícola innovador, que conserva la rotación y devuelve la materia orgánica al suelo de manera gradual. Los rindes son para el aplauso.
Gastón Neffen y Federico Aguer
A los Burini siempre les gustó ingeniárselas para descubrir el origen de las cosas. Desde la época de los abuelos, cuando armaban precarias escopetas para cazar perdices o volcaban el ingenio ensamblando motores de carrera. Detrás de ese afán de investigadores, siempre supieron estar adelantados a la tendencia de cada época.
Por eso, el campo de Oscar y Daniel Burini (CREA Gálvez) es un caso ideal para comprender los cambios tecnológicos y productivos que han atravesado la historia reciente de la explotaciones agropecuarias en la Pampa Húmeda. Y también para pensar cómo va a ser este negocio en los próximos años.
Los Burini le contaron a Campolitoral los desafíos humanos, profesionales y económicos que “encararon” para pasar de la ganadería a la agricultura y del arado a la siembra directa. Una verdadera revolución, que se hizo “peleándola” día a día, y que implicó aprender a hacer las cosas de otra manera.
Pero la meta más importante es la que viene. Daniel Burini (37 años y el hijo de Oscar) parece haber asumido que es clave diversificar su producción (acaba de comprar una parte de un megatambo), arriesgar para crecer en escala (y en campo propio) y ser todavía más eficientes (a pesar de ser agricultores líderes en su región) para seguir siendo competitivos en un negocio que se vuelve mucho más complejo. En este momento, en Gálvez el valor de la hectárea supera los 15.000 dólares y es difícil que los arrendamientos bajen los 15 quintales por hectárea.
Un buen ejemplo de hasta que punto cambiaron las cosas está a sólo 20 metros de la casa de la familia Burini (Oscar, el padre, todavía vive en el campo). Al lado de la vieja manga ganadera —ya abandonada— hay ensayos de soja y maíz (que Daniel coordina con Diego Pérez, asesor del grupo CREA de la zona) para ajustar dosis de fertilización, criterios de manejo y aplicaciones de plaguicidas y fungicidas.
Dos apasionados. Diego Pérez (izq.), asesor del CREA Gálvez, y el productor Daniel Burini (Presidente del CREA Gálvez)
foto: campolitoral
Aquí, los Burini siempre fueron de los primeros en probar las nuevas tendencias (en cultivos, en agroquímicos y en maquinaria). Oscar sembró su primer lote de soja en 1978, cuando la oleaginosa recién estaba arrancando en el país. En esos años, el principal negocio era la cría de novillos. Sin embargo, “estaba cansado de renegar en las ferias para que me pagaran lo que realmente valían mis animales”, recuerda Oscar.
La directa
De a poco, el trigo, el maíz y también la soja fueron corriendo las vacas de los potreros. En 1992 tomaron una decisión estratégica: se subieron al tren de la SD. “En nuestros suelos se notaba mucho la erosión hídrica, por las corridas de agua (son lotes con una leve pendiente hacia la cuenca del Paraná). La pérdida de nutrientes y materia orgánica también era muy importante después de casi 30 años de agricultura”, cuenta Daniel.
Hablaron entonces con Rogelio Fogante (uno de los fundadores de Aapresid) para que les recomendara asesoramiento profesional. No se largaron solos. Se pusieron de acuerdo con otros productores y formaron un grupo para “amortiguar” los costos y negociar con más escala los insumos y agroquímicos.
Contrataron a una consultora de Marcos Juárez (Córdoba) que integraban 5 ingenieros (Horacio Agüero, Germán Fogante y Pablo Roso, entre otros). “Nos enseñaron todo lo que sabemos”, reconoce Daniel. Es que a principios de los 90’ había que agarrarle la mano a esta nueva tecnología. Los problemas iban desde ajustar cócteles de herbicidas (la soja RR se autorizó en 1996), hasta conseguir sembradoras (los Burini comenzaron con la de un amigo) y adaptar su esquema agrícola a este nuevo paradigma. Con la soja y el trigo, la directa arrancó en el 92’. Dos años más tarde siguió el maíz.
La ganadería quedó definitivamente descartada en 1995. “Ya no cerraban los números, en muy pocos años el valor de la hectárea había pasado de los 800 a los 4.000 dólares”, precisa Daniel. Con la mirada completamente enfocada en el negocio agrícola, el grupo de productores que integraban los Burini decidió comprar una pulverizadora autopropulsada.
Encargaron una de las primeras hidroestáticas a la fábrica de PLA (Las Rosas). Como era una tecnología que aún se estaba puliendo, Daniel y “sus socios” fueron conversando con los técnicos de PLA para ir haciendo las adaptaciones que necesitaba este equipo.
Este es un ejemplo de la dinámica, del intercambio profesional entre productores, contratistas y fabricantes de maquinaria agrícola, que ha sido un factor importante en el desarrollo de la tecnología de la maquinaria agrícola argentina —con el correlato del “know how”— que ahora se exporta a más de 30 países de todo el mundo (como sembradoras, pulverizadoras y embolsadoras de granos, entre muchos otros equipos).
En 1995, en estos campos comenzaron a usar banderilleros satelitales para hacer las aplicaciones. Tres años más tarde, la cosechadora incorporó el monitor de rendimiento y los distintos adelantos que vinieron con la agricultura de precisión.
Impresionante. Las diferencias en las espigas de maíz hablan por sí solas. El más pequeño corresponde al lote sin fertilizar, el segundo, al promedio de aplicación recomendada. El tercero muestra la aplicación con “todos los chiches”, y el cuarto, al lote virgen, implantado al lado de la casa de los Burini.
Foto:Campolitoral
Chau erosión
Con la siembra directa y un criterio de rotación sustentable, Daniel asegura que logró controlar el problema de la erosión en los suelos. “La cantidad de materia orgánica viene levantando, es un proceso lento pero los cambios son significativos. Hay que ser responsable porque es un recurso que podés agotar rápidamente y que después cuesta recuperar”, advierte.
El esquema de rotación es un ciclo que da la vuelta cada cuatro años: hacen maíz, soja de 1º, trigo/soja y otra vez maíz. “Las rotaciones se tratan de mantener al máximo posible, tenemos medido que la soja que viene después del maíz rinde 4/5 quintales más por hectárea”, precisa.
El 90% de la producción se hace en campos alquilados. En total, Daniel trabaja más de 1.200 hectáreas. Los campos de la familia están en Gálvez, pero él arrienda campos en Río Cuarto (Córdoba) y acaba de hacer una inversión muy importante para asociarse en el megatambo “La Cabañita” (Hipatia). También presta servicios de cosecha, siembra y pulverización a terceros.
Para Daniel, pese a estar asentado sobre suelos clase 1, en el campo de hoy hay que ser “extremadamente eficiente”. Y en ese camino, todo lo que se pueda anticipar, mejor. Los resultados están a la vista.