Lectores golondrina , el placer de leer y las vacaciones

El afecto, que se cultiva en el tiempo compartido, es un motor fundamental para despertar en los niños el gusto por la lectura.

Lectores golondrina , el placer de leer y las vacaciones

Olvidando la idea de hacerlo porque “es bueno”, porque se debe o está bien visto, leer es una oportunidad de recuperar la comunicación con nosotros mismos y mejorarla con los demás.

TEXTOS. EMILIA WEBER. FOTOS. EL LITORAL

Las vacaciones se presentan como un buen momento para realizar aquellas actividades a las que las obligaciones diarias no dejan tiempo. Salidas con amigos, viajes, trabajos en la casa, lectura. En este último caso, y más allá del tiempo disponible, será necesario haber descubierto previamente el gusto por leer para decidirse a buscar un libro en vacaciones. Es decir que no importan tanto las horas libres en nuestro día sino el deseo de llenarlas con las páginas de alguna obra.

A pesar de ésto hay quienes sostienen que muchas personas se dedican a la lectura en verano dejando entender que se da tan poca importancia a esta actividad que la desarrollamos sólo cuando no tenemos ninguna otra cosa que nos ocupe.

En general, somos contradictorios respecto a la lectura. Por un lado, nadie se atrevería a afirmar que leer es malo, innecesario o inútil. Al contrario, si alguien nos pregunta, nos avergonzaría asumir que no lo hemos hecho últimamente, o que no conocemos la obra de ciertos autores muy mentados. Al mismo tiempo insistimos en que nuestros hijos deberían leer y nos mostramos preocupados al observar que no se sienten interesados en hacerlo.

Por otro lado, la lectura por placer no ocupa un lugar importante en la vida de la mayoría de los adultos. La relación con el libro, en muchos casos, desaparece cuando finalizamos la secundaria o la facultad, cuando ya no hay más textos obligatorios. Si para ese momento no hemos descubierto el placer de leer, lo más probable es que abandonemos completamente esta actividad o, en el mejor de los casos, quede restringida al ámbito laboral.

Entre aquellos que en general no leen, la falta de tiempo es la explicación más común, y -diría- la más comprensible, ya que nuestras vidas están llenas de ocupaciones y la lectura no está entre las prioridades (a menos que se trate de escritos relacionados al trabajo o al estudio).

Pero hay otras cuestiones que deberíamos tener en cuenta a la hora de pensar qué lugar ocupa esta actividad en nuestras vidas: ¿qué significa para nosotros?, ¿para qué queremos leer? ¿qué lugar ocupan los libros en nuestra casa? ¿qué lugar tuvieron en nuestra infancia?

Estos interrogantes nos permiten pensar nuestra relación con la lectura, cuya importancia nunca pondríamos en duda, aunque en la práctica esté muy lejana.

MÁS ALLÁ DE LA OBLIGACIÓN

La única forma en que podemos disfrutar de los beneficios de ser lectores es olvidando el peso de la obligación para perseguir el descubrimiento del placer.

Para lograr un momento placentero necesitamos algo más que un texto de nuestro agrado. En esta instancia de encuentro son importantes el lugar y el tiempo que nos damos. Esa conjunción mediada por la quietud y la posibilidad de conectarnos con nosotros mismos es ideal para recorrer historias con la imaginación y vivir la narración con mente y cuerpo.

Este momento de recogimiento, de soledad (que no quiere decir “sentirnos solos”) es una oportunidad que en la forma de vida actual no encuentra muchas posibilidades. Siempre tenemos con qué distraernos, todo el tiempo hay algo para atender (celulares, e-mails, conversaciones...) y, de a poco, nos vamos desconectando de nuestros deseos.

Para dedicar un tiempo a la lectura es necesario superar la lógica del movimiento constante y la atención dispersa que rige nuestros días (con múltiples problemas para resolver, plagada de un exceso de información que desinforma en los medios de comunicación) para dejarse sumergir en una historia que requiere de nosotros calma y una atención focalizada. Tal vez no parezca sencillo pero tampoco es imposible. Una vez que nuestra imaginación comienza a construir escenarios y recorrer las acciones de los personajes nos dejamos llevar por la historia y comenzamos a experimentar el placer de leer.

POR DEBER O POR GUSTO

Hay otra cuestión que subyace en esta idea de que algunas personas leen sólo en vacaciones y se relaciona con la separación que hacemos generalmente entre “lecturas útiles” y “lecturas por placer”.

La dicotomía planteada entre una y otra nos lleva a clasificar cierta bibliografía como provechosa, generalmente porque amplía nuestros conocimientos sobre algún tema, y el resto como un mero pasatiempo que debería quedar acotado a un par de semanas de playa porque no parece tener mayor valor que distraernos de nuestro aburrimiento en vacaciones. En general, esta actividad está más identificada con la formación o el aprendizaje que con el placer porque olvidamos que, en realidad, podemos tener distintos objetivos que nos lleven a leer en cada ocasión en que lo hacemos.

Pero entendiendo la cuestión de este modo omitimos que la lectura implica una reunión entre una persona y una historia, cualquiera sea ésta. En este encuentro, los lectores no sólo nos distraemos, también descubrimos otras vidas, lugares y situaciones distintos a los propios, contextos que nos son ajenos. Este acercamiento a diversas realidades amplía nuestra mirada del mundo, modificando así el modo en que nos comprendemos en él. En términos generales, se podría decir que esta apertura hacia lo diferente nos ayuda a transformarnos en personas más comprensivas y más tolerantes. Conocer estos otros mundos, además, da sentido al propio, reafirmando nuestra identidad.

La escritora santafesina Beatriz Actis, en su libro Lectura, familias y escuelas, explica que “Leer constituye, claro, una aventura, y más aún en sus inicios, en la infancia; una constante búsqueda de sentidos, y es ése un punto de partida para intentar comprender por qué el lector puede cimentar en las personas según se ha señalado tantas veces- las bases de la reflexión, del espíritu crítico, del juicio personal, estético, cívico, político.”

Las palabras de Actis dan la pauta de la importancia que tiene transformarnos en lectores. No sólo por todo lo mencionado anteriormente sino como una forma de constituirnos en ciudadanos críticos, en constructores de nuestra realidad (o, al menos, personas interesadas en intervenir para mejorarla). Leer nos da palabras. Con ellas podemos hablar, pensar, imaginar, convencernos de que lo que hoy es de una forma no necesariamente debe ser siempre igual.

Esto no quiere decir que cualquier libro dé lo mismo, que no exista la calidad literaria pero, sea de la mano de cualquier obra, lo más importante es vivir ese momento en que uno se siente atrapado por un relato. Este encuentro nos da, al menos, la posibilidad de descubrir ese placer y comenzar así, un camino como lector.

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las vacaciones proporcionan ese tiempo indispensable para entregarse a un placer que conviene cultivar durante todo el año.

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El hábito de la lectura suele quedar relegado una vez concluida la escuela o la facultad.

DOS MOTORES DE LA LECTURA

La curiosidad. Podría decirse que la curiosidad impulsa nuestros pasos. Si, cuando somos pequeños, observamos a nuestros padres disfrutar de esta actividad, interesarse por los libros, hablar de ellos, queremos saber de qué se trata todo esto, qué es lo que encierran esos textos. Una vez convertidos nosotros mismos en lectores, esta curiosidad se trasladará a las historias y nos preguntaremos qué se esconde bajo un título que nos pareció intrigante, qué cuenta determinado autor y así comenzaremos a andar nuestro camino. Este andar nos llevará a obras que nos parecerán reveladoras y a otras que no valen el tiempo que dedicamos a leerlas, pero muy difícilmente pueda apagarse en este trayecto la curiosidad que nos aviva. Por todo esto es que no hay recetas para hacer lectores pero sí se torna necesario que veamos a otra persona disfrutar de leer para sentirnos atraídos por esa actividad.

El afecto. Los especialistas en el tema afirman que este hábito se inicia de la mano de una relación afectiva. Esto es así porque las primeras historias con las que tenemos contacto vienen de la voz de nuestra madre, de una abuela u otro ser querido. El momento en que compartimos con ellos una historia está lleno de afecto, de entrega; es un mimo que el adulto hace al pequeño a través de la lectura. Un tiempo que le dedica por entero. Esta vivencia es muy importante ya que es lo que buscaremos repetir en cada encuentro con un nuevo libro a lo largo de nuestra vida. Un mimo, una instancia de afecto.