El lobo del hombre

La metamorfosis monstruosa es uno de los temores más arraigados en el inconsciente, y sus derivaciones violentas corroboran la peor de las convicciones: que la bestia habita en nosotros. Y también, afortunadamente, en el cine.

TEXTO. EMERIO AGRETTI.

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El hombre lobo volvió a la pantalla, con efectos especiales de última generación y la piel -y el pelaje- de Benicio del Toro.

Los especialistas en cuestiones paranormales hacen una serie de distinciones desconocidas para el vulgo, los que sólo estamos enterados a través de las películas o novelas que leímos. La principal es que la común asimilación entre hombres-lobo y licántropos es incorrecta. Mientras la transformación de los primeros está sujeta a factores externos, ajenos a su voluntad, éstos últimos han logrado dominar la técnica para ejercitarla consciente y deliberadamente. Por la misma razón, los primeros pierden el control de sus acciones y los otros lo conservan.

En rigor, la licantropía -del latín lycantrophus y el griego, lycon (lobo) y antrophos (hombre)- está considerada como un padecimiento psiquiátrico de antigua data y largamente estudiado. Mientras las leyendas y supersticiones de cuño sobrenatural se extienden por todo el mundo, con distintas variantes, en la Edad Media europea se produjo una verdadera epidemia, con una legión de enfermos mentales que produjeron desapariciones y asesinatos, e incluso devoraban a sus víctimas. En su descargo invocaban la transformación que sufrían durante la luna llena, y la carencia de pelambre visible no era un obstáculo para la argumentación: por entonces, estaba bastante extendida la convicción de que los pelos crecían para adentro.

Para colmo, fuera del caso de magos o hechiceros que utilizaban sus poderes para inducir la metamorfosis en sus propios cuerpos, las posibilidades de padecer o ser contagiado del mal eran amplísimas, ya que ésto podía pasar por ingerir determinadas plantas, beber en el mismo lugar donde lo hubiera hecho un lobo, cubrirse con la piel del animal, dormir desnudo a la luz de la luna llena o la más clásica y difundida de ser mordido por un hombre lobo, o también tener relaciones sexuales con él. Las variantes voluntarias incluyen acuerdos satánicos y untarse con algún tipo de ungüento. Además, por alguna razón -para bien o para mal- casi siempre están involucrados los gitanos..

LA VARIANTE PATRIA

En nuestro país, la variante autóctona es la del lobizón -derivado del portugués lobisomem, lobo y homem-, condición asumida por el sólo hecho de ser séptimo hijo varón. Supuestamente esta maldición podía prevenirse bautizando al bebé pero, por las dudas, los padres solían de todos modos matarlos o abandonarlos. Para poner coto a esta barbarie, en 1907 se inauguró la costumbre del padrinazgo presidencial para estos desdichados, con una serie de ventajas económicas capaces de convencer a los padres de que valía la pena arriesgarse. En 1973 se fue más allá y se oficializó la práctica a través de un decreto.

La existencia de lobizones era, al menos hasta hace algunos años, una creencia firmemente instalada en la actualmente muy menguada población rural, al punto que muchos estaban convencido de haber visto alguno. El sostenido éxito del radioteatro Nazareno Cruz y el lobo, sus representaciones teatrales y la versión cinematográfica de Leonardo Favio, con Juan José Camero como el protagonista y Alfredo Alcón como el Diablo, le otorgaron dimensión épica al mito, mientras que la inolvidable carcajada de la bruja Lechiguana lo revistió del más auténtico y ancestral terror.

DEL MITO AL PERSONAJE

Y es que, más allá de los escalofríos compartidos en torno al fogón, lo más interesante de los hombres lobo es su carisma como personajes de ficción. A este desarrollo, ya en el plano cinematográfico, se debe el establecimiento de algunas de las características más asociadas al mito; que no siempre estaban tan enraizadas en las supersticiones originales, pero que funcionaban muy bien en las películas. Una es el carácter determinante de la influencia ejercida por la luna llena. Y otra -que es una invención de la narrativa moderna y no figura en las leyendas- es su casi total invulnerabilidad, que sólo puede ser sorteada disparándoles una bala de plata; y que haría las veces de la estaca para los vampiros. En tanto, la rivalidad entre estas dos criaturas de la noche -recientemente explotada en filmes como Van Helsing, Underworld o la saga de Crepúsculo- sí es un elemento tomado del folklore tradicional.

Por cierto, la condición de inocente -e incluso de buena persona- del personaje sujeto a la transformación permite mucho juego en términos de tensión dramática: puede ser el héroe trágico que lucha contra su destino, o la víctima de una cacería despiadada, o el amigo o enamorado sufriente perseguido a su pesar por quienes tienen la obligación o la necesidad de combatirlo, a veces ignorando su condición o -mejor aún- conociendo o sospechándola.

SIGUIENDO LA LUNA

En el cine el hombre lobo aparece por primera vez en The wolf-man (1924) con John Gilbert en el papel principal, aunque la primera película importante sobre el licántropo es El lobo humano (1935) de Stuart Walker.

Y poco después aparecería el hombre lobo más famoso de la historia del cine, Lon Chaney Jr. en El hombre lobo (1941) de George Waggner, realizada en pleno apogeo de las películas de terror de la Universal y con Bela Lugosi como el gitano de turno. Tras ésta Lon Chaney Jr. encarnó al licántropo en Frankenstein y el hombre lobo (1943) de Roy William Neil, La zíngara y los monstruos (1944) y Abbot y Costello contra los fantasmas (1945).

Antes de pasar a la época de oro de la Hammer, cabe mencionar Yo fui un hombre lobo adolescente, una película de 1957 interpretada por Michael Landon, mucho antes de Bonanza y La Familia Ingalls.

Luego sería el turno de La maldición del hombre lobo (1961) de Terence Fisher, con una recordada actuación de Oliver Reed y, en 1975, La leyenda del hombre lobo, con Peter Cushing.

En 1981 se revitalizó el mito, de la mano de dos directores importantes para el género fantástico. John Landis, con Un hombre lobo americano en Londres, fue el primero en mostrar una transformación digna, apoyado en el avance de los efectos especiales. Lo mismo puede decirse de Joe Dante (Gremlins) con Aullidos, cuyo éxito derivó en seis continuaciones.

Una de las versiones más inquietantes estuvo en manos del irlandés Neil Jordan (El juego de las lágrimas). Se trata de En compañía de lobos, una película de 1984, que conjuga la leyenda del hombre lobo con el cuento de Caperucita Roja.

En 1985 Daniel Attias adaptó una novela menor de Stephen King, El ciclo del hombre lobo, y Michael Fox protagonizó una celebrada parodia, conocida aquí como Muchacho lobo. En 1994 el mito ascendió a primera clase, con la película Lobo, de Mike Nichols, protagonizada por Jack Nicholson y Michelle Pfeiffer.

DEL TORO AL LOBO

Con algunas escalas intermedias, y roles secundarios en varios filmes taquilleros, el Hombre Lobo acaba de volver al primer plano, con una remake del film de 1941 (el de Lon Chaney Jr.) que se acaba de estrenar en nuestro país. Dirige Joe Johnston (Jumanji y la futura Capitán América) y el principal atractivo pasa por el elenco, encabezado por Benicio del Toro -el hombre lobo en cuestión- y Anthony Hopkins, que encarna a su padre.

Por alguna razón, los productores consideraron que el actor mexicano daba el tipo para ponerse en la piel de un lord inglés, Lawrence Talbot, que vuelve a las tierras de la familia después de la desaparición de su hermano. Tras hacer las paces con padre, sale a buscarlo y se encuentra con una vieja maldición, que a esta altura ya podemos imaginar en qué consiste. Además de transformaciones y muertes sangrientas, la historia incluye un triángulo amoroso -Lawrence está enamorado de la novia de su hermano, a cargo de Emily Blunt- y la intervención de un persistente inspector de Scotland Yard (Hugo Weaving, el agente Smith de Matrix y protagonista enmascarado de V de venganza).

La suerte de este “revival” del monstruo clásico se sabrá con el correr de los días. Por lo pronto, la primera evaluación estuvo a cargo de la actriz principal, quien confesó que ver la película le daba miedo. Aunque no aclaró exactamente a qué se refería, por lo que cada espectador deberá averiguarlo -y experimentarlo- por sí mismo.

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Los licántropos aparecen también en roles secundarios, en Underworld, Van Helsing y hasta Harry Potter, con el personaje del profesor lupin.

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Cine bizarro: el hombre lobo español.

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Estilo ochentoso: Un hombre lobo americano en Londres, de John Landis, que tuvo una secuela ambientada en parís.

SIN DOBLAJE

Aunque su fama nunca estuvo internacionalmente a la altura de los clásicos, ni de las estrellas que ocasionalmente visitaron el papel, el hombre lobo por excelencia -cuantitativamente hablando- es español. Se trata de Paul Naschy, nombre artístico de Jacinto Molina, que interpretó ese rol 14 veces. El hombre lobo de Naschy -fallecido en noviembre pasado- se llamaba Waldemar Daninsky y debutó en La marca del hombre lobo (1968) de Enrique Eguiluz, a la que seguirían Las noches del hombre lobo (1968) de René Govar, Los monstruos del terror (1969) de Tulio Domichelli, La furia del hombre lobo (1970) de J.M. Zabalza, La noche de Walpurgis (1970) y Dr. Jeckyll y el hombre lobo (1971) ambas de Leon Klimovsky, El retorno de Walpurgis (1973) de Carlos Aured y La maldición de la bestia (1975) de Miguel Iglesias. A finales de los 70 Naschy fundó la compañía Dálmata Films y dirige y protagoniza El retorno del hombre lobo (1980), La bestia y la espada mágica (1983) y El aullido del diablo (1987). En el 82 también protagoniza en clave de humor Buenas noches, señor monstruo, de Antonio Mercero. En una de sus últimas entrevistas, en el marco del Festival de Cine Fantástico de Sitges, a los 75 años y ya gravemente enfermo, desgranó algunas frases para la posteridad: “Sigo vivo, soy real” y “esto es como un baño de sangre para mí”. O también, “nunca descanso en noches de luna llena”.

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Estilo clásico: Lon Chaney Jr., en Frankestein y el Hombre Lobo (1943).

Más monstruos

El regreso del hombre lobo podría abrir camino a nuevas películas de todos los monstruos clásicos de la Hammer. Pero la que está más cerca de concretarse no abreva en esos filmes, sino en una innovadora novela gráfica: “Yo, Frankestein”. Como el nombre lo anticipa, el ser compuesto de restos humanos tendrá el protagónico, pero con mayor control sobre sus emociones y en el inesperado rol de detective privado. Junto a él, Drácula aparecerá como un cabecilla del crimen organizado y el Hombre Invisible como agente secreto. La trama consiste, según la publicidad previa, en que “Frankenstein se interpondrá entre la raza humana y el levantamiento de las criaturas sobrenaturales que quieren acabar con el mundo”. Nada menos.