Crónica política

Es lo que hay

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Rogelio Alaniz

“Es más contagiosa la mediocridad que el talento”. José Ingenieros

Según las encuestas, los candidatos con más votos en la Argentina son Julio Cobos y Carlos Reutemann. No voy a decir que ninguno de los dos me entusiasma, porque por definición son candidatos que se han propuesto no entusiasmar a nadie, ni siquiera a ellos mismos. A los argentinos nos pasan estas cosas. Después de vivir las saturnales kirchneristas y consumir sus arrebatos retóricos y banales, empezamos a mirar con cariño a candidatos cuyo exclusivo mérito es la más resignada mediocridad.

Cobos y Reutemann tienen en común muchas cosas, además de un estilo cuya marca en el orillo tiene estampado el sello personal de Fernando de la Rúa y Carlos Menem. Los dos han sido kirchneristas, cada uno a su manera claro está, pero kirchneristas al fin. Los dos fueron gobernadores de sus provincias y si bien sus gestiones no fueron nada extraordinario, la evaluación que hace la sociedad no es negativa, sobre todo si esa evaluación se mide en términos exclusivamente electorales. Los dos administran bien sus silencios y ganan más adhesiones cuando están callados que cuando hablan. De los dos se ignora qué harán si llegan a la presidencia de la Nación; pero esa ignorancia, en lugar de perjudicarlos, los beneficia. Los dos despiertan cierta confianza en la sociedad que presume que son personas moderadas, pacíficas y colocadas en las antípodas de la conflictividad permanente que practican los Kirchner.

Un amigo me decía que, además, los dos tienen en común que nadie sabe si son de derecha o de izquierda. Más o menos. No sé si Cobos y Reutemann son de derecha, pero lo seguro es que no son de izquierda. Ni siquiera de centro izquierda. A su manera están más cerca de Piñera en Chile, de Sanguinetti en Uruguay o de Uribe en Colombia, que de Lagos, Lula o Mujica.

No me asusta la posible coincidencia de Cobos y Reutemann con Piñera, Sanguinetti o con el propio Uribe. Me asusta que carezcan de su encanto y su talento, de su garra política y de su cultura. Me asusta y me fastidia. Como decía un puntero de barrio: “A ver si me interpreto”. La derecha y la izquierda hace rato que han dejado de asustarme. En todo caso, a los problemas los tengo con la derecha y la izquierda totalitaria, pero la alternativa a estos males no debe ser, no puede ser, una derecha mediocre. Porque esa derecha mediocre no es capaz de resolver nada y, además, como consecuencia de ello, no dura. Y cuando lo previsible fracasa lo que llega es siempre lo peor. De esos menesteres los argentinos algo sabemos.

Necesitamos gobernantes capaces. No podemos darnos el lujo de volver a fracasar. El reclamo es legítimo, sobre todo para un país que ha sido arrasado por los Kirchner. Me explico. Para quienes nos hemos formado en los moldes clásicos de la cultura política nos cuesta mucho entender estos liderazgos pasivos, deshilachados, tejidos con ambigüedades e imprecisiones.

Como dice el tango: “Me estoy poniendo viejo”. Por lo pronto, se dice que uno de los síntomas evidentes de la vejez es la incapacidad para comprender los nuevos fenómenos. Los viejos se quedan anclados en el pasado y lo nuevo les resulta desconocido, extraño y hasta hostil. Es lo que se dice. El tema merece discutirse, porque como dijera ese amigo de Jorge Luis Borges y Nicolás Olivari, que fue Carlos de la Púa, “al gil lo pasado le parece mal”.

Admito mis limitaciones con petulancia, si se me permite, juvenil. Me cuesta entender a dirigentes políticos como Cobos y Reutemann. Tal vez esté viejo o tal vez no los entienda porque precisamente no soy un viejo. No lo sé. Por más vueltas que le dé al asunto, me resulta incómodo, por no decir insólito, admitir que me he quedado en el pasado y que el futuro está encarnado por personalidades cuya relación con la política es, en más de un caso, la negación de la política.

Nada personal contra Reutemann y Cobos. Pero mi imagen, mi modelo de dirigente político es otro. ¿Anacrónico? Tal vez sí, tal vez no. No me hago la figurita difícil ni pretendo comportarme como esas niñas casamenteras que rechazan a todos los candidatos. Yo tengo los míos. El problema es que no son de acá. Se llaman Lagos, Bachelet, Mujica, Lula o Cardoso. No son nada del otro mundo. Pero son políticos, políticos de raza. Como se podrá apreciar, padezco un crónico mal argentino. El mismo que padeciera Sarmiento y Alberdi entre otros: lo mejor está siempre en otro lado, lejos de nuestras costas.

Anacrónico o no, sigo creyendo que un dirigente es eso, alguien que dirige. Y sigo creyendo que sólo pueden dirigir los que saben más, los que ven más lejos, los que han estudiado más y los que han vivido más. Un ejemplo a veces vale más que muchas palabras: Rodolfo Terragno. Es inteligente, estudioso, honrado, tiene ideas propias y, por supuesto, le va como la mona. Para definir su situación retorno una vez más a las palabras de Alejandro Korn para referirse a Juan B. Justo: “Reunía las condiciones morales e intelectuales para fracasar en un país como la Argentina”.

Korn dijo estas palabras en 1928. Han pasado más de ochenta años y mantienen rigurosa actualidad. En la Argentina la lucidez fracasa, la mediocridad triunfa. Si no lo creen, miren cómo les fue a Lisandro de la Torre, Moisés Lebensohn, Arturo Jauretche, Ezequiel Martínez Estrada. La máquina de picar carne en la Argentina es una de las más eficaces del mundo. Tan eficaz es, que sospecho con buenos fundamentos que junto con la picana y el dulce de leche son nuestros modestos pero persistentes aportes a la cultura universal.

Terragno propone objetivos nacionales, metas políticas y económicas, prioridades de desarrollo, acuerdos políticos fundados en principios. Todos lo escuchan, todos le dan la razón, pero nadie le hace caso. No sólo lo ignoran sino que ni siquiera pretenden imitarlo o plagiarlo. Tan helada es la indiferencia, que barrunto que le dan la razón no porque estén de acuerdo sino para no discutir.

No quiero ser injusto con Reutemann ni con Cobos. Es más, creo que ejercen un rol opositor interesante. Es una oposición singular -que en el caso de Reutemann se está manifestando con groserías y agravios a los que en otros tiempos no recurría- pero oposición al fin. Siempre la oposición es bienvenida en la democracia, sobre todo cuando es oposición a gobiernos injustos y necios. Pero una Nación hundida en el barro necesita de una oposición que nos saque del barro y que impida, entre otras cosas, que por un camino u otro nos precipitemos otra vez en el barro.

Los Kirchner se van. Deseo que se vayan en el 2011 y no antes, pero lo seguro es que se van. Los argentinos son expertos en soportar lo insoportable, pero cuando retiran el apoyo no hay más retorno. Menem lo sabe. Los Kirchner han encanallado a la política, han devaluado los valores y han corrompido todo lo que han tocado. El que venga heredará instituciones en ruinas, crispaciones políticas, más injusticia y más pobreza. La tarea no será sencilla. Nunca lo es, pero en este caso va a ser particularmente difícil.

El nuevo gobierno deberá formular un nuevo contrato político, una renovada relación con las corporaciones sindicales y empresariales, una estrategia que aliente el desarrollo e inserte a la Argentina en el mundo, una fórmula que permita crecer y repartir, con un compromiso de sindicalistas y empresarios de respetar los acuerdos. No es tarea fácil, pero todo se hace mucho más difícil si no hay liderazgos lúcidos y decididos, liderazgos que sepan lo que hay que hacer y cómo hacerlo.

De aquí a las elecciones de 2011 pueden pasar muchas cosas, pero una de las más probables es que Reutemann y Cobos sean los candidatos de la oposición, uno en nombre de un radicalismo adaptado a los nuevos tiempos y otro en nombre de un peronismo que realiza su previsible maniobra de reciclamiento. A ninguno le veo uñas para guitarrero. Lo que me pasa a mí, le pasa a mucha gente. Todos los días escucho opiniones. Todos se quejan de los Kirchner, pero también se quejan de la oposición. En la volteada caen Carrió y Duhalde. Los más realistas se encogen de hombros y dicen la frase que para los argentinos ya tiene el valor de una oración: “Es lo que hay”. Una frase que usamos cada vez con más frecuencia. Diez letras definen con precisión toda una filosofía nacional fundada en el derrotismo, la resignación y la decadencia. “Es lo que hay”. Justo la frase que necesitamos para celebrar el Bicentenario.