Cuando el tema es La Vaca

Desde las fábulas clásicas se enseñan dos maneras básicas de procurar una satisfacción: apelar a lo que ya está disponible o realizar el esfuerzo necesario para producirla. La diferencia es obvia; en la primera de las alternativas, el bienestar perseguido se facilita antes, pero se agota irremediablemente.

Después de la crisis de 2001, los integrantes del Foro de la Cadena Agroindustrial tuvieron la clara percepción de la magnífica oportunidad que se abría al país: integrar a proveedores metalmecánicos y químicos, productores primarios, sectores comerciales, industriales procesadores y prestadores de servicios logísticos, para abastecer a un mundo hambriento de alimentos y energía.

Con el pretexto del bienestar en la mesa de los argentinos, el gobierno optó por ignorar ese inédito esfuerzo socioeconómico de desarrollo asociado, entre sectores -hasta allí- históricamente antagónicos en la vida nacional.

Bajo el principio de dividir para triunfar, en un marco teórico que concibe a la confrontación como modelo necesario para gestionar la voluntad del poder de turno, la administración nacional dispuso medidas regulatorias que distorsionaron los precios y desalentaron la inversión, procurando apenas las utilidades marginales de un puñado de actores favorecidos.

Eso fue lo que pasó con la producción de la carne vacuna en el país. Se negó la inflación, se les puso techo a los precios pagados al productor, se subsidiaron los feedlots (corrales de engorde) seleccionados a discreción por el administrador del caso y se favorecieron discrecionalmente las exportaciones de frigoríficos que, además, pasaron a manos extranjeras.

La obsesiva provisión de carne barata en el conurbano -que concentra tanto poder electoral como pobreza creciente-, en especial en el Gran Buenos Aires, terminó por arruinar los mejores esfuerzos de los actores económicos. Pero, como a todo grillo que le llega su invierno, el modelo que faena las vacas sin desarrollar los rodeos está mostrando que se acabaron las facilidades de ocasión.

El precio de la carne, como el resto de los precios de la economía nacional, no se “reacomoda” por cuestiones estacionales en un tránsito para más y mejor producción; sufre, en cambio, las convulsiones propias de un sistema enfermo que -como en todos los órdenes de la vida- castiga al más débil, que en este caso es el consumidor de menores recursos.

Cuando el tema en la Argentina es “La vaca”, la composición no puede estar enfocada según el criterio clientelar de la política. No en vano el noble animal tiene un alto valor simbólico en la historia del país y, sin dudas, en su futuro.

No hay ninguna necesidad objetiva, excepto en una concepción resentida e inconducente de la realidad, de enfrentar el derecho a la alimentación de los argentinos con la posibilidad de producir riquezas exportando carne. Pero el problema, claro está, no es de la vaca.