al margen de la crónica

Shopping y Shakespeare

La buena noticia para los amargados, los abandonados, los descreídos, los insoportables, los existencialistas, los desagradables y toda la incalificable fauna de seres normales que habitan el planeta, es que hay otras 364 jornadas al año para celebrar a los desamorados.

El de hoy es el día -uno más- de una larga y ordinaria serie de excusas que los marketineros inventan para poder vender algo. Lo que sea, no importa qué ni el por qué.

Si realmente fueran iluminados, estos estrategas del mercado sabrían apreciar que el enamoramiento que obnubila la razón y vende porquerías, podría ser utilizado a lo largo de 12 meses cada año, sin siquiera interrumpir el flujo comercial los fines de semana o los feriados. Porque así de anacrónica es la estupidez.

Pero los vendedores de espejitos se excitan en días como el de hoy. Ya llegará la noche para contabilizar cuánta plata hicieron, con la histeria femenina o la sobreactuación masculina de la presente campaña.

Aduladores e hipócritas, actores involuntarios -víctimas gozosas- del mandato consumista, tendrán el objeto adquirido el velo con el cual obsequiar al sujeto ¿amado?

Las monedas cambian de mano con la promovida costumbre. El dinero en el bolsillo dura menos que la mentira en el lecho, pero compra la efímera complacencia de quien no reprochará lo que hubiera podido ser una imperdonable omisión.

— ¡Quedáis todos obligados a hacer un obsequio, con motivo del (amor)!

— Pero yo señor sólo soy un humilde enamorado. Además, el mes pasado compré un kilo de asado.

— ¡Hereje sin crédito! ¡Quedáis desterrado a la soledad!

Léase la solemnidad del castizo lenguaje como la traducción necesaria de un moderno drama clásico. Aunque según saben los enamorados, no es lo mismo Shakespeare que Shopping, aunque suenen parecido.