EDITORIAL

Una invitación que

causa envidia

Las comparaciones en política suelen ser tan odiosas como inevitables. Esa sensación seguramente dominó a los empresarios argentinos reunidos hace un par de semanas en el hotel Conrad de Punta del Este para escuchar las opiniones del flamante presidente electo de Uruguay, José Mujica. “Da un poco de envidia”, dijo el titular de la UIA, expresando con esa frase el sentimiento de la mayoría de los empresarios argentinos invitados a invertir en el “paisito”.

Si esta opinión fuera exclusiva de los empresarios, el tema sería controvertido porque no faltaría quien los acusase de estar dominados por el afán del lucro, convalidando el principio que dice que los hombres de negocios no tienen patria. Ocurre, sin embargo, que en el caso que nos ocupa la sensación se hace extensiva a amplios sectores políticos y sociales de la ciudadanía, que por razones no exclusivamente económicas miran con cierto tono de envidia y nostalgia lo que está ocurriendo en Uruguay.

En realidad, Mujica no ha hecho ni ha dicho nada extraordinario. No bien ganó las elecciones, convocó a todos los partidos a trabajar juntos para modernizar Uruguay. Para probar que lo suyo no eran declaraciones cargadas de buenas intenciones, ofreció a los partidos opositores el control de algunos organismos públicos y no descartó la colaboración de ellos en el poder.

En lo personal, Mujica continúa viviendo en su modesta chacra, ubicada a pocos kilómetros de Montevideo y ni sus adversarios más enconados ponen en duda que cumplirá al pie de la letra su promesa de donarla al Estado para que allí funcione una escuela modelo. Su austeridad y su honradez están fuera de discusión y, en este punto, el líder del Frente Amplio no hace más que continuar con una honrosa tradición republicana que en su momento le valió a Uruguay ser calificado como “la Suiza de América”, una designación que en la década del setenta se empañó por la violencia social, pero que recuperó vigencia a partir de la recuperación de la democracia.

Uruguay está muy lejos de ser un paraíso. Sus problemas estructurales son serios y no hay indicios de que se vayan a resolver de la noche a la mañana. La “envidia” que nos domina a los argentinos tiene más que ver con nuestras propias dificultades internas que con los aciertos reales de Uruguay, todo esto dicho sin el ánimo de menoscabar los méritos reales de la política oriental.

En efecto, un presidente que convoca a invertir a los empresarios, que se compromete a insertar al país en el primer mundo, que pondera los beneficios de la educación y la Justicia, que admite que los grandes logros sociales y económicos sólo se podrán conquistar con el esfuerzo de todos y que, además, tiene las uñas cortas y las manos limpias provoca admiración en cualquier circunstancia. Pero en nuestro caso esa admiración está fuertemente condicionada por la sensación y, en más de un caso, la certeza, de que todas estas virtudes civiles y políticas en la Argentina están ausentes.