“Metrópolis” y fantasmas en el

60º cumpleaños de la Berlinale

Esther Andradi

(Desde Berlín)

La Berlinale, el mítico Festival de Cine que nació por iniciativa norteamericana durante la ocupación de la ciudad, acaba de cumplir 60 años. Inaugurado en 1951 con el estreno de “Rebecca”, de Alfred Hitchcock, en medio de las ruinas y al ritmo de la Guerra Fría, desde entonces seis décadas de historia del cine desfilaron por esta urbe.

Con mucho glamour y temperaturas bajo cero, esta 60º Berlinale alcanzó puntos culminantes, como el estreno de la versión completa de la legendaria Metrópolis de Fritz Lang, la inauguración de la competencia bajo el pulso del chino Wang Quan’an, en Separados/juntos, y la presentación de la mexicana Revolución, de diez jóvenes realizadores en la sección especial. Todo coronado por el estreno del film El escritor fantasma, de Roman Polansky, de excelente factura y actuación, y con un guión escalofriante en torno a las mentiras que sustentaron la guerra de Irak. Y la extrema actualidad del propio director “fantasma”, ausente de la Berlinale debido a su arresto domiciliario en Suiza.

Pero la Berlinale es también la historia de sesenta años de cine, durante los que las películas del continente africano brillan por su ausencia, y la participación latinoamericana, y en particular, la de Argentina, destaca por sus altibajos. Una relación marcada por estragos políticos y crisis económicas.

Los rollos recuperados

Ver Metrópolis en su versión completa, después de 83 años de su realización, y con el sonido en vivo del centenar de músicos de la Orquesta Sinfónica de la radio de Berlín, es de por sí una historia de ciencia ficción, digna del expresionismo del original. Una fiesta imponente: estreno en el Cine del Friedrichspalast, con capacidad de dos mil localidades; simultáneamente, la cinta se exhibe en la Ópera de Frankfurt y se transmite por el Canal Arte de la televisión. Y gratuitamente frente a la puerta de Brandeburgo, al aire libre, con quince grados bajo cero. El frío el único aguafiestas.

El tiempo pasado le da la relevancia a este film, cuyo nacimiento no fue para nada un éxito, allá en 1927, cuando se estrenó. Y es la recuperación de casi media hora de película que se creía perdida para siempre. En junio de 2008 fue “descubierta” una copia intacta en el Museo del Cine de Buenos Aires. Pero en los fastos no se destacó suficientemente el rol del Museo del Cine de Argentina, con su cuidado y protección, en esta recuperación.

El Estado no existe

Gracias a los fragmentos encontrados en Buenos Aires ahora se sabe. El conflicto entre el magnate dueño de Metrópolis y el científico más loco que la criatura de Mary Shelley fue un asunto de polleras. Ambos deseaban la misma mujer, pero ella sólo fue del potentado. A su muerte, el científico intenta reconstruirla.

En Metrópolis el Estado no existe. No hay Justicia ni Parlamento ni Gobierno. Ni medios de comunicación. Existe un poder y basta. La ciudad futurista funciona por sus trabajadores, que yugan día y noche. Ese ejército humano bajando hacia el interior de la fábrica es de un patetismo insuperable. El corazón, según el mensaje final, es el puente entre el cerebro y la mano. La mano como el trabajo, el cerebro como la autoridad, y el corazón, representado por la buena voluntad del hijo del magnate.

Poco después de la realización de Metrópolis, Fritz Lang se distanció de lo que proclamaba el film. No se trata de una cuestión emocional, opinó. Es un problema social. Eureka. Y, sin embargo, el paso del tiempo agiganta las imágenes de esta película. Ellas parecen significar el siglo XX, sus horrores y quimeras, sus espantos. Escalofriante el desfile de obreros grises descendiendo hacia los sótanos dantescos donde se forja la riqueza. Y en la catástrofe final de la ciudad inundada, quién sabe si no esté encerrado el futuro inmediato.

60 años

La primer película de América Latina que llegó a este Festival vino de Brasil en 1954, se titulaba Sinha moca y su director era Tom Payne. En 1960 se mostró la primera película argentina Diario, dirigida por Juan Berend, pero recién en 1973 Leopoldo Torre Nilsson con Los siete locos se llevaría un Oso de Plata.

En 1974 La Patagonia rebelde, de Héctor Olivera, y con libro de Osvaldo Bayer, repetiría la hazaña.

Gran silencio hasta 1984, cuando Hector Olivera ganó el Premio Especial del Jurado con No habrá más penas ni olvido, inspirada en la novela de Osvaldo Soriano. Y en 1986 sería La deuda interna, de Miguel Pereira, la que se llevaría el Oso de Plata por su calidad artística.

Más de una década de ausencia en la competencia de la Berlinale, hasta que en 2001 La ciénaga de Lucrecia Martel llamó la atención sobre una nueva generación de creadores argentinos. Le siguen los premios para El abrazo partido, de Daniel Burman, en 2004; para El custodio, de Rodrigo Moreno, en 2006; para El otro, de Ariel Rotter, en 2007, y finalmente, para Gigante, la producción uruguaya, por la cual el realizador argentino Adrián Biniez recibió dos Osos en el Festival de 2009.

“Metrópolis” y fantasmas en el 60º cumpleaños de la Berlinale

Con glamour y temperaturas bajo cero, esta 60º Berlinale alcanzó puntos culminantes, como el estreno de la versión completa de la legendaria Metrópolis de Fritz Lang.

foto agencia efe