Escritoras líricas fundacionales

 
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Por Julia Deflou

“Primeras poetas argentinas”. Antología. Selección, edición y prólogo de Javier Cófreces, Gabriela Franco y Eduardo Mileo. Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2009.

Descubrir la escasez de materiales y bibliografía acerca de la poesía femenina argentina de nuestros inicios como nación (digamos, las autoras nacidas entre 1800 y 1900) llevó a Javier Cófreces, Gabriela Franco y Eduardo Mileo a estudiar y compilar una valiosa antología que acaba de publicar Ediciones en Danza: “Primeras poetas argentinas”.

“No cuesta imaginar los motivos por los cuales la producción literaria de las primeras poetas argentinas se ha mantenido tan profundamente oculta en nuestro país. El silenciamiento histórico a que fueron relegadas las expresiones de las mujeres no se ha ceñido exclusivamente a la poética. Tampoco el amordazamiento al que el “mundo masculino’ ha sometido a la mujer es un patrimonio argentino. No obstante, los resultados están a la vista. Mejor dicho, lo que resalta es el grado de ocultamiento y soslayo al que fue confinada la obra de estas mujeres”, señalan los compiladores, y justamente advierten que “ni siquiera al lector bien informado le resultarán familiares más de media docena de nombres de aquellas escritoras fundacionales de la lírica nacional”.

Las casi 40 poetas antologizadas ofrecen una gama demasiado variada y rica de estilos, temas y personalidades como para encontrar un denominador común, y quizás sea esto lo que otorga a este libro el valor de ser una fuente inagotable de sorpresas. Más allá de las voces más cercanas en el tiempo y más conocidas, como Alfonsina Storni, las salteñas Emma y Sara Solá, o la santiagueña Clementina Rosa Quenel, se nos presentan escritoras memorables, como Emilia Bertolé, nacida en El Trébol, en la provincia de Santa Fe, en 1896, y fallecida en Rosario en 1949. De ella es este poema titulado “Lluvia”: “Otra vez la lluvia,/ otra vez la extraña/ música/ del agua.// Detrás de los vidrios,/ apoyada en ellos mi mejilla pálida,/ de mí misma ausente,/ miro sin ver nada.// Sobre el cristal frío/ que mi aliento empaña,/ escribe mi mano, al descuido,/ no sé qué palabras”. O este otro, titulado “Mis manos”: “Mis manos, ciertas veces/ dan la rara impresión de cosa muerta.// Palidez más extraña no vi nunca;/ marfil antiguo, polvorienta cera,/ y en el dorso delgado y transparente/ el turquesa apagado de las venas.// Carne que bien podría/ si la rozara una caricia ardiente,/ deshacerse en ceniza/ como esas flores frágiles y tenues/ que en el fondo oloroso de los cofres/ en fino polvo de ámbar se convierten.// ¿En qué siglo remoto florecieron/ estas dos pobres rosas extinguidas?/ ¡Un milagro, sin duda, las conserva/ aquí, sobre mi falda todavía!”.

La célebre Juana Manso (Buenos Aires, 1819-1875) decía precisamente en un poema titulado “La mujer poeta”: “ Resuena su lira en mustio desierto,/ Que Dios sólo escucha su tímido canto,/ Y el himno más bello del noble poeta/ Lo expresa su rostro bañado de llanto.// Más, ¡ay!, que en sus ojos que vagan llorosos/ ¿Quién lee del poeta la augusta misión?/ ¡Mujer...! La desprecian, el mundo se ríe/ Y al mártir rodea la fría irrisión”.