El agridulce peso de la belleza

Todos los tópicos sobre la belleza se dieron cita en una de sus mayores exponentes: Ava Lavinia Gardner, una estrella tan deslumbrante como tímida, y de cuya muerte, en una soledad buscada en Londres, se cumplieron 20 años.

TEXTOS. ALICIA GARCÍA DE FRANCISCO. FOTOS. El LITORAL.

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Toda la belleza de Ava, que deslumbraba a los hombres y despertaba admiración en las mujeres.

Sureña, de aspecto descarado, pero enfermizamente tímida y en una busca perpetua de amor y compañía, Gardner fue, por encima de todas las cosas, bella. De una belleza rotunda, a la que sobraban calificativos y que fue, para bien y para mal, su característica esencial.

Nacida el 24 de diciembre de 1922 en una granja de Smithfield (Carolina del Norte), tuvo una infancia sencilla propia del ambiente rural en el que vivía y se preparaba para ser secretaria cuando una visita a Nueva York cambió su vida.

Con 18 años fue a visitar a su hermana. Y su cuñado, fotógrafo, decidió tomarle unas fotos que colocó en el escaparate de su estudio, desde donde llamaron la atención de un empleado de la Metro Goldwyn Mayer, que se hizo pasar por un directivo como treta para comunicarse con la joven.

Pero las fotos acabaron finalmente en la oficina de un cazatalentos de la Metro. Una casualidad que le abrió las puertas del olimpo de las estrellas de Hollywood en un momento en el que, entre sus diosas, había nombres como los de Katherine Hepburn, Bette Davis, Greta Garbo, Vivien Leigh o Rita Hayworth.

Nombres a los que se uniría el de Ava Gardner, aunque no tanto por sus dotes artísticas como por esa belleza que marcó su destino y que le valió tanta admiración como envidia. Algo que quedó muy claro con una de las frases más famosas que se han dicho sobre la actriz. Su autor es el entonces todopoderoso Louis B. Mayer: “No sabía hablar, tenía un horrible acento del sur, pero ¡era impresionante!”, afirmó el productor, que descubrió la fuerza de Gardner y sus posibilidades en el glamoroso mundo de Hollywood.

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Sin embargo, aún le quedaba mucho camino por recorrer y mucho que aprender a esta sureña, cuyo primer obstáculo fue eliminar su duro acento y aprender a caminar sobre tacones. Un aprendizaje que fue puliendo a Ava hasta convertirla en una espectacular mujer, que escondió su timidez bajo una perfecta coraza de belleza, fuerza y soledad.

El realizador Peter Bogdanovich dijo, al conocer la muerte de la actriz: “Era una mujer notablemente bella y sorprendentemente tímida, que pensaba muy poco de ella misma como actriz”. Una frase que resume acertadamente la personalidad de esta actriz deseada como pocas y que, desde que puso un pie en Hollywood, comenzó a crear una leyenda que no hizo sino aumentar con el tiempo.

Tras realizar pequeños papeles en diversas películas, su primer protagónico llegó con “The Killers” (“Forajidos”, 1946), un film de Robert Siodmak que le sirvió de lanzamiento a ella y también a su compañero de reparto, Burt Lancaster.

Había tardado casi seis años en lograr ese papel importante y ese margen le dio tiempo para casarse y divorciarse dos veces, con Mickey Rooney en 1942 -matrimonio que duró un año legalmente y “quince días”, según la actriz- y con el músico Arti Shaw, en 1945, aunque entre medias mantuvo un tormentoso romance con el productor Howard Hugues.

SINATRA Y EL ÉXITO

En la siguiente década su vida pareció estabilizarse en el plano personal con su boda -en el año 1951- con Frank Sinatra -de quien se divorciaría seis años más tarde- y, sobre todo, en el profesional, con sus mejores trabajos: “Show Boat” (“Magnolia”) y “Pandora and the Flying Dutchman” (“Pandora y el holandés errante”), ambas de 1951, “The Snows of Kilimanjaro” (“Las nieves del Kilimanjaro”, 1952) o “Mogambo” (1953). Esta película de John Ford, junto a Clark Gable y Grace Kelly, no sólo le valió su única nominación al Óscar, sino que se instaló inmediatamente entre las favoritas de sus fans, por su ardiente recreación de la señorita Kelly y su complicada relación con el cazador interpretado por Gable, sin olvidar el contraste entre la salvaje Ava y la falsamente inocente Grace.

Un filme que sin duda marcó una carrera, a la que añadió en los siguientes años títulos como “Knights of the round table” (“Los caballeros del rey Arturo”, 1953), “The barefoot contessa” (“La condesa descalza”, 1954), “The little hut” (“La cabaña”, 1957) o “The sun also rises” (“Fiesta”, 1957).

Películas que coinciden con su aparente etapa de estabilidad al lado de Frank Sinatra, un matrimonio que -sin embargo- se reveló rápidamente tortuoso y dominado por la bebida, las fiestas, la pasión y la violencia. Una unión que comenzó tras dejar Sinatra a su entonces esposa, Nancy, y a sus tres hijos, y que finalizó seis años después tras numerosas separaciones y peleas públicas que, pese a esto, nunca acabaron con el amor que se profesaban.

Frank estuvo al lado de Ava hasta su muerte en Londres en 1990. Uno de los últimos actos públicos a los que acudió la diva fue a un concierto suyo. Y el cantante puso a disposición de la actriz un avión privado meses antes de su muerte para que fuera tratada por médicos estadounidenses.

ESPAÑA, LOS TOROS Y LOS TOREROS

Pero si bien la relación con Sinatra fue probablemente la más importante de su vida, no fue la más mediática.

En el rodaje de “Pandora”, Ava se quedó prendada de España, de su estilo de vida, de su sol, de sus juergas y de sus fiestas, especialmente de la de los toros.

Su amigo Ernest Hemingway, un enamorado declarado de los toros, la introdujo en un mundo que la atrapó desde el primer momento. Y en ese flechazo tuvieron mucha culpa los toreros.

Primero fue Mario Cabré, quien tuvo un papel secundario en “Pandora” y con el que vivió un breve romance, que ella calificó de “error de una noche”, pero que llevó al torero a dedicarle varios poemas.

Y su relación con España, con los toros y con los toreros se intensificó durante el rodaje de “The barefoot contessa”, de Joseph L. Mankiewicz. En esa época conoció a Luis Miguel Dominguín, uno de los toreros más famoso de España, con el que mantuvo un romance del que se ha contado todo. Desde la chulería de él, que quiso anunciar a bombo y platillo la primera vez que se acostaron juntos, a la negativa de ella a plantearse una relación seria a largo plazo. Una relación que marcó la vida de Ava en España y su química especial con los españoles. Etapa que la actriz resumió de forma muy clara: “Representaba todo lo que ellos censuraban...una mujer que vivía sola, que estaba divorciada, que no era católica y, además, era actriz”.

Típico de la actriz era el menosprecio que se profesaba a sí misma. “En mi interior soy bastante superficial”, solía confesar.

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Una escena del rodaje de “Ride, vaquero” en 1953, junto a los actores Howard Kell, Anthony Quinn y Robert Taylor.

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Esta foto fue tomada el 25 de mayo de 1954: el torero Luis Miguel Dominguín conversa con Ava en el aeropuerto de Barajas, en Madrid. Los unió un romance del que se supo todo.

LA DECADENCIA EN SOLEDAD

Aunque la década de los sesenta contempló el inicio de su decadencia, realizó el que para muchos es su mejor papel, el de “The night of the iguana” (“La noche de la iguana”, 1964), de John Houston, junto a Richard Burton y Deborah Kerr.

Cinco años después se trasladó a vivir a Londres y comenzó a espaciar sus trabajos. Su última actuación fue en 1986 en el capítulo piloto de una serie televisiva ”Maggie”, que nunca llegó a estrenarse.

Falleció el 25 de enero de 1990 en Londres, a causa de una pulmonía, en su casa, acompañada únicamente por su fiel empleada, Carmen Vargas, y su perro Morgan. Una soledad buscada por la actriz, pero que contrastaba duramente con su vida, siempre rodeada de aduladores.

Una vida intensa y complicada sobre la que se ha escrito e inventado de todo y que fue brillantemente resumida por Lee Server en “Ava Gardner: una diosa con pies de barro”, biografía que publicó en 2006.

“Debería escribirse un ensayo sobre las desventajas de la superioridad física y Ava Gardner sería su caso clínico perfecto (....) Su belleza hacía a los hombres actuar alocadamente. Hacía que la gente la perdonara. Pero, sobre todo, la hizo solitaria. No era ella misma, si no la suma de las reacciones de los demás sobre ella. Fue reducida a un objeto, a algo puramente físico”.

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Una pareja legendaria: Ava y Frank Sinatra.

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La actriz estadounidense se viste antes del rodaje de una secuencia de la película “La condesa descalza”, del director Joseph L. Mankiewicz.