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Agustín junto a su esposa Matilde y sus hijas Lidi, María Elena y Milka.

Unidos por un tronco con fuertes raíces

A 100 años del nacimiento de Agustín Ramón Lazzaroni, su nieta -Judith Noseda- indagó sobre su vida y escribió una breve reseña, a modo de homenaje.

TEXTOS. JUDITH NOSEDA

Desde hace un tiempo que quiero realizar un homenaje a una persona muy especial, a mi abuelo Agustín, ya que el 6 de febrero de este año se cumplieron 100 años de su nacimiento. Con la ayuda de los recuerdos de mi mamá Angélica y los propios, porque él ya no está en forma física con nosotros, y con el propósito firme de conservar sus ejemplos y enseñanzas, aspectos importantísimos que forjaron la familia que tenemos hoy, es que me decido a escribir estas palabras en papel y que contarán quién fue Agustín Ramón Lazzaroni.

Nació en el pueblo de Emilia. Fue una persona trabajadora, callada, austera. Su palabra valía lo mismo que una firma (muy común en su época). Le gustaban las reuniones familiares y disfrutaba estar con sus hermanos charlando de tiempos pasados y actuales. Ahora comprendo qué importantes son los hermanos, tal vez porque comparten la vida durante la misma generación. Él tuvo cuatro hermanos: Alejandro, Prima, Segundo y Manuel, y cuatro hermanastros: Primo, Abundio, Carlos y Pedro.

Se casó el 12 de octubre de 1935 con Matilde Cecilia Monti y tuvo cuatro hijas: Lidi, María Elena, Milka y Angélica, a las que educó con su vida ejemplar. Matilde fue una gran compañera y lo ayudó en sus proyectos. Ella era la que se ocupaba del catecismo y él de las matemáticas, ya que les enseñaba las cuatro operaciones; siempre les tomaba las tablas de multiplicar a las cuatro hijas. Mi mamá me cuenta que ella era la más “burrita” porque no aprendía a dividir, entonces el paciente Agustín la sentaba en la falda, bajo la galería a practicar las divisiones, hasta que salieran, pero -en realidad- las terminaba haciendo él mientras ella lo miraba, entretenida y con admiración, cómo dibujaba los números.

Armonía en el hogar

Matilde daba las órdenes en el hogar y él aceptaba con gran dulzura la miraba y consentía. Ella era la alegría, la agilidad, el alboroto. Todos sentían una gran felicidad por estar juntos. Hoy, sólo tenemos a Matilde; sus hijas la cuidan, protegen y dan mucho cariño en su vejez. Es para nosotros, sus nietos, un hermoso ejemplo de respeto y amor hacia los padres.

En 1947, Agustín construyó un tanque de agua en un pedazo de tierra que su padre Francisco le regaló, adonde empezó a construir su casa, que llamó “La Chacra”. La familia tenía la posibilidad de irse a vivir al pueblo pero pensaba que debían quedarse en el campo trabajando, si querían progresar.

En 1951 se mudaron a la casa nueva y todos los integrantes de la familia grande (así le decían a la paterna) colaboraban cargando las chatas. Angélica, que tenía un año, quedó con el tío Manuel jugando con un tarrito y un palito en el piso de tierra, para que no molestara a los que trabajaban, decía él.

Agustín trabajaba la tierra pero también con las primeras vaquitas hicieron un tambo. “¡Cuánto trabajo, cuántas heladas en el lomo, cuantas grietas en la piel pasó!”, rememora mi madre, que también recuerda, a sus hermanas mayores colaborando en el trabajo diario, y cuando tenía que cruzar el campo, a media mañana, de pequeña con una pava grandísima marrón llevando el mate cosido a los hombres que estaban trabajando. [...]

Aportes a la comunidad

Siempre estuvo en su preocupación el bienestar de sus hijas, aún después de casadas, motivo por el cual siempre colaboró con ellas, transmitiéndoles el ejemplo que aprendió de sus padres.

También fue uno de los primeros en llegar a San Justo, luego del tornado del 73, para saber cómo se encontraba su hija Angélica, ya que no había comunicación con la localidad destruida por el fenómeno climático. El día anterior se había mudado a la localidad vecina.

Junto con otros campesinos fundó la cooperativa ganadera de Emilia y participó colaborando con otras instituciones, como la cooperadora de la escuela primaria Nº 35, siempre pensando en el bien de su comunidad, tomando el ejemplo de su padre y hermano Alejandro, al que quería mucho.

Podríamos escribir páginas interminables con recuerdos y anécdotas, llenas de sentimiento. Podríamos atesorar las mejores fotos y guardar un montón de chucherías sin valor económico, pero lo más importante es que no podríamos dejar de estar juntos como lo están las ramas de un árbol, unidas por un tronco con fuertes raíces. No podemos olvidar que éste fue creciendo grande y fuerte, gracias todas las personas que lo cuidaron con su esfuerzo, trabajo y esperanza.

Agustín era lo que fueron sus padres y abuelos: él vio y palpó sus esfuerzos y transmitió a su descendencia lo mismo y eso lo hace un hombre auténtico, digno de orgullo para la familia. Hoy su familia está compuesta por 4 hijas, 11 nietos y 9 bisnietos (uno en camino), que nos seguimos reuniendo cada vez que podemos, así como lo hacía él.

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Agustín se casó con Matilde Monti el 12 de octubre de 1935.